jueves, 3 de diciembre de 2009

Promesas - Spencer

Las chinelas estaban tejidas en hilo grueso negro. Tom le envolvió los dos pies con el camisón, acomodó a Emily en su regazo, la rodeó con los brazos y la miró a la cara, que estaba más alta.
—Emily, no le dejas a uno mucho tiempo. No habría hecho esto si hubiese tenido otra alternativa. Pero ya te dije que el hombre persigue y yo te persigo del único modo que sé, por loco que parezca.
—Loco sería un modo muy gentil de expresarlo. Lo que me hiciste ayer en la calle fue terrible.
—Sin embargo, te hizo detenerte y pensar.
—¡Pero, no se... no se sigue a una chica en un carro de estiércol y se le ofrece matrimonio!
—Como lo sé, por eso vengo a pedírtelo otra vez.
—¡Esta vez, detrás del retrete!
—El retrete está allá; este es el cobertizo.
Señaló con la cabeza.
—Thomas Jeffcoat, eres un lunático.
—Estoy enamorado. Por eso he venido a preguntártelo otra vez: ¿quieres casarte conmigo?
—No.
—¿Me amas?
—¡Cómo me preguntas una cosa semejante, sabiendo que mi boda está fijada para mañana!
Exasperada, forcejeó para soltarse, pero Tom la sujetó con más fuerza de los hombros y las rodillas.
—¡No contestes mi pregunta con otra! ¿Me amas?
—Eso no tiene nada que ver con mi promesa de...
—¿Me amas? —insistió, apretándole el cuello con una mano metida en el grueso guante, obligándola a volver el rostro hacia él.
—Te deseo. No sé si es lo mis...
Estampó su boca sobre la de ella con fuerza, infundiendo al beso todo el amor, la desesperación y la frustración que sentía. Cuando la soltó, tenía el aliento agitado y la expresión sincera:
—Yo también te deseo... no lo negaré. Te deseo tanto que me acostaría contigo aquí en la nieve. Pero es más que eso. Camino por mi casa vacía y te imagino conmigo. Te quiero en mi mesa del desayuno, aunque no sepas freír huevos. Por lo que a mí me importa, podemos comer tostadas quemadas... diablos, hasta estoy dispuesto a quemarlas yo mismo, pero te quiero ahí, Emily. Y en el establo: eres estupenda con los caballos. ¿No nos imaginas yendo hasta allí todos los días y trabajando juntos? ¡Qué equipo formaríamos para los negocios!
"¿Y qué me dices de los estudios? Charles me dijo que los abandonarás para tener hijos, inmediatamente después que tú me dijiste que aún no querías tenerlos. Eso no está bien, Emily. Y yo tampoco quiero hijos antes de que tú lo quieras. Por un tiempo, quisiera que sólo estemos tú y yo, vagando por esa gran casa en ropa interior. No sé cómo podríamos arreglárnoslas, al ver de qué modo el deseo nos importuna todo el tiempo, pero lo intentaríamos. Emily... —Esta vez lo pronunció con más ternura—. Te amo. No quiero perderte.
Encogida sobre sí misma, Emily se quedó entre sus brazos y dejó que la convenciera, que la nariz fría de Tom le rozara la mejilla tibia y recibió de buen grado sus labios en los suyos. Olvidó la boda inminente. Olvidó el frío. Olvidó negarse. Abrió la boca y respondió al beso... un beso arriesgado, ferviente, que sólo acarreaba más confusión, pero aun así participó, con el anhelo de alguien al que pronto le sería negado ese placer. Sabía tal como lo recordaba y la alarmó la familiaridad de su olor y su tacto, que resultaba una tentadora combinación de lo húmedo y lo suave, lo flexible y lo duro. Mientras la lengua de Tom la arrasaba, sentía explotar oleadas de calor en su interior. Inclinó la cabeza, la torció, sin interrumpir el beso, soltando una mano y apoyándola en la cara de él. La mejilla era tibia, erizada de la barba crecida durante la noche; el mentón, duro; el cuello cálido y aterciopelado. Tenía la cabeza echada atrás, apoyada contra la pared del cobertizo, y Emily interpuso la mano para protegerlo de la superficie dura y helada.
La danza de las lenguas cortejó el desastre, permitiendo que los sentimientos de ambos se expandieran. Las manos del hombre se movieron, una hacia el hombro, otra hacia una nalga redonda, donde el borde del pesado abrigo daba paso a la tela más fina del camisón... grueso sobre fino... cuero sobre algodón... trazando dibujos sobre la carne firme, fingiendo que su mano no estaba cubierta con el guante. Cuando los corazones y las respiraciones de los dos se tornaron agitados, dieron por acabado el beso, ambos con la misma frustración.
—Oh, Emily...
Fue un susurro angustiado.
—¿Por qué no me lo pediste antes? —se desesperó, cerrando los ojos.
—Porque no lo supe hasta que te besé.

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