viernes, 18 de diciembre de 2009

Nicole Jordan - Seducir a una mujer


Muy buen libro, pero a mi parecer, demasiado largo como para seguir el hilo de la historia. Un tierno el duque, pero si no se atreve a confesarle su amor, no cambia en nada. Otra cosa: tuvieron relaciones muchas veces pero ella nunca quedo embarazada?.
Otra falla a mi parecer fue tambien el hehco de que hayan hecho pasar que, Winnifred, viuda de un noble acepte normalmente a la amante de su esposo, y que es mas, ayude a su familia, si les daba su aprobacion, porque no los ayudo antes?.
Mmmm, y ademas, él cambio muy rapido de parecer, de un dia para el otro ya sabia que la amaba (o lo demostraba con sus actitudes), ella en cambio, demasiado apegada a la idea de un matrimonio SI O SI con amor, pero no se atreve a decirselo? pf!
Aunque en si, el libro es muy bueno, me parece que hay muuuchas cosas que podrian haberse achicado (descripciones, etc) y que fueron simplemente puestas con el fin de completar mas la historia y llegar a la X cantidad de paginas.
Nota: 8

Kate Pearce


Best erotic/romantic authour EVER !

jueves, 3 de diciembre de 2009

Tom le abrió la puerta y lo despidió.
Al cerrarla, se volvió y vio a Emily mirándolo desde el otro extremo del corredor. Por unos momentos, ninguno de los dos se movió; traspasados, se contemplaron, percibiendo el ritmo de sus corazones, experimentando el mismo reflujo y la misma urgencia de anhelos demorados que antes había sentido Emily. Tom empezó a acercarse, despacio al principio... y contenido. Pero no había dado cuatro pasos cuando ella comenzó a moverse también, con mucha menos contención, con pasos largos y decididos.
Corrieron.
Se besaron, estrechamente abrazados, las bocas abiertas, anhelantes después de semanas de privación, sintiendo que donde acababa una agonía comenzaba otra. Se besaron como si estuviesen hambrientos, como si quisieran tragarse, con toda la boca, sin límites, a la posesión mutua.
Arrancando su boca de la de ella, Tom exigió, sin aliento:
—Dímelo ahora... dímelo otra vez.
—Te amo.
Sujetándole la cabeza, la llenó de besos duros, impacientes, de celebración.
—Es cierto. ¡Oh, Emily, en verdad me amas! —La apretó, posesivo, y giraron los dos en un círculo, Tom con la cabeza sobre el hombro de ella—. Te eché de menos. Te amo... —Al comprender cuánto había tardado en decirlo, se reprendió a sí mismo—. Oh, maldito sea, tendría que habértelo dicho antes. Te amo. Han sido las seis semanas más largas de mi vida. —La besó de nuevo, intentando inútilmente recuperar el tiempo perdido... con besos anchos, mojados, mientras se acariciaban las espaldas, los torsos, las cinturas, los hombros.
—Quédate quieta un minuto —exhaló, apretándola contra sí— ... y déjame sentirte... solamente sentirte.
Se apretaron uno a otro como las hojas de un libro, la erección de Tom contra el vientre de Emily, los dos trémulos, deseando mucho más de lo que se permitían.

Promesas - Spencer

Las chinelas estaban tejidas en hilo grueso negro. Tom le envolvió los dos pies con el camisón, acomodó a Emily en su regazo, la rodeó con los brazos y la miró a la cara, que estaba más alta.
—Emily, no le dejas a uno mucho tiempo. No habría hecho esto si hubiese tenido otra alternativa. Pero ya te dije que el hombre persigue y yo te persigo del único modo que sé, por loco que parezca.
—Loco sería un modo muy gentil de expresarlo. Lo que me hiciste ayer en la calle fue terrible.
—Sin embargo, te hizo detenerte y pensar.
—¡Pero, no se... no se sigue a una chica en un carro de estiércol y se le ofrece matrimonio!
—Como lo sé, por eso vengo a pedírtelo otra vez.
—¡Esta vez, detrás del retrete!
—El retrete está allá; este es el cobertizo.
Señaló con la cabeza.
—Thomas Jeffcoat, eres un lunático.
—Estoy enamorado. Por eso he venido a preguntártelo otra vez: ¿quieres casarte conmigo?
—No.
—¿Me amas?
—¡Cómo me preguntas una cosa semejante, sabiendo que mi boda está fijada para mañana!
Exasperada, forcejeó para soltarse, pero Tom la sujetó con más fuerza de los hombros y las rodillas.
—¡No contestes mi pregunta con otra! ¿Me amas?
—Eso no tiene nada que ver con mi promesa de...
—¿Me amas? —insistió, apretándole el cuello con una mano metida en el grueso guante, obligándola a volver el rostro hacia él.
—Te deseo. No sé si es lo mis...
Estampó su boca sobre la de ella con fuerza, infundiendo al beso todo el amor, la desesperación y la frustración que sentía. Cuando la soltó, tenía el aliento agitado y la expresión sincera:
—Yo también te deseo... no lo negaré. Te deseo tanto que me acostaría contigo aquí en la nieve. Pero es más que eso. Camino por mi casa vacía y te imagino conmigo. Te quiero en mi mesa del desayuno, aunque no sepas freír huevos. Por lo que a mí me importa, podemos comer tostadas quemadas... diablos, hasta estoy dispuesto a quemarlas yo mismo, pero te quiero ahí, Emily. Y en el establo: eres estupenda con los caballos. ¿No nos imaginas yendo hasta allí todos los días y trabajando juntos? ¡Qué equipo formaríamos para los negocios!
"¿Y qué me dices de los estudios? Charles me dijo que los abandonarás para tener hijos, inmediatamente después que tú me dijiste que aún no querías tenerlos. Eso no está bien, Emily. Y yo tampoco quiero hijos antes de que tú lo quieras. Por un tiempo, quisiera que sólo estemos tú y yo, vagando por esa gran casa en ropa interior. No sé cómo podríamos arreglárnoslas, al ver de qué modo el deseo nos importuna todo el tiempo, pero lo intentaríamos. Emily... —Esta vez lo pronunció con más ternura—. Te amo. No quiero perderte.
Encogida sobre sí misma, Emily se quedó entre sus brazos y dejó que la convenciera, que la nariz fría de Tom le rozara la mejilla tibia y recibió de buen grado sus labios en los suyos. Olvidó la boda inminente. Olvidó el frío. Olvidó negarse. Abrió la boca y respondió al beso... un beso arriesgado, ferviente, que sólo acarreaba más confusión, pero aun así participó, con el anhelo de alguien al que pronto le sería negado ese placer. Sabía tal como lo recordaba y la alarmó la familiaridad de su olor y su tacto, que resultaba una tentadora combinación de lo húmedo y lo suave, lo flexible y lo duro. Mientras la lengua de Tom la arrasaba, sentía explotar oleadas de calor en su interior. Inclinó la cabeza, la torció, sin interrumpir el beso, soltando una mano y apoyándola en la cara de él. La mejilla era tibia, erizada de la barba crecida durante la noche; el mentón, duro; el cuello cálido y aterciopelado. Tenía la cabeza echada atrás, apoyada contra la pared del cobertizo, y Emily interpuso la mano para protegerlo de la superficie dura y helada.
La danza de las lenguas cortejó el desastre, permitiendo que los sentimientos de ambos se expandieran. Las manos del hombre se movieron, una hacia el hombro, otra hacia una nalga redonda, donde el borde del pesado abrigo daba paso a la tela más fina del camisón... grueso sobre fino... cuero sobre algodón... trazando dibujos sobre la carne firme, fingiendo que su mano no estaba cubierta con el guante. Cuando los corazones y las respiraciones de los dos se tornaron agitados, dieron por acabado el beso, ambos con la misma frustración.
—Oh, Emily...
Fue un susurro angustiado.
—¿Por qué no me lo pediste antes? —se desesperó, cerrando los ojos.
—Porque no lo supe hasta que te besé.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Promesas, Lavyrle Spencer

—¿Emily? —Encontró su mano y la sostuvo con suavidad, acariciándola con el pulgar mientras se perdía largo rato en sus pensamientos. Por fin, continuó—: No es sólo lujuria. Para mí no. Admiro muchas cosas en ti: tu dedicación al trabajo, a tu familia e incluso a Charles. Te respeto por no querer pisotear sus sentimientos y por no querer que yo pisotee los de Tarsy... por tu cariño a los animales, tu compasión hacia tu madre y el modo en que peleas para que yo no me deshonre. Esas cosas pesan tanto como cualquier otra. Y eres... diferente. Todas las demás mujeres que conozco se visten con enaguas y delantales. —Rodó hacia ella y le apoyó una mano en la cintura—. Me gusta tu independencia... tus pantalones, tu medicina veterinaria, todo. Eso te hace única. Y me gusta el color de tu pelo... —Lo tocó—. Y tus ojos. —Besó uno—. Y cómo besas, y cómo hueles, la manera de mirar que tienes... y me gusta esto. —Llevó una mano de Emily a su propia garganta, donde el pulso tamborileaba con fuerza—: Lo que me provocas por dentro. Si eso es lujuria, está bien, es una parte. Pero yo te quiero... tenía que decirlo, al menos una vez.
—Calla. —Le tapó los labios—. Estoy muy asustada y tú no me ayudas.
—Dime —murmuró, cerrando los ojos, besándole las puntas de los dedos.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque todavía estoy comprometida. Porque un compromiso es una especie de voto, de promesa, y yo le hice a él la promesa cuando acepté la propuesta de matrimonio. Además... ¿qué sucede si esto es pasajero?
—¿A ti te parece pasajero?
—Me pides respuestas que no tengo.
—¿Por qué te has encontrado conmigo esta noche?
—No pude evitarlo.
—¿Qué tengo que hacer yo mañana y al día siguiente, y después?
—¿Hacer?
—Soy hombre. Los hombres perseguimos.
—¿Para qué?
Ah, esa era la cuestión: ¿para qué? Ninguno de los dos sabía la respuesta. Sería precipitado hablar de matrimonio tras sólo veinticuatro horas. Y, como dijo Emily, cualquier cosa menor sería inicua. Ningún hombre honrado esperaría que una mujer aceptara eso. No obstante, seguir engañando a Charles era impensable.
Agotada por las emociones, Emily se arrastró hasta el borde de la cama y se quedó sentada con las faldas en desorden, la cabeza gacha en una postura de desdicha y los codos apretados contra el estómago.
Tom se sentó, también con el corazón pesado, contemplando la parte de atrás de la cabeza de Emily y se preguntó por qué tendría que ser de ella de quien se enamorara. En un momento dado, levantó una mano y comenzó a alisar, distraído, los mechones revueltos, pues no se le ocurrió ningún otro consuelo que ofrecer.
—Emily, estos sentimientos no se irán.
Emily sacudió la cabeza con vehemencia, sin descubrirse el rostro.
—No se irán —insistió.
De pronto, la muchacha se levantó.
—Debo irme.
Tom se quedó atrás con la vista fija en el suelo oscuro, escuchándola sollozar mientras se vestía en la cocina. Se sentía muy mal. Se sentía un traidor. Se levantó con un suspiro, fue hacia ella y se quedó parado a la luz tenue, viendo cómo se abotonaba el abrigo. La siguió en silencio hasta la puerta y se quedó detrás mientras Emily permanecía de cara a la puerta, sin tocar el picaporte. La tocó en el hombro, ella giró, le echó los brazos al cuello y se aferró a él con muda desesperación.
—Lo siento —murmuró Tom contra la gorra, sosteniéndole la nuca como si fuese una niña que él llevara en medio de una tormenta—. Lo siento, marimacho.
Emily contuvo los sollozos hasta que bajó los escalones del porche y llegó a la mitad del patio, corriendo a toda velocidad.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Leí libros de...

Fetzer, Amy J
Raye, Kimberly
Field
Thomas, Melody

Autores favoritos

dejo los links de mis autores favoritos:
http://librosweb.blogspot.com/search/label/MASON CONNIE MASON
http://librosweb.blogspot.com/search/label/DARCY EMMA DARCY
http://www.bibliotheka.org/?/buscar/Brown%20Sandra SANDRA BROWN
http://www.bibliotheka.org/?/buscar/Banks%20Leanne LEANNE BANKS
http://www.quedelibros.com/autor/479/Palmer-Diana.html DIANA PALMER
http://www.quedelibros.com/autor/13794/Jeffries-Sabrina.html SABRINA JEFFRIES
http://www.quedelibros.com/autor/219/Kendrick-Sharon.html SHARON KENDRICK

domingo, 1 de noviembre de 2009

Extracto Sabria Jeffries

Amelia se estrechó más a su pecho, sintiéndose tan profundamente aliviada que sus rodillas empezaron a temblar.
—Él está muerto, y este lugar también. —Lucas contempló el candado oxidado de la puerta con porte ausente—. Esperaba encontrarlo igual que cuando estuve aquí... casacas rojas desfilando y prisioneros con camisas amarillas demasiado grandes para su talla. —Señaló hacia las malas hierbas que crecían entre las hendiduras de las paredes de la prisión abandonada—. El tiempo lo erosiona todo, ¿no es así?
—No todo —murmuró ella, luego reunió fuerzas para lo que iba a decir—: El amor no.
Lucas suspiró.
—No, el amor no. —Dándose la vuelta hacia ella, apresó sus mejillas entre sus manos—. Por eso he venido hoy aquí, para asegurarme de que podía dejar todo esto atrás, para ver si podía ser el hombre que necesitas.
—¿Y qué has decidido? —preguntó ella en un susurro doloroso.
—No me queda otra alternativa. Te amo, Amelia. —La abrasó con los ojos, con una mirada tierna y torturada a la vez—. No puedo soportar vivir ni un solo día sin ti. Así que si para estar contigo tengo que olvidar mi pasado, te aseguro que lo intentaré.
El corazón de Amelia dio un vuelco de alegría.
—No te pido que olvides tu pasado, mi amor. Sólo te pido que no permitas que arruine tu presente. —Deslizó los brazos alrededor del cuello de su esposo—. O nuestro futuro.
—No lo permitiré —prometió él, luego la besó con todo el amor que ella podía desear.
La tos nerviosa del cochero de su padre le recordó que no estaban solos, y ella se apartó ruborizada.
—Será mejor que vayamos a algún lugar más privado.
—¿Cómo por ejemplo el consulado de Marruecos? —le preguntó él.
Amelia lo miró perpleja.
—Entre la correspondencia que tenía acumulada cuando regresamos de Escocia había una carta en la que mi gobierno me ofrecía la posición de cónsul americano. La leí la misma mañana que partí hacia Francia con tu padre.
—Quieres decir... ¿La mañana que te marchaste sin despedirte de mí? —le recriminó ella con cara airada.
Lucas esgrimió una mueca burlona.
—Tenía miedo de despertarte, miedo de que al verte en toda tu gloriosa desnudez cambiara mi decisión de partir. —La mueca burlona desapareció—. Debería de haberme dado cuenta de que mi firme propósito se resquebrajó en el momento en que te sorprendí merodeando fuera de mi habitación, cuando intentaste seducirme batiendo tus pestañas y llamándome «soldado imponentemente robusto».
Amelia deslizó las manos sobre sus hombros.
—Es que eres un soldado imponentemente robusto. Mi soldado imponentemente robusto.
—Pues pronto seré tu cónsul imponentemente robusto. —Un brillo malicioso apareció en sus ojos—. Si a la fastidiosa esposa que me ha tocado, la que se enoja cuando tomo decisiones sin consultarla, le parece bien. Por eso todavía no he contestado a la carta.
Con porte solemne, él escrutó la cara de su esposa.
—Sé que te encantan las aventuras, querida. Pero después de todo lo que hemos pasado desde que nos hemos conocido, la vida en un país exótico puede haber perdido todo su encanto para ti. Las condiciones pueden ser bastante parcas, y puesto que tu dote ayudará a resarcir el dinero que Frier robó, tu aportación económica será más bien modesta. No podremos permitirnos...
—Lucas... —empezó ella con un tono amenazador.
—Iba a decir que el único juego de té con cocodrilos que compraremos será el que encuentres en algún bazar barato en Tánger.
¡Tánger! La palabra sola conjuró imágenes deliciosas de mosaicos y huríes y expediciones peligrosas por el desierto.
—¿Podré montar en un camello?
Lucas sonrió.
—Si quieres... Rayos y centellas, cariño. Si aceptas vivir conmigo en Marruecos, te aseguro que no descansaré hasta que pruebes carne de camello.
—Gracias, pero creo que tendré suficiente con montar sobre uno de esos bichos. De acuerdo, te doy mi consentimiento para que aceptes el puesto. Pero sólo con una condición.
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —preguntó él al tiempo que enarcaba una ceja.
—Que no esperes que me comporte como una esposa obediente.
Con una carcajada, Lucas la tomó por el brazo y la condujo hacia el carruaje.
—No creo que pudiera vivir contigo si lo fueras. La última vez casi acabas conmigo.
—¿De veras? —Amelia dejó volar la imaginación para figurarse su próximo encuentro sensual—. En ese caso...
—Oh, no. De ningún modo —refunfuñó él mientras la ayudaba a subir a la carroza—. Te aseguro que tenías razón en eso también, bonita. No quiero una esposa obediente.
Acto seguido Lucas se sentó a su lado, dentro del carruaje, y la rodeó con sus brazos.
—Lo único que quiero es una mujer que me quiera.
—¡Uf! ¡Gracias a Dios! Porque eso, mi querido esposo, ya lo tienes.

jueves, 22 de octubre de 2009

¿Cómo ser popular? - Meg Cabot

BEST-BOOK-EVER (bueno, no Kleypas y Quinn la superan) pero que lindo libro! me encanta esa onda juvenil, de colegio yankee donde se pelean por quien es la reina del secundario y todo eso, aparte de como su amigo se va enamorando de ella y está un poco celoso.
Ps: después subo un extracto, ahora tengo que estudiar!

Catherine Coulter - La novia de Sherbrooke

Su mejor libro? La Novia De Sherbrooke, el primero de todos de la saga Novias; realmente el resto de sus libros, me parece que no me atraen, igual el gran problema de Sherbooke es que él ya se excedía en lo mal que trataba a su esposa (la vivía despreciando realmente) y despues de que ella abortase (accidentalmente) su hijo frente a el, solamente le dijo te amo 1 o 2 veces!! realmente, ella quedo como la enamorada que busca constantemente complacerlo y él, aún ya en el final, seguía mostrandose reticente, hubiera preferido un final BIEN romántico.
calificación : 7

miércoles, 11 de febrero de 2009

Jo Goodman – Siempre en mi corazón

La historia la historia comienza con una chica, Mary Margaret Dennehy que fue atacada por unos marineros que intentaron violarla, salvada por un hombre fue llevada a un lugar que también trabaja como burdel y donde fue atendida por un doctor quien le dio laudano, lo cual la dejo con poca conciencia de lo que estaba ocurriendo a su al rededor.
El embrollo comienza cuando Connor Holliday, un poderoso ranchero, llega a este establecimiento, y confundiendo la indicación que la madame le dió, va hacia el cuarto de Maggie. Él se burla del sentimiento de vergüenza que tiene la joven,luego del baño que ella tuvo, mantienen relaciones, pensando ella que ese hombre solamente la estaba revisando. Holiday se siente sorprendido por el sentimiento que tiene por la joven, con quien paso toda la noche y sale apurado de su habitación dejando un matelín con una importante cantidad de plata que iba a ser destinada a su rancho.
Al pasar un tiempo Maggie se da cuenta de su embarazo por lo cual se debe casar con alguien, allí es cuando se vuelve a reencontrar con Connor, quien ha descubierto que ella no es una protistuta, sino que todo fue una confusión.
Al final se descubre que quien tenía el maletín era Margaret y ella culmina teniendo su tan deseado título en medicina, claro, acompañada por su pequeña hija y su querido esposo.

Nota. 7

Jo Goodman – Siempre en mi corazón (EXTRACTO)

—lo más que he llegado a reconstruir es que, por algún motivo, entró sola en el barrio y anduvo vagando por él. ni siquiera fue por esta parte del barrio: se perdió por la calle canal antes de llegar hasta aquí. por lo visto, la abordó un grupo de marineros que buscaban diversión; probablemente iban demasiado borrachos como para fijarse en su ropa o en sus maneras y ver que aquél no era su sitio. —se calentó el café añadiendo un poco más de la cafetera—. entonces harlan porter, un chulo de la peor especie, la rescató.
—¿la rescató? —preguntó connor.
—bueno, claro, ése es un término relativo —contestó ella con ironía—. porque, según parece, se la llevó con la promesa de guiarla hasta su casa, y acabó dragándola e intentando vendérsela a horace beale. por cierto, beale es un viejo al que le gusta la carne joven.
la distante calma superficial de connor se estremeció levemente, y sus dedos se crisparon un poco sobre la delicada taza de porcelana.
la señora hall vio el sutil cambio que se produjo en las facciones de su invitado, pero no hizo ningún comentario; le bastó con imaginar que en aquel momento estaba acordándose de la chica.
—mi criado samuel, que logró enterarse de estos detalles por el propio harlan sólo gracias a un poco de persuasión física, me contó que en ese momento ella se escapó. harlan la persiguió y la alcanzó en mi patio trasero, y entonces una de mis chicas lo hizo huir corriendo y recogimos a la muchacha.
»no soy idiota, señor holiday. yo sabía que aquella muchacha no era una mujer de la calle y, desde luego, no era mi intención ayudarla a emprender ese camino. la pobrecita estaba enferma; además tenía magulladuras en el cuello donde harlan o los marineros habían intentado estrangularla, y entre aquello, su enfermedad y las drogas, no le salía de la garganta ni una palabra que se entendiera. en vista de eso, la metimos en un cuarto libre, le preparamos un baño caliente, le dimos un poco de láudano y mandamos a buscar al médico.
connor dio un respingo, con lo que el café se le derramó por encima del borde de la taza y le escurrió por los dedos. al instante acudió lisa con una servilleta de lino a secarle la mano y darle coba. él cogió la servilleta y dejó la taza. «no es nada», dijo.
—¿se ha quemado?
—no es nada —repitió secamente.
ni él mismo sabía por qué había pasado aquello; al menos no lo sabía con seguridad. fue algo que dijo lisa, algo que despertó su atención, su recuerdo, de un modo especial..., y que luego se desvaneció antes de que captara su sentido.
—así que decía usted... —dijo cuando ella regresó a su sillón.
—en realidad, había acabado. usted sabe mejor que yo lo que sucedió después.
connor había recuperado la calma. dejó caer la servilleta en la bandeja.
—que me mandaron a la habitación equivocada.
—no con intención —se apresuró a añadir ella.
tras un momento de pausa él concedió:
—tal vez. yo tampoco soy idiota, señora hall. cuando llegué a aquella habitación no tuve motivo para dudar de que su huésped no fuera precisamente lo que parecía ser. era dócil y poco habladora.
—estaba bajo el efecto de las drogas, y además enferma.
los oscuros ojos de connor se entornaron.
—¿qué está diciendo? ¿que la forcé?
—yo no estaba en aquella habitación. ¿la forzó usted?
él se levantó y se apoyó con rigidez en el escritorio; luego se inclinó hacia adelante, cerniéndose sobre la señora hall.
—usted no sabe nada de aquello.
lisa antonia hall no se acobardó; alzó la vista y lo miró fijamente, pero sin perder la tranquilidad.
—si alguna vez encuentra a esa joven, quizá le pregunte lo que opina ella. y quizá ella crea que tiene perfecto derecho a su dinero, después de lo que usted le quitó.
los ojos de connor echaron chispas. entonces se enderezó, giró sobre sus talones y se marchó sin responder una palabra.



a maggie le dio la impresión de que un baño de agua fría le corría por la piel. sintió alternativamente frío y calor, pero se las arregló para decir en tono firme:
—no estaba segura de que estuviera usted aquí.
—de todas formas, ha venido.
—corrí ese riesgo. creí que a lo mejor ya había vuelto a colorado.
—me voy dentro de unos días.
—ya entiendo. —encontraba más fácil mirar a cualquier parte menos a connor—. esta mañana mi hermana me ha dicho que mi padre y el suyo están preparándose para cerrar el trato sobre la tierra.
—exactamente —observó que ella clavaba los expresivos ojos en un punto situado detrás de su espalda, mientras se mordía el labio inferior—. ¿por eso ha venido?
ella lo miró.
—¿cómo? —sus ojos volvieron a apartarse de prisa—. no, no es por eso.
—entonces no tiene usted mis doce mil dólares.
al ver lo afligida que parecía, casi le dio pena haberlo dicho. ella negó con un gesto.
—no, no los tengo... yo no...
su suave voz se interrumpió. los ojos se le llenaron de lágrimas, y entonces parpadeó con energía para obligarlas a retroceder.
—maggie...
ella se dio media vuelta.
—esas cosas que usted me dijo aquella noche en mi casa —empezó antes de perder el valor—, ¿eran verdad?
connor se sorprendió titubeando, aunque al fin dijo: «sí. todas eran verdad.» era lo que ella esperaba, pero sus hombros se hundieron un poco. después inspiró hondo y volvió a darse media vuelta para situarse frente a él; luego alzó la barbilla y esta vez encontró valor para mirarlo directamente a los fríos y distantes ojos.
—hace unas horas he averiguado que estoy encinta. me preguntaba si quizá sería usted el padre.
connor holiday sabía lo que era recibir una tanda de puñetazos en el estómago; a pesar de todo, resultaban menos paralizantes que el golpe que maggie acababa de asestarle. como la había oído bien, no la insultó pidiéndole que repitiera lo dicho y se limitó a decir:
—¿por qué no se sienta, maggie?
así él también podría hacerlo; sentía que lo necesitaba.
ella miró a su alrededor y escogió el pequeño sofá que había frente a la butaca de connor; se posó en el borde como un pajarillo, con las manos bien cruzadas en el regazo y la cara alzada y expectante. entretanto, connor fue a la puerta, y la abrió y la cerró despacio para asegurarse de que beryl no estaba al otro lado. después volvió a la butaca, dejó el libro a un lado y se sentó.
—¿no sabe usted quién es el padre? —preguntó en voz baja.
maggie se ruborizó, pero se las arregló para seguir mirándolo.
—no ha habido nadie..., es decir, nadie que yo sepa. sólo pensé en usted por aquellas cosas que dijo.
él se inclinó hacia adelante en la butaca y apoyó los antebrazos en las rodillas. entrelazó los dedos de las manos, como si formaran la puntiaguda torre de una iglesia.
—¿no va siendo hora de que deje de fingir?
—¿fingir?... ah, ya entiendo: cree que me lo estoy inventando. —meneó la cabeza—. mire, señor holiday: tal vez yo no quiera recordar, pero lo cierto es que no puedo.
connor consideró sus palabras y luego respondió a lo único que para él tenía algo de lógica.
—«connor», maggie; más vale que me llame así. de ese modo no hay forma de confundirme con mi padre.
en aquel momento a ella se le ocurrió algo tremendo, espantoso, y sus expresivos ojos reflejaron su pavor.
—¿acaso yo...?, ya sabe..., ¿con su padre?
en los ojos de connor hubo un destello, y su voz sonó con más frialdad de la que pretendía.
—no. de eso precisamente no tiene la culpa usted.
aliviada, aunque todavía algo confusa, maggie soltó la presa con que sujetaba los pliegues de su vestido.
—pero con usted sí —dijo.
—sí.
ella meneó la cabeza, perpleja. luego habló con una voz que era poco más que un susurro.
—me resulta difícil creerlo. es como si le hubiera sucedido a alguien que ni siquiera conozco.
se calló y miró directamente a connor, al tiempo que trataba de imaginarse a sí misma tocándolo. era difícil traspasar la pétrea distancia de su rostro, aquella frialdad que parecía tan poderosa como para quemarla con su intensidad. ¿había enredado los dedos en aquel cabello negro como la tinta? ¿los había pasado por la tupida melena que le caía sobre la nuca? ¿había acariciado el hueco que había justo bajo sus pómulos o sentido la tibieza de su bronceada piel? ¿y lo había besado?... recordó el beso de la biblioteca de su casa, cuando él quiso impedir que gritara... sin embargo, pensaba en otro tipo de beso, uno sin fuerza ni ira, sólo por placer... ¿lo había besado así?
maggie había ido bajando la mirada hasta llegar a la boca de connor. su expresión se concentró en la forma de sus labios, y de pronto advirtió que en ellos asomaba una leve sonrisa, sin duda a sus expensas. avergonzada, desvió la vista hacia su regazo.
—no entiendo cómo hice eso que usted asegura.
—lo hizo.
—pero no sé cómo.
—aprendió.
—pero...
—maggie —dijo él en tono casi amable—, está encinta. ¿qué más pruebas necesita?
ella trenzó los dedos en su regazo con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—¿puede ser hijo de otro?
la débil sonrisa de connor se desvaneció.
—eso lo haría más aceptable, ¿no es así? resulta más fácil de creer si quien le puso las manos encima no las tenía encallecidas de trabajar en un rancho como yo.
maggie supo que lo había enfadado, aunque no tenía muy claro el porqué.
—sí..., no... eso no es lo que quería decir.
entonces se levantó y cruzó los brazos sobre la cintura; a continuación fue hasta el arco de la única ventana del estudio y se puso delante, mirando hacia afuera.
—no sé de qué habla usted ahora. ha de saber que esto no es fácil... nada de esto. llevo horas caminando para reunir el valor de venir aquí, y aunque tal vez no sea más que el miedo lo que me mantiene quieta en esta habitación, sigo estando aquí, y he venido en busca de respuestas. lo necesito a usted para rellenar huecos, no para crearlos.
de nuevo se volvió hacia él y preguntó con franqueza:
—¿es usted el padre de mi hijo?
él podría haber dicho que no estaba seguro; que no sabía lo que había pasado en las horas posteriores al momento en que ella lo dejó, ni en los días y las semanas que vinieron después... pero renunció a enredar las cosas, o a perpetuar la idea, en su propia mente y en la de ella, de que era una prostituta, cuando sabía que no era cierto.
—el niño es mío —dijo.


—me da igual que me odies de verdad, y me da igual lo que pienses de mí. has conseguido lo que querías de esta boda. ¡yo no soy la única prostituta de esta habitación!
se encogió cuando él se puso de pie.
—maggie... —susurró.
la vio apretarse más contra la pared. no estaba seguro de lo que quería decirle. le desagradaba muchísimo lo que ella había hecho. ¿no significaba eso que también la despreciaba?... aunque a lo mejor no. porque si no la deseara, si no se sintiera atraído por ella, no tendría que recordarse a cada instante cuánto le disgustaba.
en aquel momento el odio que sentía hacia sí mismo eclipsaba cualquier rastro de color en sus ojos mates, negros y fríos como una noche de invierno.
—traeré el hielo —dijo—. disculpa, tengo que cambiarme.
cuando salió del dormitorio, minutos después, maggie ya no se apretaba contra la pared, aunque seguía apoyada en ella. por el rabillo del ojo la vio encogerse a su paso.
—esto no va a funcionar nunca —añadió él en voz baja.



—que por error podría haberse confundido con el maletín de un médico... —dijo él—. no sé lo que tenías en la cabeza, maggie, pero
este verano, cuando estabas en casa de dancer, me di cuenta al fin de que, si te hubiera tratado de otro modo, quizá no habrías abortado. cuando dancer llegó aquí buscando ayuda y me contó que estabas embarazada, lo acusé de ser el padre.
maggie se quedó mirándolo boquiabierta.
—no.
—sí —dijo él suspirando—. pero entonces volví a verte, y mis mejores intenciones se desvanecieron. tenías un bandido a tus pies, estabas apuntándome con un arma, tus ojos echaban chispas..., y aún llevabas puesta la alianza de boda. no pensé con claridad.
—yo tampoco pensaba con demasiada claridad —reconoció ella.
connor le acarició el dorso de la mano con el pulgar.
—no lamenté que dancer se partiera la pierna: eso me dio la excusa que estaba buscando. entonces te traje al «h doble» tan rápidamente como pude.
extendió las piernas e insinuó una bajo las pantorrillas de maggie.
—y también encontré los papeles del divorcio sin firmar, que me dieron motivos de esperanza... —soltó una risilla—. falsa esperanza, según resultó después.
—pero ha salido bien —dijo ella—. aunque no resulta tranquilizador, precisamente, descubrir que dancer tubbs es tan entrometido como mi padre.
se quedó pensando un instante.
—rushton también tiene algo que ver con esto, ¿sabes?
—lo sé —dijo él—. por eso yo estoy aquí, y él está allí. así todo el mundo está más contento.




Fue al dormitorio y quitó de la cama las sábanas buenas y los cubrecamas, que sustituyó por tres sábanas viejas que encontró en el armario de la ropa blanca. después eligió dos libros del estudio de connor que tenía intención de leer y los puso en la mesita de noche. se quedó varios minutos delante del ropero, pensando en el camisón que quería ponerse; por fin escogió uno que tenía una estrecha tira de encaje en el escote y lo dejó al pie de la cama. entonces empezó a desabotonarse el vestido. rompió aguas cuando se sentó en la butaca para quitarse los zapatos, y el calambre que sintió a continuación la dejó sin aliento. todo aquello era muy interesante, pensó..., siempre que prestara atención a lo que estaba ocurriéndole y no tuviera que sentirlo. casi de puntillas, volvió al armario de la ropa blanca, buscó unas toallas y empezó a limpiar.
connor la descubrió a cuatro patas en el dormitorio. tenía una toalla en cada mano, y su enagua estaba mojada. sin embargo, lo que más le desconcertó fue su sonrisa cuando volvió la cara por encima del hombro para mirarlo.
apoyado en la jamba de la puerta, en tono despreocupado, dijo:
—estoy seguro de que esto tiene una explicación. ¿has volcado un cubo aquí dentro?
ella sonrió más.
—¿ves algún cubo?
él tardó un momento en entender lo que quería decir.
—ay, dios mío.
después ya no titubeó más. la cogió en brazos, la puso junto a la cama, le quitó la enagua y los calzones y la ayudó a ponerse el camisón. luego esperó a que ella se metiera en la cama y se acomodara, antes de ir en busca de dancer.
después de examinarla, dancer le dijo a connor:
—todavía le quedan horas. ahora está leyendo.
entonces salió al pasillo y cerró la puerta. al ver que connor arrugaba la frente con gesto preocupado meneó la cabeza y se rascó el lado de su rostro que estaba cubierto de cicatrices.
—no hay por qué poner esa cara —dijo—. ya has asistido al parto de un potro; no ocurre así, de buenas a primeras.
lo más difícil de soportar fueron los gritos de maggie. cuando no paseaba, connor se quedaba desplomado en un sillón, intentando no oír los intermitentes gritos de dolor.
entonces se produjo aquel grito, extraño y, sin embargo, conocido de todos ellos. connor se puso de pie y salió del sillón disparado como una bala.
cuando dancer apareció en el umbral, connor no necesitó escuchar lo que tenía que decirle. pasó a toda velocidad junto al buscador de oro para acudir junto a maggie.
estaba sentada en mitad de la cama, y el cabello, húmedo y oscuro, se le pegaba en la frente y a las sienes. tenía las pestañas bajadas, se le veían ojeras y su cutis estaba pálido; pero cuando levantó la cara le relucían los ojos y su sonrisa era absolutamente radiante.
alzó los brazos cuando connor se acercó a la cama. en ellos estaba el bebé.
—quiero llamarla meredith —dijo—. mary por mis hermanas y edith por tu madre.
—meredith —repitió él en voz baja, casi reverente. bajó la vista hacia su hija; en sus ojos se veía el brillo de las lágrimas. —me gusta.




—ahora el «h doble» tiene unas necesidades distintas de las de antes. quizá no podamos mantenernos aislados aquí. si hubiera una línea férrea en la propiedad, estaríamos conectados con queen's point, y cannon mills también estaría conectado con nosotros. así denver no te parecería el otro extremo del mundo.
—no me lo parece —protestó ella.
él no la escuchaba.
—no tendríamos que llevar el ganado hasta tan lejos, y no tendría que ausentarme durante semanas. antes no importaba, pero ahora..., con meredith...
su voz pensativa se interrumpió.
—tú creciste aquí sin vías, y tu madre también.
—era otra época —dijo él en tono filosófico—; ahora hay más posibilidades. y estoy pensando en ti también. no tendrías que esperar medio invierno las cosas que deseas, y menos si puede ser distinto.
la miró y vio que se había puesto pálida y tenía los ojos húmedos de lágrimas.
—¿qué pasa, maggie?
—no quiero que hagas eso por mí —dijo ella—. no quiero que el valle cambie porque yo haya venido. y meredith tampoco lo quiere.
él esbozó una sonrisa.
—no puedes hablar por meredith.
—no te burles de mí, connor. sabes lo que quiero decir. te enfrentaste a rennie y a jay mac porque eras contrario a que una línea férrea cortara el valle. hiciste todo lo posible para mantener tu tierra como debía estar. sacrificaste...
él la interrumpió:
—¿qué sacrifiqué, maggie? —preguntó en voz baja—. ¿la soledad? ¿trabajar desde el amanecer hasta el crepúsculo sin nadie que me hiciera sonreír al final del día? eso es todo lo que he sacrificado yo.
dejó el plato.
—tú me has devuelto esta tierra. tú me has dado una hija y has renunciado a tus sueños. tú eres quien ha hecho el sacrificio.


—quiero decir que la mató —respondió él—. se fue del «h doble» de madrugada; salió de aquí a escondidas, como un maldito ladrón de ganado, sin volver la vista atrás. después de aquello mi madre no fue la misma. la enterraron quince años más tarde, pero fue aquella noche cuando murió... y eso es difícil de perdonar.
a maggie le pareció que le exprimían el corazón.
—¿cuántos años tenías?
—siete —contestó; luego, en un tono de voz que casi parecía tener esa edad por su intenso dolor, añadió—: yo lo vi marcharse.
—lo siento, connor —dijo ella en voz baja.
—no quiero tu compasión.

—lo cierto es que tu madre amaba este lugar.
para ella, vivir aquí y amar esta tierra era algo tan natural como respirar. aunque tal vez tu abuelo no confiaba en ella porque era una mujer. tal vez fuera porque ya había visto marcharse a tres hijos... —se interrumpió un instante—. o quizá fuera porque yo representaba una amenaza para él, al ser alguien del exterior que también había elegido quedarse... porque, desde luego, el viejo sam desconfiaba de mí. creía que a lo mejor yo convencería a edie para irnos, o que le llenaría la cabeza con todo lo que la ciudad le ofrecía... el caso es que tu abuelo nunca me vio como el ancla de edie aquí; estaba seguro de que acabaría llevándomela.
—y tú le pediste que se marchara —dijo connor—. lo sé: oí cómo le hablabas de eso. así que el viejo sam tenía razón.
—le pedí a edie que nos fuéramos más de una docena de veces —reconoció rushton sin alterarse—. pero no se lo pedí ni una sola vez hasta que ella me dijo que me marchara.
connor ladeó la cabeza con gesto brusco y miró fijamente el cincelado perfil de su padre. la boca de rushton tenía una expresión seria, su mandíbula estaba tensa... pero el perfil no ocultaba un cierto brillo húmedo en sus ojos.
—¿mi madre te pidió que te marcharas? —dijo connor. rushton asintió con la cabeza. —¡estás mintiendo!
tras decir estas palabras, connor espoleó el caballo para que diera media vuelta y dejó a su padre solo en la cornisa.


—por indicación de beryl, invité a rushton aquí para la boda, y ella acabó casándose con él.
en su voz no había amargura; pronunciar aquellas palabras sin amargura resultó una experiencia nueva para connor.
—ella se enamoró de él —dijo maggie en voz baja—. y ninguno de vosotros dos lo creyó.
—me parece que nos negamos a creerlo. yo, al menos, me negué: no aceptaba que eligiera a mi padre antes que a mí. mi orgullo se quedó maltrecho, y me dediqué a machacarlo también a él.

Lorraine Heath - Caer en la tentación

Robert Hawthorne, duque de Killingsworth, fue injustamente encarcelado en la carcel de Pentonville y privado de los placeres de la vida por su hermano gemelo John, quien durante ocho años le ha suplantado con el fin de quedarse con su legado, para lo cual se encarga de que Rob sigua injustamente encerrado, pero luego de la fuga de esta y que él alla logrado recuprar su puesto, debe casarse con una joven que nisiquiera conoce! Lo cual mantendra torturado todo el libro al pobre joven, quien no para de pensar ni un minuto que esta engañando a su esposa y que ella está verdaderamente enamorada de su hermano y no de él.La protagonista femenina es Victoria Lambert quien,encuentra con un Robert muy distinto al quien le pidio su mano para el casamiento y a su vez descubre en él un gran atractivo sexual.
Robert logra enamorarte con su sencillez, vulnerabilidad, inocencia, por todos los esfuerzos que hace para lograr conquistar a la mujer de la cual se enamoro, es decir Torie, quien es una chica pasiona con sentimientos muy reales, dispuesta a todo con tal de contentar a su marido.

Nota: 8
Muy tierno el detalle de que, al quedar encarcelado Robert tan joven, era virgen, al igual que su esposa

Lorraine Heath - Caer en la tentación (EXTRACTO)

—En eso pensaba antes, cuando estaba absorta en mis pensamientos, en lo injusto que es para ti encontrarte de pronto casado con alguien a quien tú no has elegido.
—Mis pensamientos van por derroteros similares. Cuando se llevaban a John, tuvo el descaro de recordarme que lo habías querido a él primero.
—No. —Ella se volvió de pronto y levantó la cabeza para mirarlo—. No, ya te lo dije aquella noche en el carruaje... Tenía dudas...
Él le acarició la mejilla.
—Lo recuerdo, pero, cuando me miras, ¿ves al hombre que te pidió en matrimonio?
Torie meneó la cabeza despacio.
—No, veo al hombre del que me he enamorado.
Robert se puso de rodillas y le sujetó la cara entre sus manos grandes y fuertes.
—Ves a Robert, duque de Killingsworth.
—No, no veo un nombre ni un título, sólo veo a un hombre. Al hombre que me abrazó toda la noche sentado en un carruaje en una postura incómoda, al que intentó ocultar el llanto por la pérdida de sus padres, al que llevó a un niño de viaje por las sombras de la selva africana y del desierto egipcio, al que arriesgó su vida por salvar a otros de una tempestad, al hombre al que su hermano trató insufriblemente mal pero que aun así quiere ayudarlo, al hombre cuya esposa lo traicionó pero él continúa leyéndole en el jardín. Siento haber dudado de tu nombre, pero, por favor, créeme cuando te digo que jamás he dudado de mis sentimientos por ti. Te quiero más que a nada en este mundo.
—Ay, Torie —dijo él, apretándola contra su pecho, bajándola de la silla y sentándola en su regazo—. No imaginas lo insoportable que es no sentir el amor, estar incomunicado y solo, con la única compañía de tus pensamientos.
—Y de las sombras chinescas.
Robert se echó hacia atrás, sosteniéndole la cabeza, con los dedos hundidos en su pelo y la mirada fija en ella.
—Pensé que iba a volverme loco. Había planeado mi venganza, el modo de hacer sufrir a John. Entonces, tú entraste en mi vida, y lo único que quería eras tú.
Ella notó que se le tensaba el cuello y su abrazo se hacía más intenso.
—Te quiero con locura. Procuré no caer en la tentación de besarte, de hacerte el amor, de estar contigo. Victoria Alexandria Lambert Hawthorne, ¿me harías el honor de seguir siendo mi esposa, de ser la madre de mis hijos y la dueña de mi corazón?
Torie notó que las lágrimas volvían a brotarle y le rodaban por las mejillas. La mirada que él le dedicó era tan sentida como sus palabras, amor puro y verdadero.
—Sí —respondió ella, la voz ronca, ahogada, y un nudo en la garganta—. Sí.
Él le cubrió la boca con la suya, como si quisiera sellar aquella palabra eternamente. La besó como si pensara que nunca más iba a poder hacerlo, como si le fuera la vida en ello, como si nunca fuera a tener suficiente, como si la amara con todo su corazón y toda su alma, como si ella fuera la razón de su existencia.
Y Torie le devolvió el beso con la misma intensidad. Lo amaba. Tenía entre sus brazos al anhelo de su corazón, todo lo que siempre había deseado: que la amaran, que cuidaran de ella, que la valoraran. Él lo era todo para ella porque ella lo era todo para él.

Holland Sarah - El amor está en juego (EXTRACTOS)

—Porque al principio pensé que eras una conquista excitante con la cual divertirme —Randal reía—. Pero después de tu actuación de ayer, me di cuenta que eres lo que he estado buscado en una esposa.
—¿Quieres decir que te casas conmigo porque…?
—En público eres una dama, pero una zorra en la cama.
Lucy caminó hacia él, sus ojos echaban chispas, y mientras su mano lo golpeaba en la cara, el corazón le saltó de emoción. El le agarró las manos y la miró con burla.
—¡Pero con qué facilidad te enojas! ¿No te gusta oír la verdad? Eso es lo que eres, Lucy. Lo demostraste ayer. Pude haberte poseído, ¿no? Y te aseguro que no habrías puesto mucha resistencia.
—¡Mentiroso! —Lucy trató de soltarse—. No te escucharé…
—¡Prácticamente me arrancaste la ropa! —dijo sarcástico.
—¡Tú me obligaste a hacerlo! —la cara de ella ardía por la humillación—. ¡Tú me obligaste!
—Harías palidecer a un caballo. O debo decir… ¿a una mujerzuela?
De alguna manera Lucy logró soltarse y volvió a golpearlo. Los dientes de Randal rechinaron y la atrajo con fuerza hacia él.
—¡No vuelvas a golpearme, pequeña zorra, o te subiré a la cama de inmediato para probar lo que te digo, dándote lo que es obvio que ¡quieres!
Lucy estaba ciega por el odio. Pero las palabras de él la aterrorizaron y se controló. Por un momento se miraron en silencio.
—Sé buena chica y dime cuál es tu respuesta. ¿Te casarás conmigo y serás mi amante, o dejaré que tu padre se hunda?
—¿Ni siquiera tengo tiempo para pensarlo?
—No. Tienes que contestarme ahora y cumplirlo. Si no aceptas dejaré que tú y tu padre se vayan por un caño.
—¡Estoy enamorada de Edward! ¿Eso no significa nada para ti?
—Ayer decías estar enamorada de él y eso no impidió que disfrutaras en la cama conmigo.
Lucy cerró los ojos y se odió a sí misma. No le quedaba otra opción. Tenía que aceptar.
—¿Bien? ¿Cuál es tu respuesta? ¿Sí o no?
—¡Sí, maldito seas! Sabes que no tengo otro camino. ¡Me casaré contigo! ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—¿Qué le dirás a Edward? —preguntó él con una sonrisa de satisfacción.
—¡No te rías de mí, cerdo! ¿No te basta con que haya aceptado casarme contigo?
—No. Te dije que iba a deleitarme con mi victoria cuando ésta llegara.
Lucy se estremeció y empezó a sentir un latido traicionero. ¿Cómo podía excitarla de ese modo un hombre tan cruel?
—Y ahora es tiempo de ponerte mi marca. Tenemos una cita para escoger la argolla de compromiso. ¿Nos vamos?
—¡Estabas muy seguro que diría que sí!
—Sí, muy seguro —Randal rió—. Después de todo estoy salvando a tu familia de la ruina.
—Sólo por un tiempo. Mi padre ya no tiene dinero para vivir. Aunque acepte casarme contigo, ¿qué hará él? Nunca ha trabajado, no puede conseguir un trabajo y…
—Eso déjamelo a mí. Tengo un plan en mente para tu padre.
—¿Sí?
—Por supuesto. Quiero que tu padre me regrese lo mío. Veinte mil libras no es cualquier cosa. Además, es tiempo que tu padre aprenda que el dinero no se da en los árboles. Le conseguiré un empleo y haré que me pague cada penique.

—¿Entonces no regresarás hasta tarde? —preguntó Lucy con delicadeza. Pensó que podría aprovechar la oportunidad para enfrentarse a Edward.
Hubo un silencio tenso, en el que él la miraba con los ojos entrecerrados.
—Yo… sólo quería saber a qué hora debo esperarte —su tono no fue convincente y bajó la mirada sonrojándose.
—¡Lo que quieres es hacerle una visita a Edward Blair en su apartamento de Park Lane!
—¡Por supuesto que no!
—No puedes esperar, ¿verdad? —Randal se acercó a ella—. ¡No has podido dejar de pensar en él desde que se fue con todo el dinero de tu padre y te dejó!
—¡No quiero hablar de Edward contigo! —Lucy levantó la barbilla.
—Apenas tenemos cinco minutos en Inglaterra y ya estamos hablando de eso… —Randal la agarró de los hombros.
—¡Randal, me estás lastimando!
—Bien. Eso es lo que quiero. Y es obvio que tú también. Blair es un cerdo; todo lo que ha hecho es lastimarte, ¡y tú no puedes mantener tu estúpida mente lejos de él! Bien, no te preocupes querida, esta noche seré un bastardo para ti.
—¡No, no…! —ella lo interrumpió al ver la furia en sus ojos.
—¡Insisto! —la mano de Randal desgarró el frente de su vestido y los ojos le relampagueaban—. ¡Sólo para ti!
—¡Oh, Dios…! —murmuró ella jadeante. La sangre corría con un deseo intolerable cuando sintió la mirada de Randal sobre su cuerpo.
—Oh, sí, sabía que iba a gustarte —le dijo él al oído y la empujó para recostarla en la cama—. Si es un bastardo lo que quieres, un bastardo es lo que tendrás esta noche. ¡Con placer!
Lucy cayó en la cama con un grito y él le arrancó el vestido del cuerpo, sus manos se movían castigadoras sobre ella, haciéndola gemir y empujarlo por los hombros cuando terminaba de desvestirla. La cara de él era una máscara de odio y deseo.
El no se desnudó, sólo hizo su ropa a un lado y la poseyó con brutalidad, lastimándole la delicada piel cuando le acariciaba los senos y el trasero, y para su eterna humillación, Lucy reaccionó con salvaje éxtasis, pronunciando el nombre de él con voz ronca.
—¡Oh, Dios…! Randal… Randal —su voz era delirante.
—Esto es todo lo que entiendes, ¿no? —exclamó Randal al tiempo que la penetraba con crueldad, lastimándola con las manos—. Es la única manera de entenderse contigo…
—Sí… Te quiero… —Lucy levantó las caderas, besándolo.
El produjo un sonido gutural, al sacudirse contra ella en un placer torturante. Cuando estuvo satisfecho, se separó de Lucy, con las facciones duras.
—¿Randal…? —Lucy se acercó a él, quería sentir esa cálida intimidad que los unía siempre después de hacer el amor.
—Quería herirte —Randal habló cortante mientras se acomodaba la ropa y salía de la cama—. Pero parece que no puedo hacerlo haciéndote el amor. Te gusta demasiado, ¿no es así, mi pequeña y hermosa zorra?
—¡Deja de llamarme así!
—¿Y por qué no? Eso es lo que eres. Te casaste conmigo por dinero y sexo; pero amas a otro hombre, a un ladrón, un tramposo y timador —Randal rió con ojos barbáricos—. ¡Si no me parecieras tan excitante, ya te habría estrangulado! Empiezo a desear no haberme casado contigo, pequeña infiel… —se interrumpió de repente.
Hubo silencio. Se miraban uno al otro y Lucy estaba blanca de dolor al ver el alcance de su odio.
—No sé cómo puedes hacerme esas acusaciones —susurró ella—. Tú te casaste conmigo por sexo. Todo fue idea tuya.
—Sí, y si no hubiera insistido habrías sido feliz al quedarte con Blair, ¿no? —sus ojos tenían un brillo salvaje—. ¿No es así?
—¡El siempre estuvo allí! —contestó Lucy a la defensiva.
—¡Y ahora soy yo el que siempre está allí! —exclamó Randal inclinándose hacia ella—. Tómalo en cuenta, Lucy. No me colmes la paciencia. Ahora quiero lastimarte. ¡No me tomará mucho quererte matar! —dio media vuelta y salió de la habitación.
Lucy permaneció despierta durante horas. Ese arranque la intrigaba mucho. ¿De verdad la odiaba tanto? Los ojos se le llenaron de lágrimas. Eran las dos de la mañana cuando Randal regresó a la habitación. Lucy estaba acostada en la oscuridad y lo escuchó desvestirse, ir al baño a lavarse la cara y luego se acostó a su lado dándole la espalda; luego se quedó dormido. Olía a whisky.
El dolor la invadió. El estuvo bebiendo, incapaz de comprender por qué se casó con ella. Cuando Lucy despertó a la mañana siguiente, Randal ya se había ido.

—Pues entonces estás complacido. Porque eso es lo que le dije. Mis sentimientos por Edward y mis conversaciones privadas con él no son de tu incumbencia.
En ese momento traspasaban la entrada de Mallory.
—¿Sentimientos por él? ¿O sea que todavía sientes algo por ese gusano?
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no es asunto tuyo?
—¡Sí es asunto mío!, ¡maldita sea! —Randal frenó frente á la casa—. ¡Tengo derecho a saber qué sientes por el hombre que ha sido mi rival desde el primer día!
—¡Pensé que no te importaba si lo amaba! —Lucy salió del auto antes que él pudiera detenerla.
Corrió por el vestíbulo y se encontró a la señora Travers, quien pareció sorprenderse. Un segundo después, se escucharon los pasos de Randal que la seguía.
—¡Lucy!, ¡Ven aquí de inmediato!
Sin aliento entró en la habitación principal y cerró la puerta con llave, apoyándose en ella y esperando escuchar a Randal golpearla. Pero no lo hizo. Lucy esperó un momento y se dio cuenta que no iba a molestarse en hacerlo. De pronto, el librero de la pared se abrió como puerta. Randal entró y Lucy se dio cuenta que ese era el pasadizo secreto del que un día le habló.
—¡Debí imaginar que le harías honor al nombre Mallory! Secretos, subterfugios y…
—Dado que acabo de poner la fuerza de la ley sobre tu amante ladrón, creo que esa acusación es impropia.
—¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? Edward nunca fue mi amante.
—¡Pero te hubiera gustado que lo fuera! —Randal cerró el pasadizo y avanzó hacia ella.
—¿Y qué importa lo que sienta por Edward? Ahora tú eres mi esposo y mi amante. Me compraste, pagaste por mí y puedes hacer lo que quieras conmigo.
—¡Creo que no! ¡No puedo hacer que me digas lo que hay en tu cabeza!
—¡Aléjate de mí! —Lucy caminó hacia atrás—. ¡A ti no te importan un comino mis sentimientos! Todo lo que quieres es llevarme a la cama cuando estás de humor —su voz se quebró y las lágrimas asomaron por sus ojos—. Y ya ni siquiera quieres eso, ¿verdad? ¡Te aburriste de mí! Estás cansado de mí y…
—¡No estoy cansado de hacerte el amor, pequeña zorra! ¡Estoy cansado de oírte hablar del amor de adolescente que sientes por ese cerdo! —la agarró por los hombros—. ¡Quiero saber qué sucedió exactamente entre Edward y tú! Dímelo o…
—¡Ya lo sabes! —Lucy trató de liberarse—. Estabas allí, ¿no? Oíste lo que dijo Edward, lo que dijo mi padre. ¿Qué más necesitas saber?
Por un momento Randal se quedó en silencio. Se miraron a los ojos. Lucy sentía sus dedos enterrándosele en los hombros.
—¿Aún lo amas?
Lucy se sonrojó y bajó la mirada, temerosa de revelar demasiado.
—¡Contéstame! —la sacudió—. ¿Todavía amas a Blair?
—¡Déjame ir! —gritó ella cuando volvió a sacudirla.
—¡No hasta que me contestes! —siguió sacudiéndola con más fuerza hasta que algo dentro de ella no pudo soportar más.
—¡No! —Lucy susurró con amargura y las lágrimas nublaron su vista—. Ya no amo a Edward —de repente su furia desapareció al ver que las facciones de él se tensaron y el corazón le dio un vuelco al ver la pasión en sus ojos—. Yo… ya no amo a Edward.
—¿Cuándo dejaste de amarlo?
—No… no lo recuerdo.
—¡Voy a sacudirte hasta que se te caiga la cabeza, Lucy!, así que, ¡contéstame! ¿Cuándo dejaste de amar a Edward?
—En… —sentía que tenía la lengua amarrada—. En… Roma.
—Sé más específica. Lucy se sonrojó y bajó la mirada. Una enorme mano se movió hacia su mentón y la hizo levantar el rostro.
—¡Dime! Quiero saber el momento exacto, Lucy.
—No quiero decírtelo, Randal —Lucy susurró temblando—. Por favor… no me hagas…
La mano de él le apretó más la barbilla y su voz se volvió extrañamente ronca.
—¿Por qué no quieres decírmelo, Lucy?… ¿Fue al principio o al final de nuestra luna de miel?
—Al principio…
—Al principio. Ya veo —los ojos y la voz de él eran intensos—. ¿Podrías especificar más? ¿El primer día?, ¿el segundo?
Lucy cerró los ojos.
—¡Contéstame, Lucy! —ordenó él con suavidad.
—Fue… fue gradual… No me había dado cuenta que dejé de amarlo hasta el tercer día. Pero… pero el proceso empezó desde antes.
—¿En nuestra noche de bodas? ¿Allí empezó el procesó?
Con un grito de humillación, Lucy se apartó de él y se llevó las manos a la cara.
—¡Lucy…! —Randal la sostuvo por los hombros.
—¡No! —exclamó ella con lágrimas en los ojos—. ¡No permitiré que te regocijes con tu triunfo! Ahora ya lo sabes ¿No es suficiente?
—¿Saber qué? —puso una mano sobre el cuello de ella y la atrajo a su pecho—. Dime, Lucy. Dímelo…
—¿Por qué no lo dices tú mismo, cerdo? —susurró Lucy contra el pecho musculoso—. Ya debes saber cómo me siento. ¡Ganaste! —levantó la cabeza—. La primera vez que nos vimos dijiste que me cazarías, que no importaría el tiempo que te tomara, y que después me matarías. Bien, pues ya está, ¿no? La muerte metafórica tuvo lugar hace tiempo, Randal. Me enamoré de ti en nuestra noche de bodas y te odio por eso… te odio…
—¡Me amas…! —la miró con pasión—. ¡Dilo otra vez!
—¡No, no volveré a decirlo! Ya tuviste tu caza, Randal; ¿no hay ya suficiente sangre en tu boca?
—Nunca habrá suficiente sangre en el corazón, Lucy, y nunca podré oír lo mucho que me amas. Esperé demasiado para oír esto. Creo que necesito escucharlo toda la noche… todo mañana… por el resto de mi vida…
—¿Qué…? —lo miró incrédula.
—Me enamoré de ti desde hace meses —repuso Randal conteniendo el aliento—. Mucho antes de pedirte que te casaras conmigo.
Lucy sintió como si fuera a desmayarse por la sorpresa.
—No… no lo creo…
—Al principio sólo te deseaba. Eras tan hermosa y toda una dama; por completo inconsciente de tu increíble sex appeal. Cuando te hablé, fuiste amable y educada. Pero cuando te besé, te volviste una arpía con ojos verdes y temperamento de gata salvaje —rió—. Siempre quería provocarte. Hasta quería que me golpearas. Cualquier cosa con tal de ver la pasión en tu rostro.
Lucy se le quedó viendo incrédula y con la boca abierta.
—Cuando te compré ese perfume sabía que lo ibas a tirar, y me encantaba imaginarte haciéndolo; furiosa, llena de coraje.
—Me dijiste cosas horribles… —Lucy no podía creerle.
—Sí. Quería provocarte. No podía resistirme. Pasaba horas pensando las cosas más escandalosas que podía decirte. Tus reacciones eran más excitantes de lo que esperaba.
—Dijiste que algún día sería tu amante. No me digas que no era eso lo que en realidad querías.
—No era todo lo que quería —sonrió—. Pero por supuesto era lo primero en la lista. Y te pusiste roja y me miraste con esos ojos, ¡mi amor! Mi presión sanguínea se elevó al techo. Me fui a casa en una agonía de excitación y planeé mi siguiente encuentro contigo.
—¿Todo era planeado? ¿No por impulso?
—El primer minuto que te vi supe que eras virgen —repuso él con suavidad y le puso una mano en la mejilla, cuando ella se sonrojó y apartó la mirada—. Más bien lo sospechaba. Parecía como si tu cabeza y tu cuerpo no estuvieran unidos. Sabía que me tomaría mucho tiempo llevarte a la cama y te quería tanto, que estaba dispuesto a trabajar como un loco hasta lograrlo.
—Sigue… —susurró ella, al tiempo que le echaba los brazos al cuello—. Empiezo a creerte.
—Caí desde la primera vez que te vi. Nunca había sentido una atracción y excitación tan poderosas. Te vi aquella noche en el casino y me imaginaba besándote, desvistiéndote, haciéndote el amor… ¡Dios mío!, no sé cómo pude controlarme. Creo que fue porque me di cuenta que no tenías la menor idea de lo que pasaba por mi mente.
—Empecé a sospecharlo cuando te sentaste junto a mí, viéndome con esa expresión extraña.
—Me preguntaba qué tan lejos podría llegar antes de que te dieras cuenta y me abofetearas —dijo él con una sonrisa cínica.
—Ese beso fue fantástico, Randal —Lucy también sonrió—. Duré días odiándote porque sabía que quería que lo volvieras a hacer y me odiaba a mí misma por eso.
—Tu inocencia era la única barrera que existía entre nosotros. Me ahogaba en excitación cuando te besé por primera vez y luego te transformaste en una gata salvaje. Y estuve casi atrapado cuando saliste corriendo. La siguiente vez que te vi, estaba aún más excitado. La tercera vez… —hizo una pausa y la miró—. Estaba enamorado por completo de ti.
—Randal… ¿me estás diciendo la verdad? No podría soportarlo si se tratara de otro juego hiriente…
—Mi amor, la tercera vez que te vi estaba obsesionado contigo. Puedo recordar todas las cosas que te dije, de cómo no pararía hasta tenerte; mas cuando me fui, me percaté que todo era verdad. Que cada palabra que había pronunciado la había dicho en serio. Me detuve frente al casino y salí del auto, alarmado por lo que me sucedía. Entonces fue cuando caí en la cuenta de que estaba enamorado de ti.
—No puedo creerlo… —susurró temerosa de hacerse ilusiones.
—Me detuve en la entrada un momento. Vi mi nombre arriba de la puerta y pensé: Lucy Marlborough. Luego nos imaginé viviendo en Mallory, nuestros hijos jugando en el jardín, y me dije: allí está. Ella es.
—¡Cariño…!
El la besó de manera profunda y el amor que intercambiaron era diferente a cualquier otra cosa que ella hubiera experimentado.
—Me dijiste que tenías un novio —continuó él contra su boca—, y debería haberme sentido desalentado, pero siendo un cerdo arrogante, me convencí que en realidad no me importaba. Estaba seguro de poder romper cualquier relación que tuvieras con él. Era obvio que no te había hecho el amor o propuesto matrimonio; por lo tanto podías dejarlo cuando yo hiciera que te enamoraras de mí.
—Qué arrogante…—Lucy sonrió.
—Lo sé, lo sé —repuso él riendo—. Y tuve mi merecido al darme cuenta de que tú eras la parte seria de esa relación. Con sólo mirar a Blair descubrí que era un mentiroso. Pero tú estabas ciega con él. Sabía que te alejaba de tu vida adulta y lo odié por eso, porque noté que eras distinta cuando él estaba presente. El reprimía tu personalidad natural; todas las cosas que me gustaban de ti.
—Estaba acostumbrada a quererlo. Era sólo un hábito —respondió Lucy.
—También me di cuenta de eso. Tenía que luchar contra las ilusiones de tu niñez, y ese era un adversario más fuerte que cualquier hombre. Sabía que tenía que romper ese hechizo mágico por las buenas o por las malas. Y elegí las malas. Yo despertaba tu sensualidad. Me odiabas por eso, pero nunca me rechazabas. Decidí que el sexo era el arma más poderosa, por eso lo usé contigo. Sabía que con el tiempo eso haría que me demostraras tu verdadera naturaleza.
—¡Mi amor, te debo tanto…!
—¡Oh, disfruté haciéndolo! —Randal le besó los ojos—. Me gustaba hacerte montar en cólera que pronto se convertía en deseo. ¡En especial en mi casa de Newmarket! Te llevé allí para provocarte y al salir estaba lleno de deseo. Entonces sabía que estaba ganando la batalla.
—¿Fue entonces cuando decidiste lo del matrimonio?
—Eso lo decidí desde antes, pero tu respuesta de ese día me dijo que estabas lista para enamorarte de mí. Decidí jugármela y obligarte a casarte de inmediato.
—Me alegro que lo hayas hecho.
—Yo también. Pensé también que eso haría que Blair se descuidara. Al verte casada con un hombre rico y tu padre con un trabajo seguro, no se preocupó por esconder su riqueza mal habida.
Lucy suspiró - Fue hasta que me hiciste el amor que me di cuenta que estaba enamorada de ti, que fui capaz de ver a Edward como es en realidad.
—¿Y eso fue en nuestra noche de bodas? —Randal inclinó la cabeza para besarla en la boca—. Mi amor, si lo hubiera sabido…
—Fue como la manera en que tú te enamoraste de mí. Empecé a darme cuenta que algo poderoso estaba pasando después que me hiciste el amor. Pero no fue hasta que estábamos en el Coliseo que me llegó con todo el impacto.
—¡Lo sabía! —dijo Randal—. ¡Sabía que algo importante sucedió en ese momento!
—Estaba tan perdida como para seguir mintiéndome a mí misma. Todo se volvió de cabeza y supe que estaba profundamente enamorada de ti.
Sus bocas se encontraron en un beso largo que empezó lento y sensual y luego se transformó en una pasión abrasadora que los dejó sin aliento.
—¡Oh, Dios! —repuso él con voz ronca—. Te amo… cariño…
—¡Randal! —los dedos de ella se metieron entre el cabello de él y levantó sus labios hambrientos hacia la boga de Randal—. Te amo… ¡hazme el amor!

Holland Sarah - El amor está en juego

El relato comienza con Lucy Winslow llendo a buscar a su padre al casino, allí conoce al dueño del lugar, Randall Marlborough, quien trata de seducirla pero ella al estar de novia con Edward (abogado de la familia), lo evita, más aún luego de la advertencia que el joven le dijo expresamente que ella seria de él.
Su pareja se encarga todo el tiempo de denigrarla, decirle que solamente se ocupe de cocinar y apesar de eso, ellos estaban pensando en casarse.
Luego de que el padre de Lucy quedase importantemente endeudado, ella tiene 2 opciones, o su progenitor va a prisión, o ella decide casarse con Marlborough. Accediento a la segunda opción, ella decide unirse al matrimonio con Randall y luego tomarse su luna de miel en Italia, donde comienza el enamoramiento, pero el joven continúa maltrantandola, diciendole que solamente lo quería por sexo, que era una dama pero a la vez una zorra en la cama.
Al volver de su viaje, Lucy, habiendose dado cuenta de que su abogado, había estafado a la familia, robandoles su dinero, pero, su esposa la encuentra allí y piensa que lo fue a ver porque continua enamorada de ese hombre. Esto vuelve a suceder de nuevo y el protagonista se enoja, así es como Lucy empieza a llorar y le declara su amor, sintiendose humillada porque el finalmente logró lo que quería pero la joven no se esperaba es que Randall le dijese que sus sentimientos eran correspondidos.

Nota: 10
Me encanta que las parejas puedan pelearse, maltratarse y demás, no tiene porque ser todo color de rosa durante la historia, además de que me gusta que el hombre marque territorio y que una vez que esta decidido por algo (o alguien, mejor dicho), no lo deje ir por nada del mundo.

Meredith Webber - Amor indeciso

La historia ronda en un hospital (ya que los protagonistas son médicos) y comienza con un plan ideado por Nick David, poseedor de una fama que lo declara como un rompecorazones aunque habiese salido de su fracaso matrimonial y amigo de Phoebe Moreton,mujer que acababa de terminar su relación con su novio, Charles.
Ambos trabajan en la parte de oncología de la clínica, Nick busca desesperadamente la cura para el cancer, enfermedad que padece su mejor amigo, quien está internado allí.
Rápidamente, los protagonistas se dan cuenta que están enamorados y que su relación no se basa nada mas en darle celos a Charles, si no que va más allá de eso.
El libro culmina con el nacimiento de su bebé y con el nacimiento del amor entre 2 pacientes con cáncer, el amigo de Nick y otra paciente.

Nota: 7
No es un mal libro, tiene sus buenas partes, como por ejemplo cuando se besan solamente para poner celoso a Charles, pero si no lo hubiera leído, no hubiera cambiado nada, no le suma ni le resta nada a la literatura, es solamente un libro más.

Charlene Sands - Contra toda lógica (EXTRACTOS)

Tenía que desahogarse. Ya había llorado en casa de Laura, pero tenía tanta angustia en su interior que no pudo controlarse.
Recordó cómo lloraba de pequeña. Las lágrimas habían sido entonces su único consuelo. Solía esconderse en algún rincón de la casa y llorar abrazada a su manta, intentando no hacer ruido para que su padre no pudiera oírla.
Sabía que así no solucionaba nada, pero no podía evitarlo.
Se limpió después la cara con las manos y con el pañuelo que Laura le había dado.
Escuchó entonces un fuerte portazo.
Clint entró en el vestíbulo y se quedó parado al verla. La miraba con desprecio.
—Te casaste con mi padre bajo falsas pretensiones. Por ley, no tienes ningún derecho a las propiedades del Grupo Hayworth. Ni siquiera puedes llevar ese apellido. Quiero que salgas del rancho inmediatamente. Tienes de plazo hasta mañana.
Se puso en pie al escuchar sus duras palabras.
—Tu padre le sabía. Le conté todo.
—¿Puedes probarlo?
—¿Es que no me crees? —preguntó indignada.
—¿Por qué iba a hacerlo? Has estado mintiéndome desde el día que te conocí.
—Clint, deja que te lo explique.
—No —replicó él mientras la fulminaba con la mirada y le hablaba con suma frialdad—. No soy un hombre viejo y enfermo como mi padre. Ahora sé muy bien quién eres y no me creeré ni una palabra que salga de tu boca.
Se acercó a ella hasta estar a poco centímetros de su cara.
—No me equivoqué contigo cuando te conocí. Eres una mujerzuela mentirosa y una forajida, igual que el hermano al que asesinaste.
Sus palabras la hirieron tanto que se echó hacia atrás y tuvo que agarrarse a la escalera para no caer.
—Has actuado tan bien que todos se han creído que eres una viuda afligida y triste.
—¡Te equivocas! Tu padre me importaba mucho. ¡Y tú también...!
—Engañaste a mi padre sin tener que acostarte con él. Conmigo no fue tan fácil y tuviste que entregarte a mí. Una y otra vez. Y, cariño, eres muy buena en la cama. Tanto que...
—¡Ya basta!
Tenía que hacerlo callar, ya había oído bastante. Clint le estaba haciendo mucho daño, pero ella ya no era una víctima. No iba a permitirle que la destrozara de esa manera.
—No digas nada más. Me iré, pero no porque tú quieras que me vaya. Me voy porque no podría soportar vivir contigo en esta casa ni un segundo más. Eres un hombre resentido y amargado, Clint Hayworth. Piensas que tú nunca cometes errores, pero acabas de cometer el peor error de toda tu vida.
Él la miró y se quedó callado unos segundos.
—Vete ya, Tess. Vete si no quieres que todo el pueblo sepa quién eres en realidad.
—¿Se lo dirías?
Clint asintió.
Levantó orgullosa la cabeza y subió las escaleras hasta su dormitorio. No quería mostrarse débil ni vulnerable frente a Clint, pero la herida que había abierto en su interior era incurable.


Clint ensilló a Medianoche y salió al galope de allí. Quería alejarse cuanto antes de Tess. Iba a montar hasta que tuviera que pasar la noche en una de las chozas para los pastores que había a decenas de millas de la casa. No quería volver allí hasta que no se hubiera ido la viuda de Doble Hache. Estaba deseando que llegara el nuevo día.
Había llegado a confiar en ella y a pensar que se había equivocado al juzgarla. Pero no era la mujer que decía ser y no iba a soportar más mentiras y engaños.
Se había enamorado y ella lo había traicionado.
Estaba furioso. No podía creer que lo hubiera engañado de nuevo.
Ella lo había manipulado. Había conseguido que cayera en sus redes con sus grandes ojos azules y su delicioso cuerpo. Había sido muy lista. Hasta había sacrificado con él su virginidad para conseguir sus objetivos.
Azuzó al caballo para galopar más deprisa. Se agachó sobre el cuello del animal. Estaba deseando que llegara la noche y pudiera dormir y olvidar todo lo que había pasado ese día.
Después de un tiempo, tiró de las riendas para ir algo más despacio y darle un respiro al caballo. Oyó algunos sonidos en la distancia. No eran búhos ni coyotes. Tampoco era el viento en las ramas. Desmontó y tiró de la yegua. Fue hacia donde procedía ese sonido sin hacer ruido. Llevaba una mano sobre el revólver y se encontró entonces con un hombre que estaba destruyendo una de las chozas con un hacha. A su lado había una pila de maderos que había sacado de la construcción, parecía estar listo para prenderles fuego.
—Así que eras tú... —le dijo mientras se acercaba por detrás al hombre.
Sonny se giró rápidamente. Aún llevaba el hacha en la mano y estaba sudando. Maldijo entre dientes y tiró la herramienta al suelo.
—No es lo que piensa, Clint.
—Lo he pillado, Sonny, no puede negar la evidencia. Ya tenía algunas sospechas, pero la verdad es que me costaba creer que estuviera destruyendo a propósito el rancho. Dígame la verdad, ¿ha estado detrás de todo lo que ha pasado?
Sonny asintió con la cabeza.
Estaba fuera de sí. No podía dejar de pensar en Tess. Podía haber muerto por culpa de ese hombre. Sabía que ya no debería importarle, pero no podía evitarlo.
Fue hacia él y le agarró del cuello de la camisa con las dos manos.
—¡Dejó a Tess en medio de los pastos para que se muriera!
—No, no. Eso no fue culpa mía. Fue un accidente. Estaba arreglando un alambrado cuando vi al lobo y le disparé. No sabía que el caballo la había tirado.
—¡No le creo!
—No quería que nadie sufriera con esto ni resultara herido. No arriesgaría la vida de esa joven por nada del mundo.
—¿Por qué no? ¿Es que ella también está detrás de todo esto?
—No, fue todo cosa mía —replicó Sonny—. Ella no tiene nada que ver.
Soltó al capataz. El hombre parecía muy cansado y asustado.
—¿Lo ha hecho por venganza? Mi padre no le dejó nada en el testamento, ¿ha sido por eso? ¿También usted lo odiaba?
—Nunca odié a su padre. Era mi mejor amigo. Crecimos juntos.
—Pero no le dejó nada.
—No, pero me pagó muy bien durante todos los años que estuve trabajando para él. Tan bien que mi señora y yo podremos comprarnos nuestro propio terreno en cuanto termine de cumplir el último deseo de Hoyt. Le di mi palabra de que llevaría esto a cabo.
—Estoy perdiendo la paciencia, Sonny. No quiero oír acertijos.
—Fue idea de su padre, Clint. Me lo pidió y no pude decirle que no.
—Puede que odie a mi padre, Sonny, pero ni siquiera yo me creo que le pidiera que saboteara el rancho. Amaba este sitio demasiado como para pedirle eso.
—Pero más lo amaba a usted.
Se quedó mirándolo sin entender nada.
Sonny se sentó en la pila de madera.
—Siéntese, Clint. Y no me mire así.
Hizo lo que le decía.
—Escuche. Su padre y yo discutimos mucho sobre la conveniencia de hacer algo así, pero Hoyt insistió. Me dijo que, si usted volvía, tenía que crear todo tipo de problemas en el rancho —explicó el capataz mientras se sacaba un arrugado papel del bolsillo—. Me dio está lista.
Tomó el papel que le ofrecía y empezó a leer el contenido.
—Hacer desaparecer herramientas. Quemar el cobertizo de los cereales. Hacer un agujero en el tanque de agua. Tirar algunas vallas. Conducir parte del ganado hacia el rancho de Granger Holloway...
No tenía que leer más. En esa lista estaban todas las cosas que habían estado pasando en el rancho durante las últimas semanas. Pero seguía sin entenderlo.
—¿Es que mi padre se volvió loco?
—Su padre estuvo consciente y cuerdo hasta el día de su muerte. Me indicó con detalle todo lo que tenía que hacer y en qué orden. Quería que empezara poco después de su fallecimiento para que no fuera obvio que tenía que ver con su llegada al rancho.
—Pero él no sabía si iba a aparecer por aquí...
—No podía estar seguro. Pero esperaba que apareciera.
Sacudió con incredulidad la cabeza.
—Lo hizo por usted. Sabía que éste era su hogar y que se sentía unido al rancho. Y también sabía que no intentaría verlo antes de que muriera. Hoyt quiso contactar con usted varias veces, pero no tuvo suerte.
—Eso lo sé. Lo que no entiendo es por qué quería que usted hiciera todo esto. Aún no me lo creo del todo...
—Es la verdad, Clint. Siempre he sido leal al rancho. Hoyt sabía que sería duro para mí, pero tenía que cumplir su último deseo. Le debía mucho.
—¿Su último deseo era sabotear su propio rancho?
—No, su último deseo era tenerlo a usted aquí.
—¿Tenerme aquí? —repitió atónito.
—Sabía que no se iría mientras hubiera problemas en el rancho. Quería que volviera a sentirse unido a este sitio y recordara que es su hogar. Quería que el Doble Hache fuera para usted. Hoyt pensaba que se lo debía.
Cada vez estaba más furioso.
—Mi padre destruyó su propia familia. Y todo por este rancho. Hizo mucho daño a mi madre, le rompió el corazón y provocó con sus actos que me fuera de aquí...
—Todo lo que me pidió que hiciera lo hizo por usted, Clint. A su manera, quiere que sepa cuánto significaba para él.
—¡Maldito canalla!
—Puede que lo fuera. Pero lo quería. Por eso le dejó sólo la mitad del rancho. Confiaba en Tess y sabía que nunca dejaría que usted vendiera su propiedad. Le pidió que se lo prometiera y ella ha mantenido su palabra.
—No debería haberle confiado nada. Esa mujer es una mentirosa y una estafadora.
Ya se había hecho de noche y las temperaturas habían bajado mucho, pero él seguía encendido por dentro.
—Conozco su pasado, Clint —comentó Sonny mientras se rascaba la cabeza—. Hoyt me lo contó. La quería y confiaba en ella, incluso después de que supiera que había llegado al rancho fingiendo ser otra persona. Entendió muy bien sus motivos y la aceptó.
—Entonces, supongo que al menos esa parte de la historia es verdad.
—Y hay más...
—Creo que ya he oído suficiente.
—Pensaba que Tess era la mujer perfecta.
Se echó a reír al oír las palabras de Sonny.
—La mujer perfecta para usted.
—¿Para mí?
—Sí, para usted. Le tenía mucho afecto y quería mantenerla en el rancho. Creo que ésa fue en parte la razón por la que se casó con ella. Hoyt quería proporcionarle estabilidad, pero su padre siempre me decía que Tess podría llegar a ser su media naranja, Clint.
Eso fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Estaba fuera de control.
—¡Maldito sea! —exclamó—. ¡Maldito sea ese hombre! ¡Ha encontrado la manera de manipularme incluso desde la tumba! ¡Ni su muerte lo detuvo a la hora de conseguir lo que quería! ¡He estado a punto de caer en su trampa!
—Tener a una buena mujer como Tess y poder dirigir un rancho como el Doble Hache no me parece ninguna trampa, chico. Piense bien en ello —le dijo Sonny mientras se levantaba—. Yo ya he terminado aquí. Ya he cumplido mi promesa, ahora depende de usted.
El capataz fue hasta su caballo, pero se giró antes de montarlo.
—Acepte el consejo de este viejo, Clint. No deje que el orgullo y la cabezonería destrocen lo que quiere de verdad. Usted y esa joven están predestinados. Además, todo el mundo se merece una segunda oportunidad en la vida.
—¿Cree que Tess se merece esa oportunidad?
—Por Dios, chico, no estaba hablando de Tess. Hablaba de usted.
Sonny montó su caballo y se alejó de allí.
Tomó uno de los leños del montón y lo tiró al aire con todas sus fuerzas. Se sentía muy frustrado y tenía que sacar esa furia de su cuerpo.
Después sacó unas mantas de las alforjas y se dispuso a prepararse para pasar allí la noche.
Estaba demasiado disgustado como para comer nada antes de acostarse. No podía creerse que su padre hubiera conseguido tener la última palabra.
Una vez más.


Clint se despidió con un gesto y cerró la puerta.
No pasó ni un minuto cuando hubo otro golpe en la puerta.
—Sonny, ¿es usted de nuevo? —preguntó mientras la abría.
Pero no era Sonny.
Era Tess.
Estaba en el porche con la cabeza bien alta y la bolsa de viaje en la mano. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros y un vestido de seda que resaltaba el intenso azul de sus ojos.
No había visto nada más bonito en toda su vida.
Algo se derritió en su interior. Después sintió que todo volvía a su sitio y que por fin estaba en paz consigo mismo.
Era la primera vez en su vida que sabía de verdad qué era lo que quería.
—Escúchame bien, Clint Hayworth. No me importa lo que pienses de mí, pero éste también es mi hogar. Éste es mi sitio. Amo el rancho y no voy a marcharme de nuevo. ¡Si quieres que salga de aquí, tendrás que levantarme y sacarme de aquí tú mismo, porque yo no voy a irme!
—¿De verdad? —le preguntó Clint.
Algunos trabajadores del rancho observaban con interés la escena.
—¡Sí!
—Muy bien...
Se acercó a ella y la levantó en volandas. Le encantó sentirla de nuevo entre sus brazos. Apoyó el cuerpo de Tess en uno de sus hombros, sujetándola justo por debajo de su trasero.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —gritó ella mientras pataleaba en el aire.
—No te muevas —le ordenó.
Los mozos sonreían abiertamente. Parecían aprobar lo que estaba pasando delante de sus narices.
—Estoy haciendo lo que debería haber hecho hace semanas —añadió él mientras subía de dos en dos las escaleras.
Tess pareció tranquilizarse un poco.
—¿De qué hablas? —preguntó algo más tranquila.
Entró en su dormitorio y la dejó en la cama. Después la miró con intensidad a los ojos.
—Te he echado de menos, Tess.
—Theresa —lo corrigió ella.
—Para mí siempre serás Tess, cariño.
—¿Qué significa eso, Clint? No me gustan los acertijos. Pensé que ibas a echarme del rancho.
—¿Por qué iba a hacerlo?
Ella lo miró con los ojos entrecerrados y actitud amenazante. No parecía gustarle que le estuviera tomando el pelo.
—De acuerdo, lo admito. Me equivoqué contigo. Contigo y con todo.
Tess se levantó de la cama. No le gustó que lo hiciera, pero estaba convencido de que conseguiría tenerla allí muy pronto. Y de forma permanente.
—¿Qué quieres decir? ¿Es que ya no vas a intentar comprarme mi parte del rancho?
Se rascó la barbilla despacio, fingiendo estar muy pensativo.
—Bueno. Eso depende...
—¿De qué?
—De si te casas conmigo o no.
—¿Qué?
—Te amo, Tess. Mi padre tenía razón. Eres la mujer perfecta para mí y éste es tu hogar. He tardado bastante en darme cuenta de ello. No podía creer que me hubiera manipulado de esta manera desde su tumba, pero la verdad es que ya nada de eso me importa. Cuando te vi hace un momento en el porche, mirándome, me di cuenta de que los dos tenemos que estar aquí y dirigir juntos el rancho. Cásate conmigo, Tess. Conviértete en mi esposa.
A Tess se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo evitar que se derramaran por sus mejillas.
—¿Podrías repetir todo eso, Clint? Sólo he entendido que me querías. Después ya no he podido oír nada nías...
Sonrió y se acercó a ella.
—¿Me quieres, Tess?
—Sí. Te amo, Clint.
Le secó con suavidad las mejillas.
—No llores, cariño.
—Pero es que... Esto... No me esperaba esto.
La abrazó con ternura.
—Yo tampoco. No era mi idea enamorarme de ti cuando volví al rancho. Tampoco pensé que iba a encontrarte viviendo aquí. Tenía en mi cabeza la imagen de una viuda avariciosa que quería arrebatarme mi mitad del rancho. No te di una oportunidad...
—No, cariño, no lo hiciste. Y yo no podía romper la promesa que le hice a tu padre.
—Has tenido una vida muy dura, Tess. Y yo no te lo puse nada fácil. Pero, a pesar de lo enfadado que estaba, nunca dejé de admirar la manera en la que te aferrabas a tu promesa.
—Entonces, ¿has perdonado a tu padre?
—Aún no. Pero voy a intentarlo, Tess. Eso es todo lo que puedo ofrecerte ahora mismo.
Tess le acarició con ternura la cara.
—No pido nada más...
La abrazó con cariño y la besó. No podía dejar de decirle cuánto la amaba.
—Te resarciré, Tess. Quiero que se desvanezca todo el sufrimiento que ha habido en tu vida.
Tess sonrió dulcemente.
—Siempre supe que eras un buen hombre.
—Gracias por no compararme con mi padre...
—No, nunca lo haría. Sois distintos y nunca he querido a nadie como te amo a ti.
—Vamos a ser muy felices en el rancho.
—Y yo tendré tus hijos —le dijo Tess.
Pero se detuvo al instante y lo miró asustada.
—Porque quieres tener hijos, ¿verdad? —preguntó ella con algo de inseguridad.
Se le vino de nuevo a la cabeza la imagen de Tess sosteniendo a Abigail Larson en sus brazos. No podía creerse que fuera a verla un día acunando con esa ternura a su propio hijo.
—Sí, tendremos niños. Y cuanto antes mejor, cariño.

jueves, 29 de enero de 2009

Charlene Sands - Contra toda lógica

El padre de Clint Hayworth, un hombre del gran magnate de los negocios en el campo, ha muerto dejando como herederos de sus cosas a él y a Tess Hayworth, su joven esposa que tenía un padre abusivo por lo tanto ella había emprendido una campaña con el fin de que ninguna mujer tuviese que pasar por lo que ella vivió.
Tras llegar a su antigua vivienda que no había vuelto desde que su padre y su madre se habían peleado, Clint acusa a la viuda de estar puramente interesada en la fortuna del difunto.
Durante el libro van a ocurrir percanses en el campo, lo que causará una acusasiones entre los protagonistas, pero al final se sabra que fue un criado del lugar quien los llevaba a cabo con el objetivo de mantener a Clint en el campo y así, él lograse conocer a Tess, todo esto fue planeado por el padre del joven, que había decidido juntarlos a ellos, porque se dió cuenta que ella sería una perfecta esposa para su único hijo.


Es un buen libro, pero nada fuera del otro mundo, esta muy bueno eso si la idea de que el padre de Clint, a quien el protagonista odiaba tanto, se preocupase por el futuro de su hijo, hasta decidiendo quien podría ser una buena pareja para él.

Nota: 9

Miranda Lee - El otro (extracto)

—Eso no es verdad —replicó Jason—. No es verdad —repitió. Sintió una punzada en su corazón—. Yo te amo, Emma. Te amo con todo mi corazón. Yo no me he casado contigo por dinero. Yo me enterado de lo de la herencia por él. Cree que todos estamos cortados por el mismo rasero. No se puede imaginar que yo me haya enamorado de ti. Pero soy yo el que no me puedo imaginar no amarte. No puedo imaginarme una vida sin ti.
Jason sabía que su declaración de amor no estaba causando una gran impresión. Estaba cansado y derrotado. Por la forma en que lo estaba mirando, pensó que estaba perdiendo el tiempo.
—No puedo pedirte que me quieras —continuó diciéndole, casi por desesperación, sin esperanza alguna—. No puedo obligarte a que vengas a casa conmigo. No puedo impedir que te alejes de este... ser. Lo único que puedo hacer es apelar a tu sentido común. Y sé que lo tienes. Piensa un poco, Emma, y después juzga. El hombre se conoce por sus acciones, no por sus palabras. ¿Habría actuado como he actuado estas últimas semanas si no hubiera sido por celos? ¿Habría actuado Ratchitt como ha actuado, olvidándose de ti un año, si realmente hubiera estado enamorado?
No dijo una palabra, sólo continuó mirándolo.
—Eso es todo lo que tengo que decir. Es lo único que puedo decir. Me voy a casa. Te esperaré hasta mañana. Si no vuelves, no me quedaré en Tindley. No podría soportarlo. Puedes divorciarte cuando quieras y marcharte con él, si es lo que quieres. No me interpondré en tu camino. Pero que Dios se apiade de ti, si ése es el camino que eliges, Emma, porque te destrozará.
—No le escuches, Emma. Él es el que te destrozará. Es diabólico. E inteligente. Más inteligente que yo. Yo no tengo el poder que tiene él con las palabras. Ni tampoco su educación. Lo único que tengo es mi corazón. Siéntelo, Emma —le agarró una mano y se la puso en su pecho—. Está latiendo por ti. Ya sé que te hice sufrir hace un año. Me equivoqué. Lo único que puedo decir es que me encontraba solo y esa chica me acosó. Pero eso no es amor, Emma. Tú te has acostado con este hombre. Has hecho el amor con él. Pero eso no es amor. Eso no viene del corazón. Cuando tú y yo estemos juntos, entonces, sabrás lo que es amor. Será increíble, princesa. Te lo prometo...
Emma se quedó mirando sus ojos negros penetrantes como si estuviera hipnotizada, incapaz de romper el hechizo que provocaba en ella sus palabras y su presencia. Jason no pudo soportar más aquella escena. Tenía el corazón roto.
Se dio media vuelta y se marchó. No supo siquiera cómo llegó a su casa.
El doctor se había marchado, gracias a Dios. No quería que otro hombre viera las lágrimas que caían por sus mejillas. Entró en el salón y se quedó sentado en la oscuridad mirando a la nada, llorando. Se quedó esperando a Emma, confiando en que volviera.
¿Cómo no podía ver la verdad? ¿Cómo se podía dejar engañar por un tipo así?
Era fácil, aceptó Jason. A él le había pasado lo mismo con Adele. Tanto Ratchitt como Adele atraían físicamente y no les interesaba nada más. Los dos eran inteligentes. Los dos hacían cosas que los demás no se atrevían a hacer. Los dos corrompían. Los dos seducían y tergiversaban las cosas.
Jason pensó en Emma y, en ese momento, se dio cuenta de que no se podía quedar sentado sin hacer nada. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Matar a ese tipo?
En otros tiempos podía haberla raptado y habérsela llevado de aquel pueblo. Pero en aquella época lo meterían en la cárcel. ¿No sería la cárcel algo mejor que la agonía de no hacer nada para salvarla de un destino peor que la muerte?
Estaba sentado, todavía pensando en asesinatos y raptos, cuando oyó el sonido de la puerta de la calle.
Jason apretó los puños. Prefirió no hacerse ilusiones. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si iba sólo para recoger algo de ropa? ¿Y si no era Emma?
Se quedó sentado inmóvil, como una piedra.
—¿Jason? —lo llamó con voz suave—. ¿Dónde estás?
No respondió. No podía.
La escuchó subir las escaleras y llamarlo.
—¿Dónde estás, Jason? —gritó ella con tono de desesperación.
—Estoy aquí —le dijo al fin, con voz vacía y hueca.
Emma encendió la luz y se quedó en la puerta mirándolo. No sabía qué aspecto tenía, pero debía tenerlo bastante malo a juzgar por la expresión que puso ella.
—Oh, Jason —exclamó ella. Se agachó y se puso al lado del sillón—. Lo siento —le dijo con los ojos arrasados de lágrimas—. De verdad que lo siento...
¿Qué sentía? ¿El que lo iba a dejar?
Eso tenía que ser. Había tardado mucho en ir a casa, si es que no se iba a ir. Era una agonía pensar en todo lo que Ratchitt y ella habrían estado haciendo durante todo ese tiempo.
—Recoge lo que hayas venido a buscar y vete —le dijo. Si era tan tonta de querer a Ratchitt, era lo mejor.
—He venido a quedarme contigo, Jason —le respondió. Estiró su mano y se la puso donde el perro le había mordido.
Jason apartó el brazo, en parte por dolor.
—¿Qué te ha pasado en el brazo? —le preguntó—. ¡Enséñamelo! —le subió la manga de la camisa. Se quedó boquiabierta.
—Oh Jason...
—No es nada —le dijo.
Se miraron, pero él todavía no se creía lo que le había dicho.
—¿De verdad te vas a quedar conmigo?
Ella asintió. Las lágrimas le corrían por las mejillas.
—¿Y Ratchitt?
—No quiero saber nada de él.
—No quieres saber nada de él.
—Ya no estoy enamorada de él, Jason. Ni siquiera lo quiero.
—¿No?
—No. Estoy segura. Bastante segura.
No sabía qué responder, tan embargado por la emoción como estaba.
—Lo que dijiste de que estabas enamorado de mí, ¿lo dijiste de verdad?
—Sí —fue lo único que pudo responder. Se sintió más aliviado, pero muy agotado.
—Sabía que no podías mentir en algo así. Tú no —le agarró del brazo bueno y lo intentó levantar.


—¿Qué es lo que intentas decirme, Emma?
—Que estoy enamorada de ti, Jason.
Tragó saliva un par de veces.
—No me digas eso si de verdad no lo sientes...
—Lo digo de todo corazón, cariño.
Sólo los labios de ella impidieron que él respondiera. Se estuvieron besando y sus cuerpos se fundieron para satisfacer la necesidad que sentían el uno por el otro. Después se quedaron abrazados, sin decir una sola palabra.
Jason ya no sentía dolor alguno. Emma estaba enamorada de él.
—¿Cuándo te has dado cuenta de que estabas enamorada de mí? —le preguntó al cabo de un rato.
—Después de lo de Adele —le respondió—. Pero no estuve segura hasta anoche.
—¿En qué momento?
—No lo sé muy bien. Anoche estaba aturdida. Para serte sincera, tu declaración de amor me sorprendió. Todo me pareció irreal...
—¿Irreal?
—Tú no sabes la impresión que causas en los demás, Jason. La primera vez que viniste a visitar a la tía Ivy te miré y me quedé boquiabierta.
—¡Pues yo no me di cuenta de que me miraste!
—Pues te miré. Y después, me quedé pensando en ti. Pero te veía algo así como a una estrella del cine. Alguien inaccesible. Y después esperaba tus visitas con ansiedad. Me preguntaba qué hacía alguien como tú en este pueblo, vestido de forma tan elegante. Me preguntaba con qué tipo de mujer te ibas a casar. Por eso me quedé sorprendida cuando me pediste que me casara contigo. No pensaba que yo encajara con la imagen de la mujer que yo imaginaba para ti... Pero Adele sí... —continuó diciendo—. Era la imagen perfecta. Aquel fin de semana no sé cómo logré sobrevivir. Estaba deseando hacer el amor contigo, te echaba mucho de menos y, de repente, vino aquella mujer a mi tienda y me dijo que habíais pasado todo el fin de semana juntos. Cuando se marchó, estuve a punto de romper todo lo que encontraba a mi paso. Estaba celosa. No veía las cosas con claridad. Lo único que pude hacer fue llorar y llorar. En ese momento, fue cuando me di cuenta de mis sentimientos por ti.
—A mí también me pasó lo mismo —le respondió Jason—. El pánico que sentí al enterarme de que Adele había estado contigo fue increíble. En aquel momento, tenía que haberme dado cuenta de mis sentimientos por ti. Pero no me di cuenta hasta que no te vi en la iglesia el día de la boda.

Belinda Barnes - Cosas del corazón (extractos)

James pisó el freno y Sara bajó la ventanilla cuando vio a Cal corriendo hacia ellos.
Sin aliento, él se paró a su lado y sacó unos papeles del bolsillo.
-Aquí están los papeles que Gary ha firmado rehusando la patria potestad de Jessie -explicó. Después, señaló otros papeles-. ¿Sabes lo que son?
-Los papeles del divorcio -dijo Sara.
Cal los rompió en trocitos.
-Sé que soy testarudo y difícil de trato a veces. Sé que intento decirte lo que debes hacer, pero no puedo dejarte ir. Quiero que te quedes, que seas mi mujer, que duermas conmigo y que, quizá un día, me quieras tanto como yo te quiero a ti.
Los ojos de Sara volvieron a llenarse de lágrimas y tuvo que cubrirse la boca con la mano.
-¿Has dicho que me quieres?
-Sí. Te quiero, Sara.
Ella se quitó el cinturón de seguridad y saltó de la camioneta.
Cal la tomó en sus brazos y la besó con toda su alma mientras Sheep daba vueltas a su alrededor, ladrando de contento.
-Dímelo otra vez.
Él tomó su cara entre las manos.
-He sido un idiota, pero ¿qué puedes esperar de un hombre enamorado? -sonrió, acariciando su pelo-. Lo he estropeado todo, pero quiero pedirte otra oportunidad. ¿Es demasiado tarde?
-Oh, Cal, tengo tanto miedo.
-¿De mí?
-No, de lo que siento por ti. Tengo miedo de no hacerlo bien -dijo Sara, secándose las lágrimas.
-Yo también -confesó él-. Pero si estamos juntos, todo será maravilloso, estoy seguro.
Después, incapaz de contenerse, volvió a tomarla en sus brazos y la besó intentando decirle así todo lo que no sabía decircon palabras.



Cal la llevó a una esquina del salón y le dio una cajita de terciopelo.

-¿Qué es esto?
-Intenté recuperar tus cosas... lo que ese idiota del señor Davis vendió.
Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas.
-Cal, no tenías que hacerlo.
-Sí tenía que hacerlo. Ojalá hubiera tenido más suerte. Me temo que esto es lo único que he en contrado.
Sara se echó en los brazos de su marido.
-Ya no importa. Tú eres todo lo que necesito. Tú y Jessica sois mi futuro.
Cal señaló la cajita.
-Ábrela -dijo, sonriendo. Sara la abrió con manos temblorosas. En cuanto reconoció el broche de su abuela con la fotografía de su madre se echó a llorar-. Ahora entiendo lo que tu padre quería decir.
-¿Qué? -exclamó Sara, incrédula.
-Tú has conseguido que recuperase a mis padres y es justo que yo haga lo mismo por ti.
-No, Cal, no es lo mismo. El me dejó cuando tenía nueve años y nunca volvió a preocuparse de mí.
Cal secó sus lágrimas con un dedo.
-Tienes que entender. Te dejó porque...
-Porque no me quería -terminó Sara la frase, con todo el dolor de su corazón.
Cal levantó su barbilla con un dedo, mirándola a los ojos.
-No, cariño. Tú me contaste que él bebía, que nunca tenía trabajo y la razón era que...
-Yo amaba a tu madre más que a mi propia vida.
Sara se volvió y, de repente, se encontró con alguien que se parecía al hombre que había sido su padre. Iba vestido como un vaquero y tenía el pelo gris.
Los ojos del hombre estaban llenos de lágrimas cuando levantó una mano para acariciar su pelo.
-Incluso de niña eras la viva imagen de tu madre -dijo Hank Jamison-. Cada vez que te miraba, recordaba lo que había perdido. Lo siento Sara Ann, pero perder a tu madre casi me costó la vida. Por eso bebía, por eso tuve que marcharme -añadió su padre con voz ronca. Sara estaba temblando y Cal la tomó por la cintura para darle fuerzas. Hank Jamison se quedó mirando a su hija, esperando que dijera algo, pero Sara no podía hablar-. No quería hacerte daño, Sara Ann. Tu marido me ha contado cuánto te hirió mi ausencia y quiero pedirte perdón. No espero que lo entiendas, pero yo estaba demasiado perdido en mi propio dolor como para pensar en otra cosa. Y cuando conseguí volver a tener una vida normal, era demasiado tarde.
-Pero nunca volviste. Nunca me llamaste -dijo Sara, casi sin voz.
-Te llamé muchas veces, pero tu abuela me decía que no querías hablar conmigo. Cuando ella murió fui a buscarte, pero ya no estabas.
Sara respiró profundamente para darse valor.
-La abuela nunca pudo superar la pérdida de mamá. Y yo lo único que quería -empezó a decir Sara, intentando controlar el temblor en su vozera que mi papá volviera a casa.
Hank Jamison cerró los ojos y respiró profundamente.
-Lo siento, Sara Ann. Yo no sabía... Debes odiarme.
-Creí que te odiaba, pero no es así.
-¿Es demasiado pedir que me des un abrazo?
Sara no pudo contener la sonrisa que había nacido en su corazón. Apartándose de Cal, se libró de todo el dolor y la pena que había sufrido de niña y se echó en los brazos de su padre. Los dos estaban llorando.
-Creí que te había perdido para siempre. ¿Podrás perdonarme?
Sara le dio un beso en la mejilla.
-Te quiero, papá.
-Yo también te quiero, Sara Ann -murmuró él. Cuando pudo recuperar la compostura, estrechó la mano de Cal-. Gracias por darle a este viejo una segunda oportunidad.
-Lo he hecho por Sara. Tenía derecho a saber lo que pasó.
Sara presentó a su padre a todo el mundo y después le puso a Jessica en los brazos.
-¿Esta niña es mi nieta?
-Sí, papá.
Sara y Cal se alejaron un poco de los invitados para disfrutar de aquella recién lograda felicidad.
-¿Te he dicho que el abogado ya ha recibido los papeles de la adopción? -sonrió Cal. Sara negó con la cabeza.
-¿Qué hay que hacer ahora?
Él se encogió de hombros.
-Ya está. Soy el padre legal de la niña. Lo único que queda es que tú te decidas a cambiar lo de Jessica por Jessie, que es mucho más bonito.
Sara se lo pensó un momento.
-Está bien. La verdad es que me he acostumbrado a llamarla Jessie yo también.
Cal la abrazó.
-¿Estás segura?
-Sí -contestó ella, enredando los brazos alrededor de su cuello-. ¿Sabes una cosa, Cal? El día más afortunado de mi vida fue el día que casi te atropello.
-El mío también -sonrió él, apretándola contra su pecho-. Llegaste a mi vida cuando más te necesitaba y pienso pasar el resto de ella amándote.
Sara se puso de puntillas para besarlo en los labios.
-¿Te he dicho que Jessie va a pasar la noche en casa de tus padres?
Los ojos de Cal se iluminaron de pasión.
-Entonces, ¿qué hacemos aquí? -sonrió, tirando de ella hacia la puerta.
-Espera. ¿Qué van a decir los invitados? Cal la miró con sus ojos de color plata.
-Pensarán, señora Tucker, que te quiero y que no puedo esperar un minuto más para demostrártelo con...
Sara le tapó la boca con la mano.
-No pierdas el tiempo hablando. Vámonos a casa.