viernes, 18 de diciembre de 2009

Nicole Jordan - Seducir a una mujer


Muy buen libro, pero a mi parecer, demasiado largo como para seguir el hilo de la historia. Un tierno el duque, pero si no se atreve a confesarle su amor, no cambia en nada. Otra cosa: tuvieron relaciones muchas veces pero ella nunca quedo embarazada?.
Otra falla a mi parecer fue tambien el hehco de que hayan hecho pasar que, Winnifred, viuda de un noble acepte normalmente a la amante de su esposo, y que es mas, ayude a su familia, si les daba su aprobacion, porque no los ayudo antes?.
Mmmm, y ademas, él cambio muy rapido de parecer, de un dia para el otro ya sabia que la amaba (o lo demostraba con sus actitudes), ella en cambio, demasiado apegada a la idea de un matrimonio SI O SI con amor, pero no se atreve a decirselo? pf!
Aunque en si, el libro es muy bueno, me parece que hay muuuchas cosas que podrian haberse achicado (descripciones, etc) y que fueron simplemente puestas con el fin de completar mas la historia y llegar a la X cantidad de paginas.
Nota: 8

Kate Pearce


Best erotic/romantic authour EVER !

jueves, 3 de diciembre de 2009

Tom le abrió la puerta y lo despidió.
Al cerrarla, se volvió y vio a Emily mirándolo desde el otro extremo del corredor. Por unos momentos, ninguno de los dos se movió; traspasados, se contemplaron, percibiendo el ritmo de sus corazones, experimentando el mismo reflujo y la misma urgencia de anhelos demorados que antes había sentido Emily. Tom empezó a acercarse, despacio al principio... y contenido. Pero no había dado cuatro pasos cuando ella comenzó a moverse también, con mucha menos contención, con pasos largos y decididos.
Corrieron.
Se besaron, estrechamente abrazados, las bocas abiertas, anhelantes después de semanas de privación, sintiendo que donde acababa una agonía comenzaba otra. Se besaron como si estuviesen hambrientos, como si quisieran tragarse, con toda la boca, sin límites, a la posesión mutua.
Arrancando su boca de la de ella, Tom exigió, sin aliento:
—Dímelo ahora... dímelo otra vez.
—Te amo.
Sujetándole la cabeza, la llenó de besos duros, impacientes, de celebración.
—Es cierto. ¡Oh, Emily, en verdad me amas! —La apretó, posesivo, y giraron los dos en un círculo, Tom con la cabeza sobre el hombro de ella—. Te eché de menos. Te amo... —Al comprender cuánto había tardado en decirlo, se reprendió a sí mismo—. Oh, maldito sea, tendría que habértelo dicho antes. Te amo. Han sido las seis semanas más largas de mi vida. —La besó de nuevo, intentando inútilmente recuperar el tiempo perdido... con besos anchos, mojados, mientras se acariciaban las espaldas, los torsos, las cinturas, los hombros.
—Quédate quieta un minuto —exhaló, apretándola contra sí— ... y déjame sentirte... solamente sentirte.
Se apretaron uno a otro como las hojas de un libro, la erección de Tom contra el vientre de Emily, los dos trémulos, deseando mucho más de lo que se permitían.

Promesas - Spencer

Las chinelas estaban tejidas en hilo grueso negro. Tom le envolvió los dos pies con el camisón, acomodó a Emily en su regazo, la rodeó con los brazos y la miró a la cara, que estaba más alta.
—Emily, no le dejas a uno mucho tiempo. No habría hecho esto si hubiese tenido otra alternativa. Pero ya te dije que el hombre persigue y yo te persigo del único modo que sé, por loco que parezca.
—Loco sería un modo muy gentil de expresarlo. Lo que me hiciste ayer en la calle fue terrible.
—Sin embargo, te hizo detenerte y pensar.
—¡Pero, no se... no se sigue a una chica en un carro de estiércol y se le ofrece matrimonio!
—Como lo sé, por eso vengo a pedírtelo otra vez.
—¡Esta vez, detrás del retrete!
—El retrete está allá; este es el cobertizo.
Señaló con la cabeza.
—Thomas Jeffcoat, eres un lunático.
—Estoy enamorado. Por eso he venido a preguntártelo otra vez: ¿quieres casarte conmigo?
—No.
—¿Me amas?
—¡Cómo me preguntas una cosa semejante, sabiendo que mi boda está fijada para mañana!
Exasperada, forcejeó para soltarse, pero Tom la sujetó con más fuerza de los hombros y las rodillas.
—¡No contestes mi pregunta con otra! ¿Me amas?
—Eso no tiene nada que ver con mi promesa de...
—¿Me amas? —insistió, apretándole el cuello con una mano metida en el grueso guante, obligándola a volver el rostro hacia él.
—Te deseo. No sé si es lo mis...
Estampó su boca sobre la de ella con fuerza, infundiendo al beso todo el amor, la desesperación y la frustración que sentía. Cuando la soltó, tenía el aliento agitado y la expresión sincera:
—Yo también te deseo... no lo negaré. Te deseo tanto que me acostaría contigo aquí en la nieve. Pero es más que eso. Camino por mi casa vacía y te imagino conmigo. Te quiero en mi mesa del desayuno, aunque no sepas freír huevos. Por lo que a mí me importa, podemos comer tostadas quemadas... diablos, hasta estoy dispuesto a quemarlas yo mismo, pero te quiero ahí, Emily. Y en el establo: eres estupenda con los caballos. ¿No nos imaginas yendo hasta allí todos los días y trabajando juntos? ¡Qué equipo formaríamos para los negocios!
"¿Y qué me dices de los estudios? Charles me dijo que los abandonarás para tener hijos, inmediatamente después que tú me dijiste que aún no querías tenerlos. Eso no está bien, Emily. Y yo tampoco quiero hijos antes de que tú lo quieras. Por un tiempo, quisiera que sólo estemos tú y yo, vagando por esa gran casa en ropa interior. No sé cómo podríamos arreglárnoslas, al ver de qué modo el deseo nos importuna todo el tiempo, pero lo intentaríamos. Emily... —Esta vez lo pronunció con más ternura—. Te amo. No quiero perderte.
Encogida sobre sí misma, Emily se quedó entre sus brazos y dejó que la convenciera, que la nariz fría de Tom le rozara la mejilla tibia y recibió de buen grado sus labios en los suyos. Olvidó la boda inminente. Olvidó el frío. Olvidó negarse. Abrió la boca y respondió al beso... un beso arriesgado, ferviente, que sólo acarreaba más confusión, pero aun así participó, con el anhelo de alguien al que pronto le sería negado ese placer. Sabía tal como lo recordaba y la alarmó la familiaridad de su olor y su tacto, que resultaba una tentadora combinación de lo húmedo y lo suave, lo flexible y lo duro. Mientras la lengua de Tom la arrasaba, sentía explotar oleadas de calor en su interior. Inclinó la cabeza, la torció, sin interrumpir el beso, soltando una mano y apoyándola en la cara de él. La mejilla era tibia, erizada de la barba crecida durante la noche; el mentón, duro; el cuello cálido y aterciopelado. Tenía la cabeza echada atrás, apoyada contra la pared del cobertizo, y Emily interpuso la mano para protegerlo de la superficie dura y helada.
La danza de las lenguas cortejó el desastre, permitiendo que los sentimientos de ambos se expandieran. Las manos del hombre se movieron, una hacia el hombro, otra hacia una nalga redonda, donde el borde del pesado abrigo daba paso a la tela más fina del camisón... grueso sobre fino... cuero sobre algodón... trazando dibujos sobre la carne firme, fingiendo que su mano no estaba cubierta con el guante. Cuando los corazones y las respiraciones de los dos se tornaron agitados, dieron por acabado el beso, ambos con la misma frustración.
—Oh, Emily...
Fue un susurro angustiado.
—¿Por qué no me lo pediste antes? —se desesperó, cerrando los ojos.
—Porque no lo supe hasta que te besé.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Promesas, Lavyrle Spencer

—¿Emily? —Encontró su mano y la sostuvo con suavidad, acariciándola con el pulgar mientras se perdía largo rato en sus pensamientos. Por fin, continuó—: No es sólo lujuria. Para mí no. Admiro muchas cosas en ti: tu dedicación al trabajo, a tu familia e incluso a Charles. Te respeto por no querer pisotear sus sentimientos y por no querer que yo pisotee los de Tarsy... por tu cariño a los animales, tu compasión hacia tu madre y el modo en que peleas para que yo no me deshonre. Esas cosas pesan tanto como cualquier otra. Y eres... diferente. Todas las demás mujeres que conozco se visten con enaguas y delantales. —Rodó hacia ella y le apoyó una mano en la cintura—. Me gusta tu independencia... tus pantalones, tu medicina veterinaria, todo. Eso te hace única. Y me gusta el color de tu pelo... —Lo tocó—. Y tus ojos. —Besó uno—. Y cómo besas, y cómo hueles, la manera de mirar que tienes... y me gusta esto. —Llevó una mano de Emily a su propia garganta, donde el pulso tamborileaba con fuerza—: Lo que me provocas por dentro. Si eso es lujuria, está bien, es una parte. Pero yo te quiero... tenía que decirlo, al menos una vez.
—Calla. —Le tapó los labios—. Estoy muy asustada y tú no me ayudas.
—Dime —murmuró, cerrando los ojos, besándole las puntas de los dedos.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque todavía estoy comprometida. Porque un compromiso es una especie de voto, de promesa, y yo le hice a él la promesa cuando acepté la propuesta de matrimonio. Además... ¿qué sucede si esto es pasajero?
—¿A ti te parece pasajero?
—Me pides respuestas que no tengo.
—¿Por qué te has encontrado conmigo esta noche?
—No pude evitarlo.
—¿Qué tengo que hacer yo mañana y al día siguiente, y después?
—¿Hacer?
—Soy hombre. Los hombres perseguimos.
—¿Para qué?
Ah, esa era la cuestión: ¿para qué? Ninguno de los dos sabía la respuesta. Sería precipitado hablar de matrimonio tras sólo veinticuatro horas. Y, como dijo Emily, cualquier cosa menor sería inicua. Ningún hombre honrado esperaría que una mujer aceptara eso. No obstante, seguir engañando a Charles era impensable.
Agotada por las emociones, Emily se arrastró hasta el borde de la cama y se quedó sentada con las faldas en desorden, la cabeza gacha en una postura de desdicha y los codos apretados contra el estómago.
Tom se sentó, también con el corazón pesado, contemplando la parte de atrás de la cabeza de Emily y se preguntó por qué tendría que ser de ella de quien se enamorara. En un momento dado, levantó una mano y comenzó a alisar, distraído, los mechones revueltos, pues no se le ocurrió ningún otro consuelo que ofrecer.
—Emily, estos sentimientos no se irán.
Emily sacudió la cabeza con vehemencia, sin descubrirse el rostro.
—No se irán —insistió.
De pronto, la muchacha se levantó.
—Debo irme.
Tom se quedó atrás con la vista fija en el suelo oscuro, escuchándola sollozar mientras se vestía en la cocina. Se sentía muy mal. Se sentía un traidor. Se levantó con un suspiro, fue hacia ella y se quedó parado a la luz tenue, viendo cómo se abotonaba el abrigo. La siguió en silencio hasta la puerta y se quedó detrás mientras Emily permanecía de cara a la puerta, sin tocar el picaporte. La tocó en el hombro, ella giró, le echó los brazos al cuello y se aferró a él con muda desesperación.
—Lo siento —murmuró Tom contra la gorra, sosteniéndole la nuca como si fuese una niña que él llevara en medio de una tormenta—. Lo siento, marimacho.
Emily contuvo los sollozos hasta que bajó los escalones del porche y llegó a la mitad del patio, corriendo a toda velocidad.