miércoles, 11 de febrero de 2009

Jo Goodman – Siempre en mi corazón (EXTRACTO)

—lo más que he llegado a reconstruir es que, por algún motivo, entró sola en el barrio y anduvo vagando por él. ni siquiera fue por esta parte del barrio: se perdió por la calle canal antes de llegar hasta aquí. por lo visto, la abordó un grupo de marineros que buscaban diversión; probablemente iban demasiado borrachos como para fijarse en su ropa o en sus maneras y ver que aquél no era su sitio. —se calentó el café añadiendo un poco más de la cafetera—. entonces harlan porter, un chulo de la peor especie, la rescató.
—¿la rescató? —preguntó connor.
—bueno, claro, ése es un término relativo —contestó ella con ironía—. porque, según parece, se la llevó con la promesa de guiarla hasta su casa, y acabó dragándola e intentando vendérsela a horace beale. por cierto, beale es un viejo al que le gusta la carne joven.
la distante calma superficial de connor se estremeció levemente, y sus dedos se crisparon un poco sobre la delicada taza de porcelana.
la señora hall vio el sutil cambio que se produjo en las facciones de su invitado, pero no hizo ningún comentario; le bastó con imaginar que en aquel momento estaba acordándose de la chica.
—mi criado samuel, que logró enterarse de estos detalles por el propio harlan sólo gracias a un poco de persuasión física, me contó que en ese momento ella se escapó. harlan la persiguió y la alcanzó en mi patio trasero, y entonces una de mis chicas lo hizo huir corriendo y recogimos a la muchacha.
»no soy idiota, señor holiday. yo sabía que aquella muchacha no era una mujer de la calle y, desde luego, no era mi intención ayudarla a emprender ese camino. la pobrecita estaba enferma; además tenía magulladuras en el cuello donde harlan o los marineros habían intentado estrangularla, y entre aquello, su enfermedad y las drogas, no le salía de la garganta ni una palabra que se entendiera. en vista de eso, la metimos en un cuarto libre, le preparamos un baño caliente, le dimos un poco de láudano y mandamos a buscar al médico.
connor dio un respingo, con lo que el café se le derramó por encima del borde de la taza y le escurrió por los dedos. al instante acudió lisa con una servilleta de lino a secarle la mano y darle coba. él cogió la servilleta y dejó la taza. «no es nada», dijo.
—¿se ha quemado?
—no es nada —repitió secamente.
ni él mismo sabía por qué había pasado aquello; al menos no lo sabía con seguridad. fue algo que dijo lisa, algo que despertó su atención, su recuerdo, de un modo especial..., y que luego se desvaneció antes de que captara su sentido.
—así que decía usted... —dijo cuando ella regresó a su sillón.
—en realidad, había acabado. usted sabe mejor que yo lo que sucedió después.
connor había recuperado la calma. dejó caer la servilleta en la bandeja.
—que me mandaron a la habitación equivocada.
—no con intención —se apresuró a añadir ella.
tras un momento de pausa él concedió:
—tal vez. yo tampoco soy idiota, señora hall. cuando llegué a aquella habitación no tuve motivo para dudar de que su huésped no fuera precisamente lo que parecía ser. era dócil y poco habladora.
—estaba bajo el efecto de las drogas, y además enferma.
los oscuros ojos de connor se entornaron.
—¿qué está diciendo? ¿que la forcé?
—yo no estaba en aquella habitación. ¿la forzó usted?
él se levantó y se apoyó con rigidez en el escritorio; luego se inclinó hacia adelante, cerniéndose sobre la señora hall.
—usted no sabe nada de aquello.
lisa antonia hall no se acobardó; alzó la vista y lo miró fijamente, pero sin perder la tranquilidad.
—si alguna vez encuentra a esa joven, quizá le pregunte lo que opina ella. y quizá ella crea que tiene perfecto derecho a su dinero, después de lo que usted le quitó.
los ojos de connor echaron chispas. entonces se enderezó, giró sobre sus talones y se marchó sin responder una palabra.



a maggie le dio la impresión de que un baño de agua fría le corría por la piel. sintió alternativamente frío y calor, pero se las arregló para decir en tono firme:
—no estaba segura de que estuviera usted aquí.
—de todas formas, ha venido.
—corrí ese riesgo. creí que a lo mejor ya había vuelto a colorado.
—me voy dentro de unos días.
—ya entiendo. —encontraba más fácil mirar a cualquier parte menos a connor—. esta mañana mi hermana me ha dicho que mi padre y el suyo están preparándose para cerrar el trato sobre la tierra.
—exactamente —observó que ella clavaba los expresivos ojos en un punto situado detrás de su espalda, mientras se mordía el labio inferior—. ¿por eso ha venido?
ella lo miró.
—¿cómo? —sus ojos volvieron a apartarse de prisa—. no, no es por eso.
—entonces no tiene usted mis doce mil dólares.
al ver lo afligida que parecía, casi le dio pena haberlo dicho. ella negó con un gesto.
—no, no los tengo... yo no...
su suave voz se interrumpió. los ojos se le llenaron de lágrimas, y entonces parpadeó con energía para obligarlas a retroceder.
—maggie...
ella se dio media vuelta.
—esas cosas que usted me dijo aquella noche en mi casa —empezó antes de perder el valor—, ¿eran verdad?
connor se sorprendió titubeando, aunque al fin dijo: «sí. todas eran verdad.» era lo que ella esperaba, pero sus hombros se hundieron un poco. después inspiró hondo y volvió a darse media vuelta para situarse frente a él; luego alzó la barbilla y esta vez encontró valor para mirarlo directamente a los fríos y distantes ojos.
—hace unas horas he averiguado que estoy encinta. me preguntaba si quizá sería usted el padre.
connor holiday sabía lo que era recibir una tanda de puñetazos en el estómago; a pesar de todo, resultaban menos paralizantes que el golpe que maggie acababa de asestarle. como la había oído bien, no la insultó pidiéndole que repitiera lo dicho y se limitó a decir:
—¿por qué no se sienta, maggie?
así él también podría hacerlo; sentía que lo necesitaba.
ella miró a su alrededor y escogió el pequeño sofá que había frente a la butaca de connor; se posó en el borde como un pajarillo, con las manos bien cruzadas en el regazo y la cara alzada y expectante. entretanto, connor fue a la puerta, y la abrió y la cerró despacio para asegurarse de que beryl no estaba al otro lado. después volvió a la butaca, dejó el libro a un lado y se sentó.
—¿no sabe usted quién es el padre? —preguntó en voz baja.
maggie se ruborizó, pero se las arregló para seguir mirándolo.
—no ha habido nadie..., es decir, nadie que yo sepa. sólo pensé en usted por aquellas cosas que dijo.
él se inclinó hacia adelante en la butaca y apoyó los antebrazos en las rodillas. entrelazó los dedos de las manos, como si formaran la puntiaguda torre de una iglesia.
—¿no va siendo hora de que deje de fingir?
—¿fingir?... ah, ya entiendo: cree que me lo estoy inventando. —meneó la cabeza—. mire, señor holiday: tal vez yo no quiera recordar, pero lo cierto es que no puedo.
connor consideró sus palabras y luego respondió a lo único que para él tenía algo de lógica.
—«connor», maggie; más vale que me llame así. de ese modo no hay forma de confundirme con mi padre.
en aquel momento a ella se le ocurrió algo tremendo, espantoso, y sus expresivos ojos reflejaron su pavor.
—¿acaso yo...?, ya sabe..., ¿con su padre?
en los ojos de connor hubo un destello, y su voz sonó con más frialdad de la que pretendía.
—no. de eso precisamente no tiene la culpa usted.
aliviada, aunque todavía algo confusa, maggie soltó la presa con que sujetaba los pliegues de su vestido.
—pero con usted sí —dijo.
—sí.
ella meneó la cabeza, perpleja. luego habló con una voz que era poco más que un susurro.
—me resulta difícil creerlo. es como si le hubiera sucedido a alguien que ni siquiera conozco.
se calló y miró directamente a connor, al tiempo que trataba de imaginarse a sí misma tocándolo. era difícil traspasar la pétrea distancia de su rostro, aquella frialdad que parecía tan poderosa como para quemarla con su intensidad. ¿había enredado los dedos en aquel cabello negro como la tinta? ¿los había pasado por la tupida melena que le caía sobre la nuca? ¿había acariciado el hueco que había justo bajo sus pómulos o sentido la tibieza de su bronceada piel? ¿y lo había besado?... recordó el beso de la biblioteca de su casa, cuando él quiso impedir que gritara... sin embargo, pensaba en otro tipo de beso, uno sin fuerza ni ira, sólo por placer... ¿lo había besado así?
maggie había ido bajando la mirada hasta llegar a la boca de connor. su expresión se concentró en la forma de sus labios, y de pronto advirtió que en ellos asomaba una leve sonrisa, sin duda a sus expensas. avergonzada, desvió la vista hacia su regazo.
—no entiendo cómo hice eso que usted asegura.
—lo hizo.
—pero no sé cómo.
—aprendió.
—pero...
—maggie —dijo él en tono casi amable—, está encinta. ¿qué más pruebas necesita?
ella trenzó los dedos en su regazo con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—¿puede ser hijo de otro?
la débil sonrisa de connor se desvaneció.
—eso lo haría más aceptable, ¿no es así? resulta más fácil de creer si quien le puso las manos encima no las tenía encallecidas de trabajar en un rancho como yo.
maggie supo que lo había enfadado, aunque no tenía muy claro el porqué.
—sí..., no... eso no es lo que quería decir.
entonces se levantó y cruzó los brazos sobre la cintura; a continuación fue hasta el arco de la única ventana del estudio y se puso delante, mirando hacia afuera.
—no sé de qué habla usted ahora. ha de saber que esto no es fácil... nada de esto. llevo horas caminando para reunir el valor de venir aquí, y aunque tal vez no sea más que el miedo lo que me mantiene quieta en esta habitación, sigo estando aquí, y he venido en busca de respuestas. lo necesito a usted para rellenar huecos, no para crearlos.
de nuevo se volvió hacia él y preguntó con franqueza:
—¿es usted el padre de mi hijo?
él podría haber dicho que no estaba seguro; que no sabía lo que había pasado en las horas posteriores al momento en que ella lo dejó, ni en los días y las semanas que vinieron después... pero renunció a enredar las cosas, o a perpetuar la idea, en su propia mente y en la de ella, de que era una prostituta, cuando sabía que no era cierto.
—el niño es mío —dijo.


—me da igual que me odies de verdad, y me da igual lo que pienses de mí. has conseguido lo que querías de esta boda. ¡yo no soy la única prostituta de esta habitación!
se encogió cuando él se puso de pie.
—maggie... —susurró.
la vio apretarse más contra la pared. no estaba seguro de lo que quería decirle. le desagradaba muchísimo lo que ella había hecho. ¿no significaba eso que también la despreciaba?... aunque a lo mejor no. porque si no la deseara, si no se sintiera atraído por ella, no tendría que recordarse a cada instante cuánto le disgustaba.
en aquel momento el odio que sentía hacia sí mismo eclipsaba cualquier rastro de color en sus ojos mates, negros y fríos como una noche de invierno.
—traeré el hielo —dijo—. disculpa, tengo que cambiarme.
cuando salió del dormitorio, minutos después, maggie ya no se apretaba contra la pared, aunque seguía apoyada en ella. por el rabillo del ojo la vio encogerse a su paso.
—esto no va a funcionar nunca —añadió él en voz baja.



—que por error podría haberse confundido con el maletín de un médico... —dijo él—. no sé lo que tenías en la cabeza, maggie, pero
este verano, cuando estabas en casa de dancer, me di cuenta al fin de que, si te hubiera tratado de otro modo, quizá no habrías abortado. cuando dancer llegó aquí buscando ayuda y me contó que estabas embarazada, lo acusé de ser el padre.
maggie se quedó mirándolo boquiabierta.
—no.
—sí —dijo él suspirando—. pero entonces volví a verte, y mis mejores intenciones se desvanecieron. tenías un bandido a tus pies, estabas apuntándome con un arma, tus ojos echaban chispas..., y aún llevabas puesta la alianza de boda. no pensé con claridad.
—yo tampoco pensaba con demasiada claridad —reconoció ella.
connor le acarició el dorso de la mano con el pulgar.
—no lamenté que dancer se partiera la pierna: eso me dio la excusa que estaba buscando. entonces te traje al «h doble» tan rápidamente como pude.
extendió las piernas e insinuó una bajo las pantorrillas de maggie.
—y también encontré los papeles del divorcio sin firmar, que me dieron motivos de esperanza... —soltó una risilla—. falsa esperanza, según resultó después.
—pero ha salido bien —dijo ella—. aunque no resulta tranquilizador, precisamente, descubrir que dancer tubbs es tan entrometido como mi padre.
se quedó pensando un instante.
—rushton también tiene algo que ver con esto, ¿sabes?
—lo sé —dijo él—. por eso yo estoy aquí, y él está allí. así todo el mundo está más contento.




Fue al dormitorio y quitó de la cama las sábanas buenas y los cubrecamas, que sustituyó por tres sábanas viejas que encontró en el armario de la ropa blanca. después eligió dos libros del estudio de connor que tenía intención de leer y los puso en la mesita de noche. se quedó varios minutos delante del ropero, pensando en el camisón que quería ponerse; por fin escogió uno que tenía una estrecha tira de encaje en el escote y lo dejó al pie de la cama. entonces empezó a desabotonarse el vestido. rompió aguas cuando se sentó en la butaca para quitarse los zapatos, y el calambre que sintió a continuación la dejó sin aliento. todo aquello era muy interesante, pensó..., siempre que prestara atención a lo que estaba ocurriéndole y no tuviera que sentirlo. casi de puntillas, volvió al armario de la ropa blanca, buscó unas toallas y empezó a limpiar.
connor la descubrió a cuatro patas en el dormitorio. tenía una toalla en cada mano, y su enagua estaba mojada. sin embargo, lo que más le desconcertó fue su sonrisa cuando volvió la cara por encima del hombro para mirarlo.
apoyado en la jamba de la puerta, en tono despreocupado, dijo:
—estoy seguro de que esto tiene una explicación. ¿has volcado un cubo aquí dentro?
ella sonrió más.
—¿ves algún cubo?
él tardó un momento en entender lo que quería decir.
—ay, dios mío.
después ya no titubeó más. la cogió en brazos, la puso junto a la cama, le quitó la enagua y los calzones y la ayudó a ponerse el camisón. luego esperó a que ella se metiera en la cama y se acomodara, antes de ir en busca de dancer.
después de examinarla, dancer le dijo a connor:
—todavía le quedan horas. ahora está leyendo.
entonces salió al pasillo y cerró la puerta. al ver que connor arrugaba la frente con gesto preocupado meneó la cabeza y se rascó el lado de su rostro que estaba cubierto de cicatrices.
—no hay por qué poner esa cara —dijo—. ya has asistido al parto de un potro; no ocurre así, de buenas a primeras.
lo más difícil de soportar fueron los gritos de maggie. cuando no paseaba, connor se quedaba desplomado en un sillón, intentando no oír los intermitentes gritos de dolor.
entonces se produjo aquel grito, extraño y, sin embargo, conocido de todos ellos. connor se puso de pie y salió del sillón disparado como una bala.
cuando dancer apareció en el umbral, connor no necesitó escuchar lo que tenía que decirle. pasó a toda velocidad junto al buscador de oro para acudir junto a maggie.
estaba sentada en mitad de la cama, y el cabello, húmedo y oscuro, se le pegaba en la frente y a las sienes. tenía las pestañas bajadas, se le veían ojeras y su cutis estaba pálido; pero cuando levantó la cara le relucían los ojos y su sonrisa era absolutamente radiante.
alzó los brazos cuando connor se acercó a la cama. en ellos estaba el bebé.
—quiero llamarla meredith —dijo—. mary por mis hermanas y edith por tu madre.
—meredith —repitió él en voz baja, casi reverente. bajó la vista hacia su hija; en sus ojos se veía el brillo de las lágrimas. —me gusta.




—ahora el «h doble» tiene unas necesidades distintas de las de antes. quizá no podamos mantenernos aislados aquí. si hubiera una línea férrea en la propiedad, estaríamos conectados con queen's point, y cannon mills también estaría conectado con nosotros. así denver no te parecería el otro extremo del mundo.
—no me lo parece —protestó ella.
él no la escuchaba.
—no tendríamos que llevar el ganado hasta tan lejos, y no tendría que ausentarme durante semanas. antes no importaba, pero ahora..., con meredith...
su voz pensativa se interrumpió.
—tú creciste aquí sin vías, y tu madre también.
—era otra época —dijo él en tono filosófico—; ahora hay más posibilidades. y estoy pensando en ti también. no tendrías que esperar medio invierno las cosas que deseas, y menos si puede ser distinto.
la miró y vio que se había puesto pálida y tenía los ojos húmedos de lágrimas.
—¿qué pasa, maggie?
—no quiero que hagas eso por mí —dijo ella—. no quiero que el valle cambie porque yo haya venido. y meredith tampoco lo quiere.
él esbozó una sonrisa.
—no puedes hablar por meredith.
—no te burles de mí, connor. sabes lo que quiero decir. te enfrentaste a rennie y a jay mac porque eras contrario a que una línea férrea cortara el valle. hiciste todo lo posible para mantener tu tierra como debía estar. sacrificaste...
él la interrumpió:
—¿qué sacrifiqué, maggie? —preguntó en voz baja—. ¿la soledad? ¿trabajar desde el amanecer hasta el crepúsculo sin nadie que me hiciera sonreír al final del día? eso es todo lo que he sacrificado yo.
dejó el plato.
—tú me has devuelto esta tierra. tú me has dado una hija y has renunciado a tus sueños. tú eres quien ha hecho el sacrificio.


—quiero decir que la mató —respondió él—. se fue del «h doble» de madrugada; salió de aquí a escondidas, como un maldito ladrón de ganado, sin volver la vista atrás. después de aquello mi madre no fue la misma. la enterraron quince años más tarde, pero fue aquella noche cuando murió... y eso es difícil de perdonar.
a maggie le pareció que le exprimían el corazón.
—¿cuántos años tenías?
—siete —contestó; luego, en un tono de voz que casi parecía tener esa edad por su intenso dolor, añadió—: yo lo vi marcharse.
—lo siento, connor —dijo ella en voz baja.
—no quiero tu compasión.

—lo cierto es que tu madre amaba este lugar.
para ella, vivir aquí y amar esta tierra era algo tan natural como respirar. aunque tal vez tu abuelo no confiaba en ella porque era una mujer. tal vez fuera porque ya había visto marcharse a tres hijos... —se interrumpió un instante—. o quizá fuera porque yo representaba una amenaza para él, al ser alguien del exterior que también había elegido quedarse... porque, desde luego, el viejo sam desconfiaba de mí. creía que a lo mejor yo convencería a edie para irnos, o que le llenaría la cabeza con todo lo que la ciudad le ofrecía... el caso es que tu abuelo nunca me vio como el ancla de edie aquí; estaba seguro de que acabaría llevándomela.
—y tú le pediste que se marchara —dijo connor—. lo sé: oí cómo le hablabas de eso. así que el viejo sam tenía razón.
—le pedí a edie que nos fuéramos más de una docena de veces —reconoció rushton sin alterarse—. pero no se lo pedí ni una sola vez hasta que ella me dijo que me marchara.
connor ladeó la cabeza con gesto brusco y miró fijamente el cincelado perfil de su padre. la boca de rushton tenía una expresión seria, su mandíbula estaba tensa... pero el perfil no ocultaba un cierto brillo húmedo en sus ojos.
—¿mi madre te pidió que te marcharas? —dijo connor. rushton asintió con la cabeza. —¡estás mintiendo!
tras decir estas palabras, connor espoleó el caballo para que diera media vuelta y dejó a su padre solo en la cornisa.


—por indicación de beryl, invité a rushton aquí para la boda, y ella acabó casándose con él.
en su voz no había amargura; pronunciar aquellas palabras sin amargura resultó una experiencia nueva para connor.
—ella se enamoró de él —dijo maggie en voz baja—. y ninguno de vosotros dos lo creyó.
—me parece que nos negamos a creerlo. yo, al menos, me negué: no aceptaba que eligiera a mi padre antes que a mí. mi orgullo se quedó maltrecho, y me dediqué a machacarlo también a él.

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