jueves, 29 de enero de 2009

Charlene Sands - Contra toda lógica

El padre de Clint Hayworth, un hombre del gran magnate de los negocios en el campo, ha muerto dejando como herederos de sus cosas a él y a Tess Hayworth, su joven esposa que tenía un padre abusivo por lo tanto ella había emprendido una campaña con el fin de que ninguna mujer tuviese que pasar por lo que ella vivió.
Tras llegar a su antigua vivienda que no había vuelto desde que su padre y su madre se habían peleado, Clint acusa a la viuda de estar puramente interesada en la fortuna del difunto.
Durante el libro van a ocurrir percanses en el campo, lo que causará una acusasiones entre los protagonistas, pero al final se sabra que fue un criado del lugar quien los llevaba a cabo con el objetivo de mantener a Clint en el campo y así, él lograse conocer a Tess, todo esto fue planeado por el padre del joven, que había decidido juntarlos a ellos, porque se dió cuenta que ella sería una perfecta esposa para su único hijo.


Es un buen libro, pero nada fuera del otro mundo, esta muy bueno eso si la idea de que el padre de Clint, a quien el protagonista odiaba tanto, se preocupase por el futuro de su hijo, hasta decidiendo quien podría ser una buena pareja para él.

Nota: 9

Miranda Lee - El otro (extracto)

—Eso no es verdad —replicó Jason—. No es verdad —repitió. Sintió una punzada en su corazón—. Yo te amo, Emma. Te amo con todo mi corazón. Yo no me he casado contigo por dinero. Yo me enterado de lo de la herencia por él. Cree que todos estamos cortados por el mismo rasero. No se puede imaginar que yo me haya enamorado de ti. Pero soy yo el que no me puedo imaginar no amarte. No puedo imaginarme una vida sin ti.
Jason sabía que su declaración de amor no estaba causando una gran impresión. Estaba cansado y derrotado. Por la forma en que lo estaba mirando, pensó que estaba perdiendo el tiempo.
—No puedo pedirte que me quieras —continuó diciéndole, casi por desesperación, sin esperanza alguna—. No puedo obligarte a que vengas a casa conmigo. No puedo impedir que te alejes de este... ser. Lo único que puedo hacer es apelar a tu sentido común. Y sé que lo tienes. Piensa un poco, Emma, y después juzga. El hombre se conoce por sus acciones, no por sus palabras. ¿Habría actuado como he actuado estas últimas semanas si no hubiera sido por celos? ¿Habría actuado Ratchitt como ha actuado, olvidándose de ti un año, si realmente hubiera estado enamorado?
No dijo una palabra, sólo continuó mirándolo.
—Eso es todo lo que tengo que decir. Es lo único que puedo decir. Me voy a casa. Te esperaré hasta mañana. Si no vuelves, no me quedaré en Tindley. No podría soportarlo. Puedes divorciarte cuando quieras y marcharte con él, si es lo que quieres. No me interpondré en tu camino. Pero que Dios se apiade de ti, si ése es el camino que eliges, Emma, porque te destrozará.
—No le escuches, Emma. Él es el que te destrozará. Es diabólico. E inteligente. Más inteligente que yo. Yo no tengo el poder que tiene él con las palabras. Ni tampoco su educación. Lo único que tengo es mi corazón. Siéntelo, Emma —le agarró una mano y se la puso en su pecho—. Está latiendo por ti. Ya sé que te hice sufrir hace un año. Me equivoqué. Lo único que puedo decir es que me encontraba solo y esa chica me acosó. Pero eso no es amor, Emma. Tú te has acostado con este hombre. Has hecho el amor con él. Pero eso no es amor. Eso no viene del corazón. Cuando tú y yo estemos juntos, entonces, sabrás lo que es amor. Será increíble, princesa. Te lo prometo...
Emma se quedó mirando sus ojos negros penetrantes como si estuviera hipnotizada, incapaz de romper el hechizo que provocaba en ella sus palabras y su presencia. Jason no pudo soportar más aquella escena. Tenía el corazón roto.
Se dio media vuelta y se marchó. No supo siquiera cómo llegó a su casa.
El doctor se había marchado, gracias a Dios. No quería que otro hombre viera las lágrimas que caían por sus mejillas. Entró en el salón y se quedó sentado en la oscuridad mirando a la nada, llorando. Se quedó esperando a Emma, confiando en que volviera.
¿Cómo no podía ver la verdad? ¿Cómo se podía dejar engañar por un tipo así?
Era fácil, aceptó Jason. A él le había pasado lo mismo con Adele. Tanto Ratchitt como Adele atraían físicamente y no les interesaba nada más. Los dos eran inteligentes. Los dos hacían cosas que los demás no se atrevían a hacer. Los dos corrompían. Los dos seducían y tergiversaban las cosas.
Jason pensó en Emma y, en ese momento, se dio cuenta de que no se podía quedar sentado sin hacer nada. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Matar a ese tipo?
En otros tiempos podía haberla raptado y habérsela llevado de aquel pueblo. Pero en aquella época lo meterían en la cárcel. ¿No sería la cárcel algo mejor que la agonía de no hacer nada para salvarla de un destino peor que la muerte?
Estaba sentado, todavía pensando en asesinatos y raptos, cuando oyó el sonido de la puerta de la calle.
Jason apretó los puños. Prefirió no hacerse ilusiones. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si iba sólo para recoger algo de ropa? ¿Y si no era Emma?
Se quedó sentado inmóvil, como una piedra.
—¿Jason? —lo llamó con voz suave—. ¿Dónde estás?
No respondió. No podía.
La escuchó subir las escaleras y llamarlo.
—¿Dónde estás, Jason? —gritó ella con tono de desesperación.
—Estoy aquí —le dijo al fin, con voz vacía y hueca.
Emma encendió la luz y se quedó en la puerta mirándolo. No sabía qué aspecto tenía, pero debía tenerlo bastante malo a juzgar por la expresión que puso ella.
—Oh, Jason —exclamó ella. Se agachó y se puso al lado del sillón—. Lo siento —le dijo con los ojos arrasados de lágrimas—. De verdad que lo siento...
¿Qué sentía? ¿El que lo iba a dejar?
Eso tenía que ser. Había tardado mucho en ir a casa, si es que no se iba a ir. Era una agonía pensar en todo lo que Ratchitt y ella habrían estado haciendo durante todo ese tiempo.
—Recoge lo que hayas venido a buscar y vete —le dijo. Si era tan tonta de querer a Ratchitt, era lo mejor.
—He venido a quedarme contigo, Jason —le respondió. Estiró su mano y se la puso donde el perro le había mordido.
Jason apartó el brazo, en parte por dolor.
—¿Qué te ha pasado en el brazo? —le preguntó—. ¡Enséñamelo! —le subió la manga de la camisa. Se quedó boquiabierta.
—Oh Jason...
—No es nada —le dijo.
Se miraron, pero él todavía no se creía lo que le había dicho.
—¿De verdad te vas a quedar conmigo?
Ella asintió. Las lágrimas le corrían por las mejillas.
—¿Y Ratchitt?
—No quiero saber nada de él.
—No quieres saber nada de él.
—Ya no estoy enamorada de él, Jason. Ni siquiera lo quiero.
—¿No?
—No. Estoy segura. Bastante segura.
No sabía qué responder, tan embargado por la emoción como estaba.
—Lo que dijiste de que estabas enamorado de mí, ¿lo dijiste de verdad?
—Sí —fue lo único que pudo responder. Se sintió más aliviado, pero muy agotado.
—Sabía que no podías mentir en algo así. Tú no —le agarró del brazo bueno y lo intentó levantar.


—¿Qué es lo que intentas decirme, Emma?
—Que estoy enamorada de ti, Jason.
Tragó saliva un par de veces.
—No me digas eso si de verdad no lo sientes...
—Lo digo de todo corazón, cariño.
Sólo los labios de ella impidieron que él respondiera. Se estuvieron besando y sus cuerpos se fundieron para satisfacer la necesidad que sentían el uno por el otro. Después se quedaron abrazados, sin decir una sola palabra.
Jason ya no sentía dolor alguno. Emma estaba enamorada de él.
—¿Cuándo te has dado cuenta de que estabas enamorada de mí? —le preguntó al cabo de un rato.
—Después de lo de Adele —le respondió—. Pero no estuve segura hasta anoche.
—¿En qué momento?
—No lo sé muy bien. Anoche estaba aturdida. Para serte sincera, tu declaración de amor me sorprendió. Todo me pareció irreal...
—¿Irreal?
—Tú no sabes la impresión que causas en los demás, Jason. La primera vez que viniste a visitar a la tía Ivy te miré y me quedé boquiabierta.
—¡Pues yo no me di cuenta de que me miraste!
—Pues te miré. Y después, me quedé pensando en ti. Pero te veía algo así como a una estrella del cine. Alguien inaccesible. Y después esperaba tus visitas con ansiedad. Me preguntaba qué hacía alguien como tú en este pueblo, vestido de forma tan elegante. Me preguntaba con qué tipo de mujer te ibas a casar. Por eso me quedé sorprendida cuando me pediste que me casara contigo. No pensaba que yo encajara con la imagen de la mujer que yo imaginaba para ti... Pero Adele sí... —continuó diciendo—. Era la imagen perfecta. Aquel fin de semana no sé cómo logré sobrevivir. Estaba deseando hacer el amor contigo, te echaba mucho de menos y, de repente, vino aquella mujer a mi tienda y me dijo que habíais pasado todo el fin de semana juntos. Cuando se marchó, estuve a punto de romper todo lo que encontraba a mi paso. Estaba celosa. No veía las cosas con claridad. Lo único que pude hacer fue llorar y llorar. En ese momento, fue cuando me di cuenta de mis sentimientos por ti.
—A mí también me pasó lo mismo —le respondió Jason—. El pánico que sentí al enterarme de que Adele había estado contigo fue increíble. En aquel momento, tenía que haberme dado cuenta de mis sentimientos por ti. Pero no me di cuenta hasta que no te vi en la iglesia el día de la boda.

Belinda Barnes - Cosas del corazón (extractos)

James pisó el freno y Sara bajó la ventanilla cuando vio a Cal corriendo hacia ellos.
Sin aliento, él se paró a su lado y sacó unos papeles del bolsillo.
-Aquí están los papeles que Gary ha firmado rehusando la patria potestad de Jessie -explicó. Después, señaló otros papeles-. ¿Sabes lo que son?
-Los papeles del divorcio -dijo Sara.
Cal los rompió en trocitos.
-Sé que soy testarudo y difícil de trato a veces. Sé que intento decirte lo que debes hacer, pero no puedo dejarte ir. Quiero que te quedes, que seas mi mujer, que duermas conmigo y que, quizá un día, me quieras tanto como yo te quiero a ti.
Los ojos de Sara volvieron a llenarse de lágrimas y tuvo que cubrirse la boca con la mano.
-¿Has dicho que me quieres?
-Sí. Te quiero, Sara.
Ella se quitó el cinturón de seguridad y saltó de la camioneta.
Cal la tomó en sus brazos y la besó con toda su alma mientras Sheep daba vueltas a su alrededor, ladrando de contento.
-Dímelo otra vez.
Él tomó su cara entre las manos.
-He sido un idiota, pero ¿qué puedes esperar de un hombre enamorado? -sonrió, acariciando su pelo-. Lo he estropeado todo, pero quiero pedirte otra oportunidad. ¿Es demasiado tarde?
-Oh, Cal, tengo tanto miedo.
-¿De mí?
-No, de lo que siento por ti. Tengo miedo de no hacerlo bien -dijo Sara, secándose las lágrimas.
-Yo también -confesó él-. Pero si estamos juntos, todo será maravilloso, estoy seguro.
Después, incapaz de contenerse, volvió a tomarla en sus brazos y la besó intentando decirle así todo lo que no sabía decircon palabras.



Cal la llevó a una esquina del salón y le dio una cajita de terciopelo.

-¿Qué es esto?
-Intenté recuperar tus cosas... lo que ese idiota del señor Davis vendió.
Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas.
-Cal, no tenías que hacerlo.
-Sí tenía que hacerlo. Ojalá hubiera tenido más suerte. Me temo que esto es lo único que he en contrado.
Sara se echó en los brazos de su marido.
-Ya no importa. Tú eres todo lo que necesito. Tú y Jessica sois mi futuro.
Cal señaló la cajita.
-Ábrela -dijo, sonriendo. Sara la abrió con manos temblorosas. En cuanto reconoció el broche de su abuela con la fotografía de su madre se echó a llorar-. Ahora entiendo lo que tu padre quería decir.
-¿Qué? -exclamó Sara, incrédula.
-Tú has conseguido que recuperase a mis padres y es justo que yo haga lo mismo por ti.
-No, Cal, no es lo mismo. El me dejó cuando tenía nueve años y nunca volvió a preocuparse de mí.
Cal secó sus lágrimas con un dedo.
-Tienes que entender. Te dejó porque...
-Porque no me quería -terminó Sara la frase, con todo el dolor de su corazón.
Cal levantó su barbilla con un dedo, mirándola a los ojos.
-No, cariño. Tú me contaste que él bebía, que nunca tenía trabajo y la razón era que...
-Yo amaba a tu madre más que a mi propia vida.
Sara se volvió y, de repente, se encontró con alguien que se parecía al hombre que había sido su padre. Iba vestido como un vaquero y tenía el pelo gris.
Los ojos del hombre estaban llenos de lágrimas cuando levantó una mano para acariciar su pelo.
-Incluso de niña eras la viva imagen de tu madre -dijo Hank Jamison-. Cada vez que te miraba, recordaba lo que había perdido. Lo siento Sara Ann, pero perder a tu madre casi me costó la vida. Por eso bebía, por eso tuve que marcharme -añadió su padre con voz ronca. Sara estaba temblando y Cal la tomó por la cintura para darle fuerzas. Hank Jamison se quedó mirando a su hija, esperando que dijera algo, pero Sara no podía hablar-. No quería hacerte daño, Sara Ann. Tu marido me ha contado cuánto te hirió mi ausencia y quiero pedirte perdón. No espero que lo entiendas, pero yo estaba demasiado perdido en mi propio dolor como para pensar en otra cosa. Y cuando conseguí volver a tener una vida normal, era demasiado tarde.
-Pero nunca volviste. Nunca me llamaste -dijo Sara, casi sin voz.
-Te llamé muchas veces, pero tu abuela me decía que no querías hablar conmigo. Cuando ella murió fui a buscarte, pero ya no estabas.
Sara respiró profundamente para darse valor.
-La abuela nunca pudo superar la pérdida de mamá. Y yo lo único que quería -empezó a decir Sara, intentando controlar el temblor en su vozera que mi papá volviera a casa.
Hank Jamison cerró los ojos y respiró profundamente.
-Lo siento, Sara Ann. Yo no sabía... Debes odiarme.
-Creí que te odiaba, pero no es así.
-¿Es demasiado pedir que me des un abrazo?
Sara no pudo contener la sonrisa que había nacido en su corazón. Apartándose de Cal, se libró de todo el dolor y la pena que había sufrido de niña y se echó en los brazos de su padre. Los dos estaban llorando.
-Creí que te había perdido para siempre. ¿Podrás perdonarme?
Sara le dio un beso en la mejilla.
-Te quiero, papá.
-Yo también te quiero, Sara Ann -murmuró él. Cuando pudo recuperar la compostura, estrechó la mano de Cal-. Gracias por darle a este viejo una segunda oportunidad.
-Lo he hecho por Sara. Tenía derecho a saber lo que pasó.
Sara presentó a su padre a todo el mundo y después le puso a Jessica en los brazos.
-¿Esta niña es mi nieta?
-Sí, papá.
Sara y Cal se alejaron un poco de los invitados para disfrutar de aquella recién lograda felicidad.
-¿Te he dicho que el abogado ya ha recibido los papeles de la adopción? -sonrió Cal. Sara negó con la cabeza.
-¿Qué hay que hacer ahora?
Él se encogió de hombros.
-Ya está. Soy el padre legal de la niña. Lo único que queda es que tú te decidas a cambiar lo de Jessica por Jessie, que es mucho más bonito.
Sara se lo pensó un momento.
-Está bien. La verdad es que me he acostumbrado a llamarla Jessie yo también.
Cal la abrazó.
-¿Estás segura?
-Sí -contestó ella, enredando los brazos alrededor de su cuello-. ¿Sabes una cosa, Cal? El día más afortunado de mi vida fue el día que casi te atropello.
-El mío también -sonrió él, apretándola contra su pecho-. Llegaste a mi vida cuando más te necesitaba y pienso pasar el resto de ella amándote.
Sara se puso de puntillas para besarlo en los labios.
-¿Te he dicho que Jessie va a pasar la noche en casa de tus padres?
Los ojos de Cal se iluminaron de pasión.
-Entonces, ¿qué hacemos aquí? -sonrió, tirando de ella hacia la puerta.
-Espera. ¿Qué van a decir los invitados? Cal la miró con sus ojos de color plata.
-Pensarán, señora Tucker, que te quiero y que no puedo esperar un minuto más para demostrártelo con...
Sara le tapó la boca con la mano.
-No pierdas el tiempo hablando. Vámonos a casa.

Belinda Barnes - Cosas del corazón

El cuento comienza con Sara Jaminson, una madre soltera que no tenía familia que la acompañe en la situación que se encontraba, a punto de tener a su bebé, tan desesperada cruza rápido y no se da cuenta que venía un auto en camino.El conductor de este vehículo era el veterinario Cal Tucker,quien acababa ser plantado por su futura esposa en su boda, él la ayudará a tener a su primogénito y luego la acompañará al hospital.
Preocupado porque la joven ahora no tenía un hogar (al no poder trabajar por su embarazo,no tenía ingresos monetarios y fue hechada de su casa, perdiendo además sus pertenencias más preciadas),Cal la invita a su casa, pero los ofrecimientos del él no culmina ahí sino que hasta le ofrese su apellido al la hija de Jam, Jessie.
Pero no todo será tan maravilloso para ella, porque luego aparecerá el padre de su beba, pero no porque esté interesado por la recién nacida, sino que quiere volver a entablar una relación amorosa con su madre. Tucker nervioso por esta situación recurre a ofrecerle plata al padre, siempre y cuando él renunciase a su patria potestad por sobre Jessie,muy frívolamente, éste acepta y desaparece. A quien no le iba a gustar mucho esta idea fue a Sara, pero se termina solucionando este problema y ella vuelve a reencontrarse con su padre.
Lo que cambiaría es que él siempre es muy bueno y soporta todo lo que ella le hace sufrir, jamás le dice lo que le molesta y la sobreprotege mucho,por ejemplo cuando no quiere que trabaje entonces le facilíta un empleo en su veterinaria y no la deja trabajar mucho, además de que no deja que ni su amigo se atreva a mirarla

Nota: 7

Fetzey Amy J - Algo Nuestro (extractos)

—Estás volviendo a hacerlo-.
—Qué hago? —dijo ella, como si no lo supiera.
—Me estás cerrando la puerta, reprimiendo tus sentimientos —dijo él mientras la sujetaba del brazo—. Porque no quieres confiar en mí ni en ti misma.
—Tienes razón. No me fío de ti ni de tus intenciones.
—De lo que no te fías es de lo que sientes —dijo él, sacudiendo lentamente la cabeza.
Tessa trató de reírse pero fracasó. Para Chase las cosas se aclararon un poco.
—No puedes apartarme, Tessa. No me iré. Estoy dentro de tu vida y, si es necesario, algún día te demostraré que es a ti a quien deseo. El niño sólo es un dividendo añadido.
—Hará falta algo más que unos pocos besos para conseguir que crea en ti. ¿Y qué es eso de un dividendo añadido? Dejaste muy claro que querías a mi niña para ti solo. No te hagas ilusiones de que pueda haber algo más que un poco de deseo entre nosotros. Mi bebé y yo somos una sola persona.
Chase apretó los labios en una línea sombría, su expresión era furiosa y decidida.
—No lo seréis por mucho tiempo.
Giró sobre sus talones y salió de la tienda hecho una furia. Tessa pasó el resto del día sumida en una confusión inquieta, preguntándose qué haría Chase continuación.


—Hola, Chase! —respondió la misma voz.
—Mejor —dijo ella alzando la voz—. Porque ahora mismo se encuentra en otro plano de existencia.
—Ah, tú, Tessa Mark de poca fé! —dijo la voz—. ¿Por qué nadie cree en mis poderes? Están a mi servicio.
—Cierra la boca, Sam!
Chase reconoció la voz de Dia. Sintió ganas de salir corriendo antes de darle la oportunidad de que le abrumara con tecnicismos legales por visitar a su hermana. Dia tenía una manera de mirar a los hombres como decidiendo por dónde iba a cortar y qué trozos iba a conservar. Era una velada para chicas, el olor a pizza flotaba en el ambiente.
—Estás ocupada. Nos veremos en otra ocasión.
—¿Por qué has pasado por aquí, Chase?
De repente, Chase la tenía sujeta por la cintura y la besaba. Tessa se aferró a sus hombros y le devolvió la caricia.
—jDale duro, Chase! —aulló Sam.
—Protesto! Que el demandante aparte de inmediato su boca de mi defendida —clamó Dia en un tono en que le advertía de las consecuencias.
Chase interrumpió el beso por la única razón de que necesitaba respirar. Jadeaba con el esfuerzo de conseguir aire para sus pulmones.
—Dios mío! ¡Me he vuelto adicto a tus besos! —exclamó con voz ahogada, como si acabara de recibir una revelación.
Le robó otro beso rápido, giró en redondo y echó a andar por el césped. Tessa esperó a que se marchara y sólo entonces cerró la puerta.




Chase se dio cuenta de que ella quería creerle, pero, como siempre, las dudas eran superiores a sus fuerzas. Eso le dijo que Tessa distaba mucho de considerarle algo más que un número en una probeta de muestras, por mucho que, cuando se encontraban juntos, rozaban el punto de combustión.

—Jamás haría nada que pudiera lastimaros a alguno de los dos.
«Pero lo estás haciendo», quería decir ella. «Me estás hiriendo porque me tratas como si fuera una unidad manufacturada para ti». «Acaso quieres algo más?», preguntó una voz en su interior. «¿Y qué hay de ti, si no haces más que recordarle que sólo es un donante?» Tessa apartó aquellos pensamientos, incapaz de enfrentarse con ellos por ahora. Trató con todas sus
fuerzas de seguir enfadada, pero como con su hermana, con Chase era muy dificil.
—No quiero que te sientas incómoda —dijo él al cabo de un momento—. Si quieres me voy.
Tessa no le contestó y contempló a la gente. Las madres se tumbaban trabajosamente en el suelo, los maridos las besaban para infundirles ánimos. Por un instante se arrepintió de haber ido. Pero era el último curso en la zona durante varias semanas y el único que encajaba con su horario. Quería hacerlo. Entonces se dio cuenta de que Chase se marchaba.
—No tienes que quedarte, pero...
—Gracias. Eres un ángel.
—¿Y qué le voy a decir de ti a la gente?
—No tienes por qué dar explicaciones, pero haz lo que quieras.
—¿Lo dices en serio? —preguntó ella con recelo.
—Vamos —dijo él, tomándola de la mano—. Tengo reservado un sitio de primera.
Fueron al fondo y, con algunas dificultades, Tessa se sentó sobre la colchoneta. Buscó su mano para infundirse valor.
—Señor! Me siento como una vaca.
—Para mí sigues siendo un ángel precioso —dijo él sonriendo tiernamente.
—Déjate de halagos.
No podía creérselos. Sin embargo, cuando trató de quitarse los zapatos y no pudo, Chase se apresuró a ayudarla. Tessa experimentó una extraña oleada de emoción. Era una tarea simple e íntima, pero Chase se dedicó a ella sin pensarlo dos veces, con lo que la obligó a contemplar con más detenimiento al hombre cuyos genes había escogido.
Cuando la descubrió mirándole, le dedicó una sonrisa cómplice y ella sintió que se le encendían las mejillas. La verdad, era demasiado guapo.
—Vamos. Siéntate delante de mí y luego nos ocuparemos de los cojines. Bien, ahora hacia atrás.
—No creo que sea necesario.
Tessa no se sentía preparada para estar tan cerca de él, para sentirse envuelta en su olor, en sus brazos.

Cuando llegó el momento de volver a relajarse él le arregló los cojines. Pero fue el cariño con e que le acomodó los brazos y las piernas lo que hizo que su corazón diera un vuelco. Sus manos se volvieron acariciantes al masajearle la espalda. Después, se tumbó junto a ella. Tessa podía sentir que acompasaba el aliento al suyo y tuvo dificultad para pensar en otra cosa que no fuera el olor y la calidez del hombre que tenía junto a ella. Era como si compartieran la misma cama.
—Tessa, ¿quieres salir a cenar conmigo mañana?
Tessa se puso tensa. Sin embargo, él siguió acariciándole el brazo con un movimiento hipnótico. Ella se echó hacia atrás para ver que arqueaba una ceja.
—Admite que hay algo verdaderamente bueno entre nosotros, aparte del niño, claro —dijo él, acercándose un poco más a su cuerpo—. Lo supiste en cuanto nos besamos. Y vaya que si nos besamos. ¡Demonios, Tessa! Tuvimos que despegarnos a la fuerza. Además, sólo es una cena. Nada de presentarte a la familia, nada de presiones, sólo conversación.
Tessa asintió y él sonrió, pero ella notó un cambio en su expresión. Había algo indefinible, íntimo, posesivo. De pronto, Chase Madison era más peligroso que nunca.
Al final de la sesión, recogió la manta y los almohadones y le puso los zapatos. La abrazó para ayudarla a levantarse en el momento en que el bebé empezó a moverse. Tessa pudo sentir que el corazón de Chase se henchía. Mientras las parejas iban saliendo, Chase se echó sus brazos al cuello y la besó. Ella no trató de zafarse ni se sobresaltó, sino que lo aceptó como si hubiera estado esperándolo. Chase no dudo en aprovechar la ocasión y la besó con lujuria, con cariño, hasta que ella empezó a encoger los dedos de los pies. Tessa se apartó jadeante, ruborizada, ardiente.
—Chase! —exclamó, mirando con disimulo a su alrededor para comprobar si alguien les había visto. A Chase no le importaba.
—Me gusta besarte.
—Has dicho que sólo iba a ser una cena —dijo ella, sintiendo que sus defensas volvían a levantarse.
—Eso mañana, pero hoy todavía no hemos acabado.
—Buen trabajo, Chase —dijo Debbie cuando salían del centro.
—Y encima eres el niño mimado de la profesora —bromeó Tessa, dispuesta a hablar de cualquier cosa con tal de olvidar el beso—. Estoy empezando a pensar que disfrutas con todo esto.
—¿Tú no?
—Naturalmente, ver cómo te hiperventilabas hasta casi desmayarte ha sido muy constructivo.
—No creas. Pellizcarte también tiene su mérito —dijo él.
Se detuvieron junto al Jeep de Tessa. Era obvio que no estaba dispuesto a dar por terminada aquella velada con ella.
—Ni me he dado cuenta.
Se suponía que el pellizco tenía que ser el foco del dolor, pero Chase apenas le había apretado el brazo.
—No creo que nada se parezca al dolor real cuando llegue el momento.
—Bueno... siempre he esperado ese momento, pero cuando me veo la barriga tan grande y pienso que el bebé sólo tiene un sitio para salir, me asusto un poco.

—¿Qué estás haciendo aquí? -
—Disfrutaba con el espectáculo.
Tessa se sonrojó mientras se ajustaba la falda. Entonces frunció el ceño y consultó el reloj.
—Creía que habíamos quedado a cenar.
—He venido a anular la cita —dijo él, dándose cuenta de la desilusión que provocaba en ella—. Pero podemos renegociarla.
Chase se acercó a la caja y se asomó al interior
¿Has dicho renegociar?
—Tengo que asistir a una cena de negocios, algo muy aburrido —dijo y de repente adoptó una expresión esperanzada—. A menos, claro, que quieras acompañarme.
—¿A cenar con tus socios? Me parece que no.
—Ya, eso me figuraba.
—Cuál es el trato?
Contento de que ella no hubiera descartado la idea por completo, Chase le apartó un mechón de pelo de la cara y contempló la blusa blanca y e] largo chaleco rosa que llevaba. También llegó a entrever un poco de la lencería que había debajo y deseó despojarla de cada prenda poco a poco, como si mondara una fruta exquisita.
—Ven conmigo. ¿Qué te parece?
—No puedo. Tengo trabajo.
—Yo también, pero es la hora de comer y Dana me ha dicho que no te has tomado ningún descanso esta mañana.
—Dana tiene que aprender a mantener la boca cerrada.
—Vamos, Tessa. Deja esto y ven conmigo ahora.
Tessa se apartó de él. Había pasado la noche entera reviviendo sus besos, el calor y la fuerza de sus caricias. Sabía que, cuanto más la acariciara, más débil se volvería. La cantinela era inmutable, «Sólo quiere al niño».
—Das mucho por sentado, —dijo ella sin disimular sus reservas.
—Lo único que doy por sentado es esto.
Chase la estrechó contra sí y la besó en la boca. La resistencia de Tessa duró unos segundos hasta que su respuesta estuvo a punto de arrollar a Chase. Le echó los brazos al cuello y buscó su boca con avidez. Enterró los dedos en su pelo y arqueó el cuerpo contra él. Cuando no pudo tenerle lo bastante cerca debido al vientre, Tessa gimió de frustración. Entonces, cambió de postura y sintió que su excitación contra la cadera le decía la verdad, que le excitaba tanto como Chase a ella.
Apoyado contra una mesa, Chase le acariciaba la espalda, ebrio de deseo. Le acarició las nalgas, buscó la piel suave de sus muslos y descubrió que el ajuste de encaje de sus medias no precisaba ligas. Aquella sensación se le clavó en el cerebro con la contundencia de una espada de acero. Tenía que poseerla, enseguida.
—Ah, Tessa! ¡Angel mío! —dijo junto a su garganta mientras descargaba una lluvia de besos—. ¿Es que no te das cuenta? ¿Es que no ves cómo estoy?
Tessa trató de hablar, pero sólo consiguió unos sonidos inarticulados y se limitó a asentir. Era duro enfrentarse a la realidad, pero él tenía razón. Ya ella le encantaba que la deseara incluso en aquel estado. Cuando volvió a besarla, profunda, apasionadamente ella exploró la anchura de sus pecho, el estómago que ocultaba la camiseta. Los músculos saltaron al notar sus manos y ella sonrió.
—Te deseo —jadeó él contra su boca.
Chase insinuó una pierna entre sus muslos. Con un jadeo, Tessa echó la cabeza hacia atrás y se aferró a sus hombros.
—Ah, Chase!
Era hipersensible a sus caricias, pero supo que era un hombre especial cuando él le acarició el vientre con la misma naturalidad que si hubiera sido liso y terso. Entonces continuó descendiendo, las callosidades de sus manos se deslizaron sobre el muslo, hacia arriba bajo la falda.
Y Tessa, con el cuerpo sacudido por un millar de sensaciones hormigueantes, se lo permitió. Su mente sólo conjuraba escenas eróticas en las que él le arrancaba la ropa y le hacía el amor allí mismo.
—Tessa, estás ardiendo —dijo el con un jadeo maravillado mientras la acariciaba a través de la braguita.
—Lo sé —dijo ella con voz ronca, incapaz de pensar en nada que no fuera Chase—. ¡Dios mío! No deberíamos estar haciendo esto.
Pero era maravilloso sentir la fiebre de deseo que no se parecía a nada que ella hubiera conocido antes. Quería explorar aquella sensación desesperadamente.
Chase había dejado de oír y solo se concentraba en sus dos cuerpos que se abrazaban rabiosamente.
—Quiero tocarte, ángel. Te juro que me volveré loco si no te acaricio.
Tessa lo besó y se sujetó con más fuerza a sus hombros, apremiándole a que lo hiciera. Con delicadeza, Chase apartó la tela a un lado y la encontró húmeda y suave como el terciopelo. Hundió los dedos en ella que gritó contra su boca, estremeciéndose ante el contacto erótico, bajo su exploración. Pero Chase sintió que ella escalaba el muro de su pasión, un viaje fulgurante que no quiso detener. aunque le habría gustado estar dentro de ella, acariciándola con todo el cuerpo.
Con un gemido, Chase le introdujo la lengua en la boca.
Tessa movió las nalgas y Chase siguió besándola bebiendo sus gemidos, absorbiendo sus sacudidas cuando ella perdió el control entre sus brazos.
Chase estuvo a punto de perderlo también. Durante unos instantes, ella permaneció tensa contra él, jadeando. Entonces, como el reflujo de una ola, se dejó caer contra su pecho, ocultando el rostro en la curva de su cuello. En aquel momento la puerta se abrió de golpe.
—Huy, lo siento!
En un segundo, Dana se sonrojó, sonrió, retrocedió un paso y cerró la puerta a toda prisa.
Chase retuvo a Tessa con firmeza cuando quiso echar a correr y la ayudó a recomponer su ropa.
—Ay, señor! Me muero de vergüenza. Dana nos ha visto...
—Sst! —siseó él, alisándole el pelo—. No ha visto nada, ángel mío. Sólo que estabas entre mis brazos. Nos tapaban las cajas.
Chase pensó que podría alimentarse de su olor mezclado con su perfume. Buscó sus labios para besarla con ternura. Y Tessa supo que nunca más podría mirarle a los ojos sin recordar el placer que tan generosa y arrolladoramente le había proporcionado. Pensó que tenía que estar sufriendo, todavía podía sentir su excitación bajo los pantalones.
—Ven conmigo, Tessa. Confía en mí.
Chase fue a la puerta, aunque le costaba esfuerzo y el dolor de su entrepierna era obvio. Tenían que cambiar de escenario. Se detuvo con la mano en el pomo y la miró.
—Confía en mí.
Tessa tragó saliva. Por un momento la vergüenza por lo que habían hecho la abrumó, pero cuando levantó los ojos y lo miró, vio su expresión tierna, el deseo y la compasión de su rostro y sus dudas desaparecieron como arrastradas por un vendaval. Se negó a pensar que algo tan maravilloso pudiera ser un error, que él había sido capaz de darle tanto placer pensando en otra cosa que no fuera ella.
Chase sintió que el corazón se le subía a la garganta cuando ella dio el primer paso y alargó la mano buscando la suya. La estrechó contra sí y la besó en la boca una vez más, posesiva, ávidamente.
—No te arrepentirás de esto, ángel mío.
«Espero que no», pensó ella antes de entrar al baño a arreglarse un poco. Se miró al espejo. Tenía los labios rojos e hinchados, el cutis irritado por la barba de Chase y los ojos inusitadamente brillantes.
Mientras se cepillaba el pelo volvió a sentir la excitación. Chase estaba al otro lado de la puerta, esperándola. Se preguntó si no tendría miedo de ella
Chase se sentó al volante con movimientos lentos. Su incomodidad era evidente y algo tórrido y sexy se apoderó de Tessa cuando tuvo conciencia de que era ella quien le había provocado aquella excitación que no desaparecía. Chase se puso el cinturón y encedió el motor, pero el coche no se movio.
—Chase, ¿te encuentras bien?
—No —dijo él, procurando no mirarla—. Eres peligrosa cuando te enciendes, Tessa.
La expresión de ella se suavizó hasta acabar en el sonrojo. Nadie le había dicho algo así y, desde luego, no como una amenaza seductora. Chase le puso la mano en la nuca y la atrajo hacia sí para obsequiarle con un beso largo y húmedo.
—No lo puedo evitar, me gusta —dijo él.
«A mí también», pensó ella, dándose cuenta sobresaltada de que era verdad.
Por fin, Chase arrancó el coche.
—Necesito una ducha fría. Una ducha bien larga.
—Ya me he dado cuenta —dijo ella mirándole.
—Y si sigues mirándome de ese modo, aún será peor.
Tessa levantó ambas cejas.
—Te deseo, Tessa. Toda entera.
—Chase.. —dijo ella, inquieta.
—¿Demasiado pronto?
Tessa asintió, sin poder evitar sentirse culpable y egoísta. Chase se agitó incómodo con la presión en los pantalones. Se reprochó duramente, Tessa podía haber estallado entre sus brazos, pero todavía faltaba mucho para que le invitara a su cama.
—Soy famoso por mi paciencia. Y, claro, últimamente por mis continuas duchas frías.


—Por favor, dime que tienes algún defecto, Chase Madison-.
—Mi madre te mataría si te oyera decir eso. Pero como encima del fregadero y bebo leche directamente del cartón.
—Eso es típico de chicos, quiero los trapos sucios.
Chase puso una cara meditabunda y miró al
cielo.
—Ah, vamos! —dijo ella, empujándole con el pie.
—Aprieto el tubo de la pasta de dientes por el medio —dijo él sonriendo.
—No es suficiente. Yo hago lo mismo.
—¿Que nunca clasifico la ropa de la lavadora?
Tessa sacudió la cabeza.
—¿Que duermo desnudo?
Tessa le miró lánguidamente. Aquello sí que le gustaría verlo.
—Más.
—¿Qué es lo que quieres saber, Tessa? ¿Que tengo muy mal genio y me ha costado años dominarlo? ¿Que prefiero trabajar con las manos en vez de encerrarme en una oficina? ¿Que evito los bares y los clubs nocturnos porque antes bebía mucho y prefiero el vídeo o el teatro? ¿Que planeo el invierno durante una excursión de caza que Colin y yo hacemos todos los años religiosamente a la casa de Christian tanto si a él le gusta como si no? ¿O que tengo un defecto que jamás podrías creer?
—Ese es el que me interesa!
Chase se inclinó sobre ella y Tessa contuvo la respiración.
—Que no puedo dejar de pensar en ti, que te quiero en mi cama y en mi vida.
Una oleada de emoción rugió en sus entrañas.
—Eso debe ser delito, seguro.
Chase alzó ambas cejas.
—¿Por qué? —preguntó ella, haciendo un gesto hacia su vientre.
La expresión de Chase se suavizó mientras se tumbaba a su lado.
—Porque veo más allá de esto, Tessa. Mucho más allá. Y porque ahora mismo me tienes tan loco que si estuviéramos solos no podrías escaparte.
—¿Es verdad eso? —preguntó ella, rebosante de una satisfacción muy femenina.
Chase le tomó la mano, la metió bajo la manta e hizo que sintiera su excitación.
—La pura verdad.
Tessa ahogó una exclamación. Cerró los ojos y le rodeó con los dedos. Chase gimió. Tessa sólo podía pensar en ellos dos desnudos, abrazados. Cuando abrió los ojos, descubrió que la boca de Chase estaba muy cerca.
—Está claro que tendremos que resolver esto en un sitio un poco mas íntimo —dijo él.
Tessa apartó la mano bruscamente y se sentó sobre el edredón. ¿Ella? ¿En su cama? Si tenía miedo con sólo pensar en verle desnudo.
—Es tarde, Chase. Dana lleva demasiado tiempo sola.
Frúnciendo el ceño, Chase se levantó y le tocó el hombro.
—Tessa? Mírame.
Ella se negó.
—Es mi negocio y no voy a pagar las facturas descuidándolo.
Chase le metió la mano entre los cabellos y le echó la cabeza hacia atrás.
—Soy un hombre paciente, Tessa.
El mensaje estaba claro. Aquello no terminaba ahí, ni mucho menos. De repente, estaban abrazados y besándose sobre el edredón. A Tessa no le importara que mirase la gente, no le importaba que sus manos estuvieran donde no debían, lo único que quería era que la abrazara.

—Mi madre se muere por conocerte y mi padre está empeñado en que su primer nieto tiene que ser presidente.
Tessa se apresuró a volver la cabeza y mirar el paisaje, unas lágrimas inesperadas llenaban sus ojos. Estaba dándose cuenta de que su decisión de tener una hija afectaba a demasiada gente. Sin embargo, estaba absolutamente convencida de que Chase amaba al bebé.
El Jeep se detuvo delante de la tienda, Tessa estaba secándose discretamente los ojos cuando él abrió su puerta. Chase frunció el ceño al instante.
—Angel?
—Ha sido un día maravillosa, Chase —dijo ella, bajando al suelo—. Muchas gracias.
Chase le puso un dedo bajo la barbilla y la obligó a mirarlo.
—¿Ha sido algo que he dicho?
—No —dijo ella, poniéndole la mano en el hombro—. Creo que necesito tiempo para pensar, nada más.
Chase asintió, sabiendo que se refería a que necesitaba estar sola. Cuando le rozó los labios, ella se aferró a sus hombros, luchando con todas sus fuerzas por contener las lágrimas y besándole profundamente.
—Lo siento —musitó ella.
Chase pensó que se refería al llanto.
Pero Tessa se había dado cuenta de que estaba siendo cruel y egoísta, que mantener a Chase apartado de su vida no era justo, por mucho que después tuviera que lamentarlo. Y al entrar en la tienda, se dio cuenta de que ya no pensaba en él como un donante, ni siquiera como el padre de su hija, sino como su hombre.
Durante la semana siguiente, Tessa vio a Chase todos los días, si bien fueron momentos esporádicos, cuando él aprovechaba para pasarse por la tienda mientras iba a por repuestos. Casi siempre aparecía cubierto de polvo y sudor, le robaba un beso ardiente y seguía su camino sin hacer caso de los aullidos y silbidos de sus hombres que le esperaban en el Jeep. Tessa descubrió que la Madison Construction hacía casas personalizadas, y sólo una por vez. Le pareció admirable que Chase hubiera levantado la empresa de la nada, sin ayuda financiera de su padre.
Un día, cuando no apareció por la tienda, empezó a preocuparse. Sin embargo, no tuvo valor para llamar a su casa ni a su oficina.
—Te echo de menos, ángel. Tengo un partido después del trabajo. Te llamaré luego —fue el mensaje que la esperaba en su contestador.
Tessa lo escuchó varias veces para consolarse.

Le dio unas palmaditas en el muslo y se acurrucó en el calor de su abrazo. Chase esperó a que se durmiera para apartarle el pelo de la mejilla y besarla.

—Te quiero, Tessa —susurró con voz temblorosa.
Tessa no dormía y su corazón daba un brinco cada vez que se lo oía decir, pero la lógica y la razón se interponían, malogrando aquella dulce declaración. ¿La quería de verdad o eran los sentimientos hacia su hijo los que hablaban por su boca? Le atormentaba no llegar a saber nunca la respuesta y con aquella inquietud se quedó dormida.
Chase siguió acariciándola hasta que la luz entró por la ventana y pudo acompañarla en el sueño. Sin embargo, se había dado cuenta de que era peligroso enamorarse de ella porque ahora tenía el poder de destruirle con unas pocas palabras.
Tessa se despertó lentamente y repitió el gesto de buscar a tientas al hombre que dormía junto a ella. Cuando sólo notó el vacío, giró sobre sí misma y sonrió. Había pétalos de rosa sobre el hueco que su cuerpo había dejado en la cama. Recogió un puñado y aspiró su fragancia. Una nota cayó de la almohada.
Levántate, perezosa. Volveré a las nueve con el desayuno. Tessa se apresuró a ducharse. Cuando Chase entró en la casa, ella estaba en el sofá, vestida y casi despierta. Los pantalones militares y el polo azul que llevaba le dijeron que había ido a cambiarse. Tessa dejó el periódico y recogió las rodillas bajo su cuerpo antes de llamarle a su lado. Chase la besó en la frente antes de vaciar una bolsa sobre la mesa.
—Por Dios, Chase! ¿A quién has invitado? Hay suficiente para dar de comer a una tropa.
—No estaba seguro de lo que te gustaba y yo me muero de hambre —dijo moviendo las cejas por si ella había olvidado el motivo.
—Me alegro de saber que puedo agotar a un hombre hasta la extenuación.
Tessa le acarició con los pies descalzos, haciéndole cosquillas en las costillas y en la espalda. Chase le devolvió una mirada astuta, consciente de sus intenciones. Había descubierto un poder que no creía poseer. Chase puso un brazo sobre el respaldo del sofá y se inclinó sobre ella. Tessa le acarició el pecho antes de rodearle el cuello con sus brazos. Chase la besó apasionadamente, saboreando el interior de su boca hasta que ella jadeaba cuando se apartó.
—Buenos días, ángel. ¿Cómo te sientes? —preguntó frunciendo ligeramente el ceño.
—Como una mujer que ha pasado una estupenda noche de sexo.
Chase se quedó muy quieto.
—¿Nada más?
Tessa le apartó un mechón de pelo de la frente y pasó las manos por las líneas de su cara como si quisiera suavizarlas.
—Lo sabes de sobra para preguntarlo, Chase.
—¿Ah sí? —dijo él tragando saliva.
Esta vez fue ella quien frunció el ceño, nunca le había visto tan inseguro. Le hacía parecer más vulnerable y el corazón se le encogió de dolor por él.
—Te quiero, Chase. —
¿De verdad? Quiero decir, ¿en serio?
El temblor y la emoción de su voz le contagió a Tessa, dejándola sin aliento y llenándole los ojos de lágrimas.
—Es muy difícil no quererte, guapo.
—Ah, ya! Claro, me he pasado la vida tratando de enamorar a todas las mujeres embarazadas que se han cruzado en mi camino. Pero tú eres la primera en picar.
Tessa hizo que se tumbara a su lado.
—Te quiero, pero no voy a casarme contigo.
Chase trató de levantarse y ella se lo impidió.
—Y no voy a casarme contigo porque no puedo evitar sentir que me lo pides porque eres el padre de nuestro bebé. Por favor, no digas nada todavía. Déjame terminar. Es injusto para ti, ya que pareces estar muy seguro de tus sentimientos. Pero, ante todo, debo pensar en mi niña, Chase. ¿Será bueno para ella que entremos en el matrimonio llenos de dudas y malentendidos? Pero te quiero, Chase. Te quiero mucho. A pesar de eso, no confio en ninguno de los dos lo suficiente como para tomar una decisión que puede cambiar nuestras vidas para siempre —dijo dominando un escalofrío—. Por favor, trata de comprenderlo.
—Lo intento.
Sin embargo, tenía ganas de zarandearla. El bebé se movió inquieto en su interior y Chase se compadeció. Se sentía prisionero, jugando según las normas de Tessa, pero cuando notó sus lágrimas en el pelo, decidió que podía esperar. Y si después todavía seguía negándose, sacaría la artillería pesada. Iba a casarse con Tessa a pesar de los pesares. No podía vivir sin ella.


Se sentó a su lado y Tessa se acurrucó contra él, apoyando la cabeza en su pecho. Chase cerró los ojos y se preparó para lo peor.
—Has tomado una decisión, ¿verdad?
—Hasta que nazca la niña, no creo que debamos seguir viéndonos.
Chase apretó los dientes y se dio cuenta de que había tenido razón al pensar que ella podía destruirle con unas pocas palabras.
Durante la semana siguiente, se sintió como un voyeur. Ver pero no tocar. Y ella le evitaba obstinadamente. Sin embargo, la llamaba por teléfono todas las noches, aunque ella nunca hablaba de sus sentimientos ni le contaba lo que estaba haciendo. Y cuando colgaba el teléfono, se sentía como un cobarde por no haberse quejado de cómo le había excluido de su vida. Y así, al cabo de una semana, Chase se enfureció.
—Te estás portando como si fueras Christian —dijo Colin—. Mira, sobra con un hermano depresivo y ermitaño en la familia. Además, Chase, sólo es hasta que nazca el niño.
—Cierra la boca, Colin.
—¿No quieres que hablemos de eso?
—No hay nada que hablar, no tengo nada que decir. Tessa es la que manda, ¿no te habías dado cuenta? Tessa dice que menee el trasero y me largue y yo, como un cachorrito bueno, voy y le obedezco.
Chase levantó la mirada de las cartas y contempló a los amigos que habían soportado su rabia las últimas dos semanas. Entonces se dio cuenta de que sólo estaba buscando bronca. Ni él mismo podía soportarse. Había discutido con todo el mundo, incluso le había gritado a su madre por haber interferido. Su padre había estado a punto de estamparlo contra la pared. Estaba furioso, había dejado que ella gobernara sus relaciones. Pero aquello se había acabado. Mientras conducía camino de la casa de Tessa, pensó que iba a decirle cuatro cosas claras.
«Como qué? ¿Date prisa en tener al niño para que pueda razonar contigo? ¿Te quiero tanto que no puedo soportar un momento más lejos de ti, sin abrazarte, sin oír tu risa?»
Aparcó delante de la casa como un energúmeno, pero sólo quería sentir rabia. Cualquier otra cosa le convertiría en gelatina en el momento en que la tuviera delante.
Bajó del jeep con un portazo y echó a andar como un marine cargando contra el campo enemigo. Aporreó las puertas y las ventanas. Después se metió las manos en los bolsillos y comenzó a andar arriba y abajo. Nada. Trató de echar un vistazo pero las cortinas estaban echadas. Se dio cuenta de que las luces estaban encendidas y volvió a aporrear la puerta.
Entonces oyó un gemido.
El corazón se le subió a la garganta y buscó frenéticamente la llave. Cuando abrió la puerta, la encontró de rodillas en el suelo, abrazándose el vientre. Por un momento, Chase se quedó paralizado. Tessa miró por encima del hombro y levantó una mano.
—Chase! ¡Ayúdame!
Chase sólo necesitó dos zancadas. Tessa jadeaba y estaba empapada en sudor.
—Jesús, Tessa! ¿Cuánto hace que estás así? ¿Por qué no me has llamado? —preguntó mientras le apartaba el pelo mojado de la cara.
—Lo intenté —gimió ella, haciendo un gesto hacía el móvil que estaba unos pasos más allá en el suelo—. Empezó ayer. No le presté atención hasta que los dolores se hicieron más fuertes. Johanna dijo que podía tardar, pero rompí aguas...
Una contracción la dobló sobre sí misma y sacudió todo su cuerpo.
—Dios! Estaba tratando de llegar al teléfono.
—No te preocupes, ángel —dijo abrazándola.
—No! Ni siquiera puedo ponerme de pie.
Chase se sorprendió de lo tranquilo que estaba cuando había creído que iba a atragantarse con su propio corazón. Con cuidado, levantó a Tessa y la acunó contra su pecho.
—Respira, ángel. Y mírame —dijo cuando se dio cuenta de que jadeaba demasiado—. Tessa, no dejaré que nada te haga daño.
—No creo que puedas controlar esto —dijo ella con una chispa de humor.
—Quieres que te apliquen anestesia?
—Sí, por favor!
En unos segundos estuvieron en la carretera. Chase llamó a la doctora con el teléfono del coche, tratando de sonreír. Le parecía que Tessa iba a morir antes de llegar al hospital. Avisó a su familia y a la de Tessa. En el hospital la actividad no fue menos frenética. El examen reveló que había dilatado nueve centímetros.
Chase iba a convertirse en padre en cuestión de minutos. El pánico le dominó, no podía entrar en el parto, no. Una enfermera le ayudó a ponerse unos guantes y una especie de babero ridículo. Entonces oyó que Tessa le llamaba a gritos y apremió a la enfermera a que le condujera a la sala. Cuando la vio sobre la mesa de partos, sintió que le fallaban las rodillas. Johanna le saludó con un gesto de ánimo y le señaló una silla que había tras ella.
—Ya falta poco, Tessa —dijo Johanna—. Pero, la próxima vez, procura venir un poco antes.
—No habrá próxima vez! —masculló ella entre dientes y mirando rencorosamente a Chase.
—Oye —susurró él a su oído—. Que no tuve el placer de poner a éste dentro de ti. «Pero te prometo que para el próximo no habrá escapatoria».
Con un placer malicioso, Tessa se dio cuenta de que estaba pálido. Sin embargo, le secaba la cara, la apoyaba, le ayudaba a respirar, le metía trocitos de hielo en la boca. Pero ella sólo pensaba en que, si conseguía sacar a aquella niña, nunca más volvería a hacer el amor, jamás!
—Despacio, ángel. Respira más despacio.
—De acuerdo, Tessa. Vamos a dar a luz a esta niña
—dijo la doctora mientras tomaba posición entre sus piernas—. ¡Respira! —ordenó echando un vistazo al monitor fetal—. ¡Respira, vamos! Tú puedes hacerlo. No, no empujes todavía.
—Tengo que hacerlo!
Con las mejillas hinchadas de respirar a resoplidos, Tessa trató de no empujar.
—Mírame, ángel. Te quiero. Tú puedes hacerlo.
—Eso quiero yo —jadeó ella—. Pero no puedo.
—Es demasiado tarde para la anestesia —dijo él sonriendo.
Tessa intentó devolvérsela pero se dejó caer en la mesa en cuanto la contracción pasó.
Johanna hizo una seña a Chase.
—Esta es, Tessa.
El pánico se reflejó en su cara cuando oyó las palabras de la doctora y entonces, increíblemente, se calmó para concentrarse. Tessa no pensaba en nada, pero su mente bullía con imágenes dispersas, Chase sentándola en su regazo en el restaurante, sus manos fuertes y cálidas masajeándole la espalda, señalando los deditos de su hija, de sus lágrimas cuando vio la ecografia. La contracción se hizo más fuerte hasta que Tessa pensó que iba a partirla por la mitad.
Chase apretó los dientes. Miró con todo su amor a Tessa y deseó que lo consiguiera. Tenía un aspecto completamente desamparado mientras trataba de empujar fuera a su hijo.
—Empuja, empuja —ordenó Johanna—. No pares hasta que yo te lo diga.
Tessa luchó y dejó escapar un grito gutural de dolor y triunfo. Chase no sentía sus propios dedos, pero seguía mirando y vio cómo su hijo venía al mundo gritándoles por perturbar su tranquilidad.
—Es un niño! —exclamó la doctora, sosteniéndolo en alto para que lo vieran.
El bebé berreaba y se retorcía, pero sus padres rieron.
—Ya te lo dije —susurró Chase.
Tessa se dejó caer yio miró. Le pasó un dedo por la mejilla para capturar una lágrima solitaria.
—Nunca me dejarás olvidarlo, ¿verdad?
Chase sacudió la cabeza. Había perdido la voz, pero ocultó la cara contra la curva de su cuello.
—Lo has hecho muy bien, ángel. Es precioso. Estoy muy orgulloso de ti.
La besó con adoración y Tessa sintió un dolor agudo en el pecho. Le había echado mucho de menos aquellos últimos días. Pero entonces le pusieron a su hijo sobre el pecho y sólo pudo llorar y reír. El niño temblaba. Tessa le consoló con ternura mientras observaba cómo su padre le acariciaba la cabeza con una mano temblorosa.
Mientras la doctora acababa con Tessa, una enfermera se llevó el niño a una mesa y, tras un rápido examen, le hizo señas a Chase de que se acercara.
Su hijo. Un bulto que se retorcía y pataleaba. Se inclinó y le besó en la mejilla. Sin poder controlar el temblor de sus manos, le dio su primer baño, contándole los dedos, hablándole dulcemente, diciéndole lo mucho que se alegraba de conocerle y advirtiéndole que fuera la última vez que hacía sufrir a su madre.
Con lágrimas en los ojos, Tessa se dio cuenta de que era el momento más feliz de su vida. Chase, con los ojos rebosantes de amor, le puso aquel pequeño bulto en los brazos.
—Creo que le gusto.
Tessa sonrió pacientemente. Chase parecía inseguro y esperanzado. El personal sanitario desapareció, pero Chase no se dio cuenta hasta que una enfermera le pidió que tomara a su hijo para que ella pudiera lavar a Tessa. Le habían puesto una etiqueta en el tobillo. «Bebé Lightfoot». Chase estuvo a punto de dejarse llevar por el rencor. Su apellido tendría que haber estado allí. Mientras trataba de pensar en algún nombre grandilocuente para el pequeño, se dio cuenta de que aquél sería el apellido que figuraría en su partida de nacimiento.
Decidió que iba a luchar por sus derechos, pero se olvidó de toda la ira y el resquemor acumulados durante aquellas semanas en el instante en que la enfermera descorrió la cortina y vio a Tessa. Estaba exhausta, pero nunca le había parecido tan bella. Volvía a ser el ángel delicado que había puesto su mundo patas arriba. De inmediato, abrió los brazos reclamando a su hijo.
—¿Qué nombre vamos a ponerle?
Tessa se dio cuenta de que Chase hablaba en plural. Tenía razón, siempre estarían vinculados a través de su hijo.
—A mí siempre me ha gustado Christopher o Zackary —dijo ella.
—Christopher —repitió él sonriendo—. Claro, y mi hermano pensará que le hemos llamado así por él. Quizá sea una manera de que viniera más a menudo a ver a su sobrino.
Tessa frunció el ceño. Durante la última semana sólo habían hablado por teléfono, se le había olvidado lo importante que era su familia para él.
—¿No habrás estado metiéndote con él otra vez, verdad? Ya lo hará cuando se sienta preparado para enfrentarse al mundo.
Sonrojándose, Chase asintió y se sentó junto a ella. Se le rompia el corazón cada vez que Tessa abrazaba a su hijo con gesto protector, apartándolo de él. Trató de no darle importancia, pero tuvo la sensación de estar hablando con una desconocida. Llegó a preguntarse si aquellos últimos meses no habían sido producto de su imaginación. Detestaba pensar que Tessa le había demostrado pasión sólo para evitar un pleito por la custodia del niño, pero veía que su amor se desmoronaba ante sus ojos.
—Seguro que tu familia habrá venido —dijo Chase.
Silenció que la suya también estaría esperando. Ella asintió.
—Dentro de un momento. Ahora quiero estar sola con mi hijo.
La expresión de Chase se endureció, pero no dijo nada. Acarició y besó al niño y miró un momento a la madre.
—Te quiero, Tessa. Siempre te querré.
Y entonces la besó. Fue un beso erótico, profundo, como los que le daba cuando quería excitarla. Y ella respondió atrayéndole hacia sí y recordándose que estaba siendo imprudente al arriesgar el amor de un hombre bueno con su confusión emocional. Sollozó contra su boca. Chase bebió de aquel sollozo y la abrazó y la besó hasta que ella necesitó aire. Despacio, se separó de ella y salió de la sala sin la vista atrás
Necesito pasar más tiempo sola. Creo que lo mejor será que no nos veamos durante una temporada. Y eso incluye...
—iNi se te ocurra decirlo! —la atajó él. Se le había acabado la paciencia—. ¿Creías que me iba a contentar con la partida de nacimiento? ¿Me das un pedazo de papel a cambio de mi hijo?
—Cálmate. Estás perdiendo el control —dijo ella.
—Mira, ni si quiera me has visto fuera de control. Este papel sigue haciéndole un bastardo.
—Qué?
—Ya me has oído. Has elegido hacer de tu hijo un bastardo, Tessa. Te he pedido cientos de veces que te casaras conmigo. Ya deberías saber que te quiero.
—Tú sólo quieres a la madre de tu hijo —dijo ella con los ojos húmedos.
—¿Cómo demonios puedes decir eso y quedarte tan tranquila?
—¿Y cómo voy a estar segura de que no es verdad? —gritó ella.
Chase se acercó amenazadoramente y habló con desprecio, en un tono sereno y letal.
—He sido paciente. Condenadamente noble. Te he querido tanto que nunca me ha importado renunciar a lo que yo deseaba. Bien, lo he hecho a tu manera, Tessa. Pero ya se acabó de hacer lo que era mejor para ti. De ahora en adelante, sólo haré lo que sea mejor para mi hijo.
—Chase, espera!
Pero él no se detuvo y salió apartando a la sorprendida enfermera. Tessa sintió que la tierra se habría bajo sus pies. ¿Cómo había podido pasar? Ella sólo quería un poco más de tiempo y ahora parecía que Chase la odiaba con toda su alma.¡Dios! Iba a quitarle a su hijo. Esa misma tarde, desde la puerta de la habitación del niño, Tessa miró a sus hermanas.
—Llegó una cuadrilla una hora después de que Christopher naciera y acabaron en un abrir y cerrar de ojos.
Tessa luchó para contener las lágrimas. Era exactamente igual que la foto de la revista. «Hasta que tengas a tu hijo en brazos».
Tragó saliva. Incluso el niño era la viva imagen de Chase. ¿Cómo iba ella a vivir sin verle?
—Dime que no puede quitármelo, Dia.
—No puedo. No ha hecho nada malo. En realidad, su comportamiento ha sido ejemplar. Por lo general, la madre tiene más peso, pero ningún juez le consideraría un padre inadecuado.
—Vamos, Tessa —dijo Sam—. Necesitas dormir.

—Pues a dormir, pequeñajo. Y no te pongas a lloriquear. Yo estoy aquí para espantar al coco. Ya sabes, es lo que hacemos los papás.
Tessa tenía lágrimas en los ojos y su compostura por los suelos. Necesitaba estar cerca de él, sentir su olor, aunque no pudiera tocarle. Pero no creía que Chase se dignara a mirarla. ¿Cómo era posible que su amor se hubiera convertido en una fría batalla de la noche a la mañana? Eso sólo demostraba que había ido tras el niño desde el primer momento. ¿Por qué si no había muerto el amor tan deprisa?
Chase podía sentir los ojos de Tessa acariciando su cuerpo. Comenzó a excitarse ante la simple idea de estar cerca de ella, de oler su cuerpo, de sentir su calor.
—¿Qué tal estás Chase?
—Estupendamente —dijo como si no le preocupara.
Acabó de arropar al niño y se volvió para marcharse.
—Chase espera. Tenemos que hablar.
Sacudió la cabeza lentamente. No podía. Si lo intentaba, tendría que decirle la verdad, lo furioso que estaba, lo herido. Tendría que decirle que la culpa era exclusivamente de ella por tratar de revivir el pasado de su madre a su costa. Tendría que decirle que la amaba, que la echaba de menos y que la odiaba, todo al mismo tiempo.
—Lo único que quiero oírte decir es que te equivocaste.
—Ya es demasiado tarde para eso.
—Tessa, fue demasiado tarde desde el principio.
Ella le miró con los ojos entornados.
—Fui un idiota al pensar que podías quererme —dijo él con voz temblorosa.
—Yo aún te quiero —susurró ella.
—Pues tienes una manera muy extraña de demostrarlo —se burló él amargamente y abrió la puerta.
—Chase, espera. No puedes irte así.
—Ah, no? Tú mira.
Y se marchó.
Tessa no creía que hubiera algo que pudiera hacerle tanto daño como ver a Chase y sentir su desprecio. Al día siguiente, salió del ultramarinos, se vieron y ambos se quedaron parados. Ella no pudo descifrar su expresión, pero era tan dura que se sujetó al carrito con más fuerza. Al cabo de un momento, Chase subió al Jeep y cerró de un sonoro portazo. Tessa sintió aquella acción como un aguijonazo y trató de seguir adelante sin mirarlo. Ni siquiera se había tomado la molestia de saludar ni de detenerse a acariciar al niño. ¿Qué más pruebas necesitaba para convencerse de que le había perdido?
Chase la siguió con la mirada mientras cruzaba hacia el parque. El corazón se le partía con sólo verla. Desde el parto, habían sido las seis semanas más largas de toda su vida sin llegar a ninguna parte. ¿Por qué no iba tras ella y le exigía que recobrara el sentido común? «Por que eres un cabezota, por eso». Chase examinó sus sentimientos y sus métodos y llegó a la conclusión de que podría haber actuado de una manera distinta si no la hubiera querido tanto.
Tessa tuvo que darse la vuelta para que no la vieran sonreír. Tenía ganas de reírse a carcajadas. Que estuviera viendo a su hijo a escondidas aliviaba algunos de sus peores miedos. Había vuelto a equivocarse en muchas cosas y no por primera vez. Aquello le dio esperanzas para ir a su habitación con Christopher, tumbarse en la cama y marcar un número de teléfono. Sonó y sonó pero el contestador no se conectó. Frunció el ceño y lo dejó para más tarde. Chase había dicho que no había nada que hablar, pero Tessa tenía otras ideas. Dia miró el documento con la boca abierta.
—¿Lo dice en serio? —preguntó mirando a Tigh y luego a Chase.
—Yo lo he intentado, Dia —se disculpó el abogado—. Pero se niega a ceder.
—Esto es ir demasiado lejos, Chase. No puedes hacerlo.
Chase contempló el documento de custodia que Dia tenía delante.
—No me ha dejado otra alternativa, Dia. Lo sabes perfectamente.
—No me lo puedo creer! —exclamó ella con con ojos húmedos—. Juro que si hubiera vivido cien años, jamás te habría considerado capaz de una cosa así.

Chase sintió que una daga le partía el corazón en dos. Ni siquiera una abogada experimentada podía descubrir que era un medio para alcanzar un fin.
—Esto va a matarla -.musitó Dia con voz trémula—. Después de todo lo que habéis pasado juntos. Porque tú la quieres, ¿no es cierto?
—Más que a mi vida, pero me ha excluido de la suya. ¿Y todo por qué? Porque tiene miedo de que sólo la quiera por nuestro hijo. Ella me ha empujado a hacerlo, Dia. Tu hermana no sabe escuchar a su propio corazón y no puedo seguir esperándola.
Chase salió del despacho temblando. Por enésima vez le asaltaron dudas sobre lo que se disponía a hacer, pero se obligó a seguir andando. Había echado su carta de triunfo a la mesa, si fallaba, todo estaría perdido.
En el salón, Tessa estudió el legajo que Dia le había presentado. «Dios mío, no!». No podía creer que Chase hiciera una cosa así.
¿De verdad te sorprende tanto? Tú le has presionado y él se ha revuelto, Tessa. ¿Qué quieres que te diga?
—Puedes empezar por decirme cómo ha sucedido esto. ¿Cómo le has permitido hacerlo?
—Contrólate. De nada valen ahora los ataques de histeria. ¿Qué te creías, Tessa? ¿Que Chase iba a seguir consintiéndote que tiranizaras su vida y la del niño? Has actuado como una prima donna egocéntrica, has hecho lo que te daba la real gana. ¡Por el amor de Dios! El también tiene sentimientos. Quiere lo mejor para su hijo y cortar definitivamente contigo.
Dia se puso el legajo sobre las piernas, ignorando las miradas hostiles de Celeste y Sam.
—¿Queréis explicarnos de qué va todo esto? —preguntó la hermana mayor.
—¿De verdad ha puesto una demanda para quedarse con Christopher?
—No —contestó Tessa—. Ha renunciado a todos sus derechos sobre el niño, excepto a verle una vez al año.
Sam se quedó con la boca abierta. Celeste empezó a llorar en silencio.
—Hay una condición.
Tessa miró a Dia.
—Te habrás dado cuenta de que no está firmado. Tessa sacudió la cabeza, confundida.
—Antes que nada, tienes que pasar este fin de semana con él y discutirlo.
«Volver a verle?» No, no podía. Ya estaba moribunda y aquello acabaría matándola,
—No puedo. Este fin de semana tengo que asistir a una fiesta de caridad.
—Chase ya lo sabe. Tú eres su acompañante.
—No! No después de esto!
Dia se enfrentó cara a cara, con toda la hostilidad de que era capaz.
—Acepta, Tessa. O sólo Dios sabe lo que puede hacer a continuación. Ya tienes lo que querías, no amenaza con disputarte el niño.
—Maldita sea, Dia! No es tan sencillo!
—Para él sí.
De repente Tessa entornó los ojos.
—Ya le enseñaré yo lo complicado que puede ser. Tessa salió echa una furia. Dia cruzó los brazos y sonrió satisfecha. Sam la vio y trató de sonreír valientemente. Celeste no se había enterado de nada, pero Tessa iba a luchar.
Chase llevó las maletas al coche pero Tessa no aparecía por ninguna parte. No había rechazado su oferta, como él esperaba secretamente. En el fondo, Tessa confiaba en que Chase pudiera olvidar a su hijo fácilmente. ¿Por qué no era capaz de confiar en él como Chase en ella? Pero Chase ni siquiera estaba seguro de que hacía aquello únicamente para oírle decir que se había equivocado.
No. Era algo mucho más profundo, tanto que sentía que se desangraba por dentro. Hizo una mueca cuando Sam apareció en el salón y abrió los brazos al verle.
Chase cerró los ojos cuando le abrazó. Se había dado cuenta de que Sam no había tomado partido.
—Cuando te dije que tú también tenías que ser cabezota no me refería a esto.
—Se está retrasando —dijo él secamente.
—Tessa siempre se retrasa.
Chase se encontró teniendo que contener una sonrisa. Celeste entró en el salón con Christopher en brazos. Chase ya no tuvo que ocultar su sonrisa teniendo al niño en brazos.
—Oye, grandote! ¿Cómo está mi chico? ¿Sabes que papá te ha echado mucho de menos?
Chase le mordisqueó los pies y el crío ululó de placer. Tessa les contemplaba desde el pasillo. El corazón se le había desbocado desde el momento en que le oyó llegar. Chase tenía una aspecto glorioso con el niño en brazos. No le importaba mancharse el esmóquin. Eso le recordó que, para Chase, el cariño era más importante que cualquier otra cosa.
—Va a conseguir que lleguemos tarde —le dijo Chase al niño—. ¿Sabes por qué tu mamá se retrasa tanto?
—Ya estoy lista.
—¿Nos vamos ya? —le apremió ella.
A Chase le dio la impresión de que estaba decidida a terminar cuanto antes y respondió a su sonrisa con una mirada ceñuda. Sin embargo, Tessa se sintió un poco más animada al ver que él no podía disimular el deseo que le inspiraba.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella cuando se puso al volante.
No, no se encontraba bien. Quería besarla hasta dejarla sin aliento, arrancarle la ropa para ver qué llevaba debajo. Pero, sobre todo, quería que desapareciera aquella presión en sus pantalones.
Hicieron el trayecto atrincherados en un silencio hostil, afilando sus armas para la batalla. Tessa aceptó su mano para descender a la acera, pero la soltó inmediatamente. La recibió una nube de flashes. De repente, parecía que todos los fotógrafos de la ciudad querían una instantánea suya.
—jCielo santo! No me esperaba esto.
—Son de la prensa local. Es bueno para los donativos —dijo él en tono cortante.
—¿Y a quién van destinados?
—A los huérfanos de la ciudad.
Genial, pensó ella. Una velada en beneficio de los niños que carecían de padre o madre. Una buena ocasión para refregarle por la cara su obstinación.

—Sé que has estado viendo a Christopher en mi casa.
Chase arqueó ambas cejas, sorprendido.
—Tu colonia le sienta bien.
—¿Y qué piensas hacer al respecto? — preguntó él desafiante.
—Nada. Si me lo hubieras pedido, no te habría puesto ningún problema.
Chase se detuvo en medio de la pista.
—Tú me excluiste de tu vida, Tessa. En el hospital...
Tessa le puso un dedo en los labios.
—Necesitaba tiempo. No estaba preparada para verte, pero jamás se me ocurrió separarte de tu hijo.
—¿Qué te he hecho yo para que me odies tanto, Tessa?
—Ay, Chase! —gimió ella con tristeza—. Nada de odio. Desengaño, quizá. Odio jamás.
Tessa sintió que él se ponía rígido.
—¿Quién tiene derecho a sentirse desengañado, Tessa? ¿Yo, por darte todo lo que querías, o tú por aceptarlo?
Chase se soltó de ella y volvió a la mesa sin mirar hacia atrás. Pero pareció pensarlo mejor y cambió de rumbo. Recogió su capa y la esperó junto al vestíbulo. Tessa dedujo que ya se iban y se dijo que era perfecto. Una de las cosas que su madre le había enseñado era que una dama jamás discutía en público.
—Te juro que, cuando estás enfadado, te conviertes en el más grosero de los hombres —dijo Tessa apartándose de él en la puerta del hotel.
—¿Enfadado? ¿Conque piensas que es eso?
—Claro que no. También me vienen a la cabeza cosas como terco, irritante, celoso y cabezota.
—¿Describiéndote a ti misma, Tessa?
—ja! —se burló ella.
Entró en el coche y disfrutó mostrando las piernas sabiendo de antemano que él se las devoraría con la mirada. Chase arrancó y salió de allí a toda velocidad.
—Chase, cálmate. Quiero vivir para ver crecer a mi hijo.
—Tessa, quiero que sepas...
—Sí? —preguntó cuando Chase titubeó.
—Siento lo que ha pasado. Te juro que no soportaba cómo babeaban mirándote todos esos cretinos.
—¿No lo soportabas porque sientes algo por mí o sólo por el vestido?
—Ambas cosas.
Las esperanzas de Tessa se desvanecieron en el polvo. ¿Es que nunca iba a poder llegar hasta él?
—Yo sólo quería estar contigo, Chase.
—¿Por qué? Llevas semanas ignorándome.
—Te llamé y ni siquiera tenías conectado el contestador.
—Lo destrocé. –
Tessa abrió mucho los ojos. El se encogió de hombros, un tanto avergonzado.
—Todavía no he comprado uno nuevo.
No pensaba contarle que lo había aplastado de pura frustración al esperar días y más días un mensaje suyo.
—Yo lo intenté —insistió ella.
—1Maldita sea! Podías haber pasado por mi casa o haber llamado a la oficina. Cualquier cosa, por el amor de Dios.
—Estamos iguales. Tú podrías haberme esperado una de tantas veces que has estado en mi casa.
—Me cansé de ir siempre detrás de ti!
—Fantástico! ¿Vas a seguir maltratándome verbalmente o piensas pasar a la acción y acabar de una vez?
Chase la miró horrorizado.
—Demonios, no!
—Ahora mismo pareces lo bastante furioso como para partirme en dos.
—Pues mira, no voy a hacerlo.
Tessa arqueó una ceja.
—Yo... ¡Rayos! ¡Ya no sé ni lo que me hago!
Chase frenó bruscamente delante de una casita y apagó el motor.
—Yo tampoco, pero lo lograré.
Tessa esperó con una sonrisa a que él entrara las maletas y la nevera en la casa. Era una construcción pintoresca y rústica, en la orilla de un lago artificial.
—Esto está muy aislado.
—¿Te importa? —dijo él en un tono de matón de colegio.
—Qué va. Es bueno.
—¿Por qué?
Tessa puso el bolso en una mesa y dejó que la capa cayera al suelo. Chase le lanzó una mirada sombría cuando la vio acercarse.
—¿Por qué?
—Bien, vamos a hacer bastante ruido —dijo ella, sujetándole por las solapas.
Tessa le besó en la boca con furia y ya no se detuvo. Era una batalla en la que ninguno de los dos podía rendirse.
Chase le apretó las nalgas y le hizo sentir su necesidad perentoria. Ella gimió mientras le quitaba a tirones la chaqueta y le arrancaba los botones. Chase hizo lo que llevaba toda la noche deseando, tomó aquellos senos en sus manos. Gimiendo, Tessa le desabrochó el cinturón. Chase la besó sin miramientos. Ella le sacó la camisa y metió las manos por debajo para sentir la piel desnuda de su estómago. El le bajó los tirantes de los hombros, tumbándola hacia atrás sobre su brazo para quitarle el vestido.
—Dios! —exclamó ella, sin ver el momento de sentirle en sus entrañas.
Chase le devoró los pechos, sorbiendo sus pezones para luego pasar los dientes por aquella zona sensible.
—Ya sabes adónde nos lleva esto —dijo ella jadeando, sin dejar de acariciarle el pecho y el vientre.
—Lo estoy deseando —contestó él con una sonrisa frente a sus pezones—. Tengo protección.
—;Oh, Chase! Estas ardiendo!
—Y a punto de estallar, lo sé. Angel, ángel. No puedo aguantar más.
—Entonces no sigas esperando —dijo ella, mirándole a los ojos.
—No he dejado de pensar lo que hicimos aquella noche.
Cayeron al suelo enredados. Tessa separó las piernas para él que se apretó contra la única barrera de sus braguitas. Se las quitó salvajemente y las contempló como si fueran un trofeo antes de tirarlas por encima del hombro.
Tessa le liberó de los pantalones, Chase se abalanzó sobre ella con tanto ímpetu que la hizo resbalar por el suelo. Pero ella no retrocedió y esperó dispuesta su envite. Chase ya no pudo contenerse. Había pasado demasiado tiempo. El amor, la frustración, el dolor y la necesidad, «su necesidad», se desbocaron
Se quedaron en silencio, pero Chase permanecía dentro de ella, deseando que el mundo y sus problemas les dejaran tranquilos. Ella le acarició el pelo y descubrió estupefacta que estaba llorando y, sin embargo, sonreía.
—Te quiero, Tessa.
Otra lágrima se le escapó al oírlo.
—Yo también te quiero, Chase.
Estuvieron un rato mirándose hasta que Chase decidió quitarle las medias y mordisquearle los pies. Volvieron a abrazarse en el suelo, aunque la cama estaba a unos pocos pasos.
Chase encendió la chimenea, la depositó delante del fuego y buscó un edredón para cubrirse. Se sentía demasiado feliz como para moverse o hablar. Con una sonrisa, se volvió a mirarla. El moño había adoptado un ángulo extraño y sexy y pensó que todavía tenía muchas cosas que descubrir de aquella mujer.
—Seguro que me has dejado la espalda llena de arañazos.
Tessa sonrió, pero no abrió los ojos.
—Y yo estoy segura de que has despertado a las piedras con ese grito.

—Necesito que me quieras, Chase. Mi vida no significa nada si no puedo estar contigo cada momento de cada día. Me siento rota por dentro sin ti.
Chase contempló sus ojos verdes y vio allí que suplicaba que la comprendiera. La estrechó contra su pecho y le pasó la manó por la espalda.
—Ahora sabes lo que he sentido estos últimos meses.
—Siento haberte hecho daño.
Las lágrimas de Tessa mojaban el vello de su pecho.
—Lo sé, ángel, porque yo también te quiero. Por encima de la cabeza de Tessa, veía el portafolios. Suspiró con la esperanza de no estar destrozando su futuro.
Soltó a Tessa y abrió aquel maletín.
—¿Chase?
Tessa estaba muy pálida. Chase le entregó los papeles y vio que estaban firmados.
—Creí que ya habíamos superado esto —dijo ella en un susurro.
—No lo suficiente.
—¿Por qué te empeñas en seguir adelante con legalismos? —preguntó ella entre lágrimas.
—Porque quiero verte completamente feliz.
—¿Y crees que con esto vas a conseguirlo? Chase, somos una...
—¿Familia? Porque quiero ser esposo, amante y después padre. Pero a ti te quiero más que a nada.
Confusa, Tessa miró a los ojos del hombre que podía destruir su mundo.
—¿Y qué vamos a hacer ahora?
—Maldición! Para ser tan inteligente te comportas como una tonta demasiado a menudo.
Tessa sintió que la dominaba la ira. Y Chase, el muy cerdo, se limitó a quedarse sentado en la barandilla con la mano tendida.
—Tessa, lo único que tienes que hacer es tomarla y venir a mí.
—Me haces daño! —gritó ella—. ¡Me das miedo!
—Lo sé, ángel mío. Pero ahora estoy siendo egoísta, de modo que no vengas a mí por nuestro hijo, no lo hagas porque entre nosotros el sexo es fantástico, sino porque me moriría sin ti.
Chase se lanzó al agua.
—Sé generosa conmigo y siente lástima de mí porque ni siquiera por Christopher quiero formar parte de tu vida si no puedo tener todo tu amor.
Tessa también se zambulló y emergió frente a él. Chase la miró a los ojos sintiendo que el corazón iba a reventarle el pecho.
—Pobre solitario —dijo ella abrazándole—. Eres tú el que debes tenerme lástima, Chase. No supe darme cuenta de lo que tenía hasta que lo perdí. Cásate conmigo. Por favor.
Chase se atragantó y después lanzó una carcajada.
—Ya era hora de que me lo pidieras. Me estaba quedando sin ideas para volver a tu corazón.
—Nunca saliste de ahí. No sabes cuánto me alegro de que no te hayas dado por vencido. Creo que lo supe desde el día en que atendiste a la señorita Dewberry.
—Podrías habérmelo dicho antes.
—Y ¿seguir inflando esa inquebrantable confianza en ti mismo? No, gracias.
Te molesta, ¿verdad? —dijo él riendo—. Que fuera yo el que tuviera razón sobre nosotros.
—No. Pero puedes seguir creyéndolo si eso te hace feliz.
—Vamos a casa a decírselo al niño.
—Después —dijo él que la había arrastrado hacia la orilla. De inmediato la cubrió con su cuerpo—. Antes tengo que asegurarme de que cierta mamá aprende cómo se hacen verdaderamente los niños.
—¿Quieres recuperar el tiempo perdido?
—No, ángel. Quiero recuperar la vida entera.
—Pues es una manera maravillosa de empezar.
Las últimas palabras fueron un jadeo. Chase la tomó y su amor les envolvió mientras se deslizaban por el paraíso.

Fetzey Amy J - Algo Nuestro

La historia se basa en un hombre,Chase, que estaba casado un una mujer que trabajaba para un banco de semen.Él quería tener hijos, pero su pareja no (por lo tanto seguía tomando píldoras anticonceptívas), ella logra hacerle una treta convenciendole que estaba imposibilitada para tener bebés, pero podrian intentar con la inseminación y confiado él accede a este tratamiento.
Lo que no esperaba Chase es que,su esposa muriese en un accidente automovilístico, se entera en quién fue utilizado su semen, la joven fue Teresa, una mujer que no se encontraba casada y era cuidada por su hermana.
El protagonista desde un comienzo deseo hacerse cargo del hijo pero ella se negó a darle ese privilegio.
A lo largo del libro, va surgiendo el amor entre los protagonistas, el joven está perdidamente perdidamente enamorado de ella y no se puede contener sus ganas de intimar con la joven, por lo tanto siempre que tiene chance intenta seducirla.
Después del nacimiento su hijo, Tessa le pide a Chace que se retire, que quiere estar sola con su bebé para pensar en que modo debia continuar su vida ahora.Herido, él la deja sola y terminaron peleando porque el ya estaba cansado de que Teresa siempre lo estuviera alejando tanto de ella como de su hijo (a pesar de que él lo conseguía ver gracias a que mientras la joven trabajaba,su madre dejaba que Chace pasase tiempo con su hijo) y le da su ultimatum.Obviamente la historia termina con un final feliz y Tessa aceptando la proposición de matrimonio por parte del padre de su bebé.

Nota: 8

miércoles, 21 de enero de 2009

Miranda Lee - Chantaje al Novio


Es un libro medianamente entretenido, pero son de esos que no te dejan ni una flexión, de los libros que pasan y rápidamente de los olvidas.La trama es un poco rara, se trata de un hombre italiano, Antonio Scarlati, quien había crecido huérfano de padre y siendo criado por una madre protistuta que murió cuando él tenía menos de 7 años, que termino en Australia(enviado por sus abuelos).En su primer empledo se enamora de Laura, la hija de un hombre adinerado pero ella a pesar de decirse enamorada de él, se niega a estar con un hombre "pobre". Luego es empleado de Conrad, quien tiene una hija de 17 años llamada Paige,ella se enamora instantaneamente y decide confesarle su amor, pero él le contesta diciendole que es una "niña tonta".Herida, la joven decide huir de su casa y buscar en otros hombres lo que no pudo encontrar en Tony.Primero estuvo Brad, con quien experimento la dulzura aunque no lo llego a amar del mismo modo que a Antonio, el joven surfista murió en un accidente que se quebró el cuello.Luego vivió con dos hombres homosexuales, pero ella hacía que le hablasen al detective de su padre diciendo que mantenian relaciones con ella y después vino el peor, Jed un hombre que la golpeo porque ella no deseaba volverse a acostar con él.
Más tarde aparece de nuevo el protagonista masculino, que acababa de volver de sus viajes por europa, Conrad le hace una oferta, él puede quedarse con el mando de la empresa si es que se casa con Paige (quien ya estaba por cumplir 23 años) o de otro modo, un hombre incompetente Brooke, estaría ocupando ese puesto, a lo cual Antonio termina aceptando el chantaje.
Después de una cena, se lleva a Paige a su apartamento, que resulta ser el mismo donde vive Jed quien esa noche estaba con otra mujer y trato a Paggie de puta delante de él,confesandole además que había quemado todas las ropas de la mujer, a lo que Tony respondió pegandole en la cara y dandole un rodillazo en sus partes.
Luego ellos se acostaron y el le ofreció irse de vacaciones por unos dias, lo cual termino sucediendo y allí su relación se profundizó, él le propuso casamiento a la joven para al final le confesó amor descubriendo que su enamoramiento por Laura no se comparaba en nada con su cariño por Paige.
Pasado un tiempo,volvieorn al lugar donde vivían y allí es donde la joven se enteraría por Evelyn (una señora que trabaja en su casa) del chantaje que su padre le hizo a Tony, pero Paige se excusó diciendo que ella ya sabía de la existencia de aquel acuerdo.
Ahora viene la parte que no me gusto del libro, porque Antonio JAMÁS le contó sobre este trato a la joven, pero ella al ver que él renunciaba al puesto que su padre le ofrecía (quien había tenido un infarto) de que veraderamente la amaba y nunca hablo ese tema con el!!! totalmente insatisfactoria la reacción de ella, tendría que por lo menos haber hablado sobre el lo que sucedió o por lo menos Tony tendría que haberle confesado el chantaje.

Nota: 7

miércoles, 7 de enero de 2009

EXTRACTO: Patricia Cabot - El jardín de las rosas silvestres

"...Pegeen estaba más asustada de lo que lo había estado jamás. Era un miedo salvaje pero extrañamente placentero, como una dolorosa esperanza de algo que no podía explicar. Ella lo miró, con los ojos verdes muy abiertos y casi sin aliento. Sentía la garganta seca. Aunque hubiera tenido algo que decir, no habría podido pronunciar ni una palabra.

—¿Te acuerdas de cuando nos conocimos?—preguntó Edward. Los dientes blancos y regulares relucían a la luz de las llamas—. ¿Te acuerdas de cómo me sermoneaste acerca de la inmoralidad de mi clase? Con una voz clara y sincera como la de un niño me espetaste que yo era responsable de la subyugación de las masas, y de que en nuestra sociedad las mujeres no tuvieran las mismas oportunidades que los hombres. —Edward arqueó una ceja—. Mi estupefacción no podía ser mayor al ver a aquel pequeño ángel de piel de porcelana abrir la boca y hablar con una lengua tan llena de veneno. Así que me dije a mí mismo: «Esta muchacha. Esta muchacha es diferente».

Pegeen tragó saliva.

—Deberías haberme mandado a freír espárragos—musitó con la mayor ligereza de que fue capaz.

—Oh, no. Porque en el momento en que empezaste a hablar supe que no debía dejarte escapar. No entendía que una criatura tan encantadora pudiera albergar una mente tan retorcida. Pero creo que aún no habíamos intercambiado ni tres frases y ya me di cuenta de que estaba en grave peligro de enamorarme loca y perdidamente de ti.

Pegeen se quedó boquiabierta, mirándole con los húmedos labios entreabiertos y el corazón latiéndole ensordecedoramente por debajo de la bata. Sabía que era mejor no decir nada, pero nunca había sido capaz de contenerse.

—Pero eso es imposible—dijo, enderezándose en la silla. El rostro muy cerca del de Edward—. No puedes estar enamorado de mí.

—¿Ah, no?—preguntó éste con la sonrisa torcida, en manifiesto contraste con los ojos entrecerrados por la pasión—. ¿Y por qué no?

La joven extendió los dedos para empezar a enumerar las razones.

—Pasaste un mes entero en Londres.

—Porque no querías casarte conmigo. No podía vivir sin ti, pero tampoco verte sentada en la silla de enfrente durante la cena todas las noches sabiendo que no volvería a tocarte. Sabía que tenías que ser mía, pero eras tan categórica en...

Pegeen estalló de indignación, agarrándose con fuerza a los brazos de la butaca.

—Pero ¡si me pediste que me casara contigo sólo por un absurdo sentido del deber!

—Desde luego que sí. Pero no creas que me alegré cuando me rechazaste. Mientras estaba en Londres, rezaba todos los días para que estuvieras embarazada y no te quedara más remedio que casarte conmigo. ¡Tú y esa ridícula idea de no casarte jamás!

—Pero ¡no podía aceptar tu propuesta!—exclamó ella enojada—. ¡Mi hermana había matado a tu hermano y se había convertido en prostituta! Además, en ningún momento hablaste de amor.

—Tú tampoco.

—Pero ¡estaba claro que te amaba! Me acosté contigo, ¿no es cierto?

—De veras, Pegeen, me desconciertas. Aquí estoy, intentando proponerte matrimonio y no dejas de interrumpirme.

—¡Matrimonio!—Apretó los dedos en los brazos de la butaca hasta que se le quedaron blancos. La voz se le quebró en la segunda sílaba—. ¿Proponerme matrimonio?

Edward tomó una de las manos que tenía clavadas en el brazo de la butaca y se la apretó tan fuerte que llegó a hacerle daño. Pegeen levantó la mirada para verle la cara y vio que él también la miraba; tenía la mandíbula apretada y los ojos le centelleaban con una expresión de determinación y una extraña luz que relucía con intensidad febril.

—Sí, pedirte en matrimonio—repitió Edward con una carcajada, llevándose la mano de Pegeen a los labios y raspándosela sin darse cuenta con la barba que le cubría la mandíbula—. No me atrevería a proponerte nada más. Sé lo rápidos que son tus puños. Pegeen, eres la mujer más exasperante, testaruda, mordaz, hermosa y deliciosa que he conocido jamás, y si no aceptas casarte conmigo seré desgraciado el resto de mi vida. Así que di que sí, por favor.

Antes de que pudiera responder, Edward la cogió por los brazos con la inexorable fuerza de sus dedos y la estrechó contra su cuerpo. Pegeen apretó las palmas de las manos contra el pecho desnudo, y, a través de la espesa capa de vello, sintió el ruido sordo de su corazón. Recostó la cabeza en sus brazos, y el pelo, rojizo por el reflejo de las llamas, ondeó en el aire. Entonces sus labios se encontraron y Edward la besó con un ardor que transmitía la intensidad de sus emociones. Sus besos despejaron la mente de la muchacha de todos los pensamientos excepto uno: la amaba, la amaba, la amaba.

Parecía increíble, pero la amaba, la amaba lo suficiente como para casarse con ella. Y entonces se dejó llevar por sus besos, que le recorrían la garganta, y dejó que sus dedos le desabrocharan los botones de la bata, y le oyó repetir su nombre una y otra vez, sintiendo su cálido aliento en la piel.

—Di que sí—murmuró Edward mientras le besaba la suave piel de detrás de la oreja. Sus caricias le provocaron un estremecimiento que le recorrió la espalda, y que causó que los pezones se le endurecieran contra la suave tela de la bata—. Di que sí—susurró él de nuevo.

—Sí—dijo al fin Pegeen con una voz tan cargada de pasión que apenas reconoció como suya. Y entonces ella empezó a besarlo con la misma intensidad con que él la besaba, y casi con la misma violencia. Sentía como si algo en su interior se hubiera liberado, algo sombrío pero agradable y hermoso..."