jueves, 29 de enero de 2009

Belinda Barnes - Cosas del corazón (extractos)

James pisó el freno y Sara bajó la ventanilla cuando vio a Cal corriendo hacia ellos.
Sin aliento, él se paró a su lado y sacó unos papeles del bolsillo.
-Aquí están los papeles que Gary ha firmado rehusando la patria potestad de Jessie -explicó. Después, señaló otros papeles-. ¿Sabes lo que son?
-Los papeles del divorcio -dijo Sara.
Cal los rompió en trocitos.
-Sé que soy testarudo y difícil de trato a veces. Sé que intento decirte lo que debes hacer, pero no puedo dejarte ir. Quiero que te quedes, que seas mi mujer, que duermas conmigo y que, quizá un día, me quieras tanto como yo te quiero a ti.
Los ojos de Sara volvieron a llenarse de lágrimas y tuvo que cubrirse la boca con la mano.
-¿Has dicho que me quieres?
-Sí. Te quiero, Sara.
Ella se quitó el cinturón de seguridad y saltó de la camioneta.
Cal la tomó en sus brazos y la besó con toda su alma mientras Sheep daba vueltas a su alrededor, ladrando de contento.
-Dímelo otra vez.
Él tomó su cara entre las manos.
-He sido un idiota, pero ¿qué puedes esperar de un hombre enamorado? -sonrió, acariciando su pelo-. Lo he estropeado todo, pero quiero pedirte otra oportunidad. ¿Es demasiado tarde?
-Oh, Cal, tengo tanto miedo.
-¿De mí?
-No, de lo que siento por ti. Tengo miedo de no hacerlo bien -dijo Sara, secándose las lágrimas.
-Yo también -confesó él-. Pero si estamos juntos, todo será maravilloso, estoy seguro.
Después, incapaz de contenerse, volvió a tomarla en sus brazos y la besó intentando decirle así todo lo que no sabía decircon palabras.



Cal la llevó a una esquina del salón y le dio una cajita de terciopelo.

-¿Qué es esto?
-Intenté recuperar tus cosas... lo que ese idiota del señor Davis vendió.
Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas.
-Cal, no tenías que hacerlo.
-Sí tenía que hacerlo. Ojalá hubiera tenido más suerte. Me temo que esto es lo único que he en contrado.
Sara se echó en los brazos de su marido.
-Ya no importa. Tú eres todo lo que necesito. Tú y Jessica sois mi futuro.
Cal señaló la cajita.
-Ábrela -dijo, sonriendo. Sara la abrió con manos temblorosas. En cuanto reconoció el broche de su abuela con la fotografía de su madre se echó a llorar-. Ahora entiendo lo que tu padre quería decir.
-¿Qué? -exclamó Sara, incrédula.
-Tú has conseguido que recuperase a mis padres y es justo que yo haga lo mismo por ti.
-No, Cal, no es lo mismo. El me dejó cuando tenía nueve años y nunca volvió a preocuparse de mí.
Cal secó sus lágrimas con un dedo.
-Tienes que entender. Te dejó porque...
-Porque no me quería -terminó Sara la frase, con todo el dolor de su corazón.
Cal levantó su barbilla con un dedo, mirándola a los ojos.
-No, cariño. Tú me contaste que él bebía, que nunca tenía trabajo y la razón era que...
-Yo amaba a tu madre más que a mi propia vida.
Sara se volvió y, de repente, se encontró con alguien que se parecía al hombre que había sido su padre. Iba vestido como un vaquero y tenía el pelo gris.
Los ojos del hombre estaban llenos de lágrimas cuando levantó una mano para acariciar su pelo.
-Incluso de niña eras la viva imagen de tu madre -dijo Hank Jamison-. Cada vez que te miraba, recordaba lo que había perdido. Lo siento Sara Ann, pero perder a tu madre casi me costó la vida. Por eso bebía, por eso tuve que marcharme -añadió su padre con voz ronca. Sara estaba temblando y Cal la tomó por la cintura para darle fuerzas. Hank Jamison se quedó mirando a su hija, esperando que dijera algo, pero Sara no podía hablar-. No quería hacerte daño, Sara Ann. Tu marido me ha contado cuánto te hirió mi ausencia y quiero pedirte perdón. No espero que lo entiendas, pero yo estaba demasiado perdido en mi propio dolor como para pensar en otra cosa. Y cuando conseguí volver a tener una vida normal, era demasiado tarde.
-Pero nunca volviste. Nunca me llamaste -dijo Sara, casi sin voz.
-Te llamé muchas veces, pero tu abuela me decía que no querías hablar conmigo. Cuando ella murió fui a buscarte, pero ya no estabas.
Sara respiró profundamente para darse valor.
-La abuela nunca pudo superar la pérdida de mamá. Y yo lo único que quería -empezó a decir Sara, intentando controlar el temblor en su vozera que mi papá volviera a casa.
Hank Jamison cerró los ojos y respiró profundamente.
-Lo siento, Sara Ann. Yo no sabía... Debes odiarme.
-Creí que te odiaba, pero no es así.
-¿Es demasiado pedir que me des un abrazo?
Sara no pudo contener la sonrisa que había nacido en su corazón. Apartándose de Cal, se libró de todo el dolor y la pena que había sufrido de niña y se echó en los brazos de su padre. Los dos estaban llorando.
-Creí que te había perdido para siempre. ¿Podrás perdonarme?
Sara le dio un beso en la mejilla.
-Te quiero, papá.
-Yo también te quiero, Sara Ann -murmuró él. Cuando pudo recuperar la compostura, estrechó la mano de Cal-. Gracias por darle a este viejo una segunda oportunidad.
-Lo he hecho por Sara. Tenía derecho a saber lo que pasó.
Sara presentó a su padre a todo el mundo y después le puso a Jessica en los brazos.
-¿Esta niña es mi nieta?
-Sí, papá.
Sara y Cal se alejaron un poco de los invitados para disfrutar de aquella recién lograda felicidad.
-¿Te he dicho que el abogado ya ha recibido los papeles de la adopción? -sonrió Cal. Sara negó con la cabeza.
-¿Qué hay que hacer ahora?
Él se encogió de hombros.
-Ya está. Soy el padre legal de la niña. Lo único que queda es que tú te decidas a cambiar lo de Jessica por Jessie, que es mucho más bonito.
Sara se lo pensó un momento.
-Está bien. La verdad es que me he acostumbrado a llamarla Jessie yo también.
Cal la abrazó.
-¿Estás segura?
-Sí -contestó ella, enredando los brazos alrededor de su cuello-. ¿Sabes una cosa, Cal? El día más afortunado de mi vida fue el día que casi te atropello.
-El mío también -sonrió él, apretándola contra su pecho-. Llegaste a mi vida cuando más te necesitaba y pienso pasar el resto de ella amándote.
Sara se puso de puntillas para besarlo en los labios.
-¿Te he dicho que Jessie va a pasar la noche en casa de tus padres?
Los ojos de Cal se iluminaron de pasión.
-Entonces, ¿qué hacemos aquí? -sonrió, tirando de ella hacia la puerta.
-Espera. ¿Qué van a decir los invitados? Cal la miró con sus ojos de color plata.
-Pensarán, señora Tucker, que te quiero y que no puedo esperar un minuto más para demostrártelo con...
Sara le tapó la boca con la mano.
-No pierdas el tiempo hablando. Vámonos a casa.

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